Buscadores. Emilio Carrillo (30). Cap 6:

Principio Único (Padre) y Espíritu o Amor (Hijo).

Resumiendo lo reflexionado, la Esencia del Ser Uno, Mente infinita y eterna, es Amor Incondicional. En el estado de Consciencia Perfecta y Concentración Absoluta que al Ser Uno corresponde, la Esencia emana como Espíritu o Amor y esta Emanación, que lleva asociada el Verbo, actúa como Principio Único de la Creación. El Espíritu o Amor emanado se expande y despliega en un momento presente continuo como energía de vibración pura e infinita, a la que acompaña la expansión del Verbo en forma de extraordinarias corrientes vibratorias de frecuencia finita. Y la Creación nunca cesa ni finaliza, sino que permanece fusionada con el Creador y actúa como tal al expandirse sin límite alguno por la expansión de la Consciencia.

La Emanación de la Esencia o Principio Único es el «Estado Natural» del Ser Uno. Él Es y Existe en un estado de Consciencia plena y Concentración completa en el que la Esencia emana de modo intrínseco; no es posible que sea de otra manera. Por ello, puede afirmarse que la Emanación de la Esencia o Principio Único es innata al Ser Uno. En cambio, el Espíritu o Amor emanado y el Verbo, no son increados, sino que surgen del Principio Único —de la emanación— y se despliegan a partir de él, aunque al estar fuera del tiempo se trate de un acto único.

Por lo demás, el Espíritu o Amor, aún no siendo increado como el Principio Único, disfruta del resto de sus cualidades —infinito, imperecedero, vibración pura,…— pues comparten idéntica Esencia (lo que no sucede con el Verbo, que, además de no ser increado, no tiene la vibración infinita del Principio Único y el Espíritu). Como acercamiento, aunque sea un tanto rudimentario, piénsese en un acuífero que brota cual manantial y en el río que fluye a partir de él. Tres cosas son obvias: el acuífero, una vez que ha aflorado como manantial, forzosamente ha de desplegar las aguas que de él emanan, con lo que surge el río; el río no puede existir sin el acuífero que hace de manantial; y el acuífero y el río son la misma agua, comparten idéntica esencia. Se entiende así que haya tradiciones espirituales que denominan «Padre» (y «Madre») al Principio Único; e «Hijo» al Espíritu o Amor en expansión (esta cualidad de Hijo es la que la Iglesia Católica limita a Jesús, cuando en realidad, tal como se examinará pormenorizadamente, en todos está el Espíritu o Amor emanado y expandido y, por tanto, todos gozamos de la condición de Hijos).

Como ocurre al ser humano, el Hijo debe al Padre/Madre su existencia, mas recordando siempre que es una extensión de él —genética en el caso humano, de calidad esencial, energética, mental y vibratoria en la divinidad— y que la naturaleza del Padre/Madre es Creadora, por lo que el Hijo es el fruto lógico de la propia Esencia paterna y del Amor que surge en la Concentración plena que corresponde a la Consciencia divina. Igualmente, así como el padre/madre humano ama a su hijo/a y viceversa, así, en una dimensión incomparablemente superior, el Principio Único y el Espíritu están unidos por el Amor porque son precisamente eso: la Esencia del Ser Uno, Amor Incondicional. La Esencia, que es Amor, unifica al Padre y al Hijo, que se funden en el Ser Uno.

En definitiva, el Principio Único es más que el Espíritu, pues es quien lo engendra, pero el Espíritu y el Principio Único comparten (son) la misma Esencia. El Principio Único es la Emanación misma de la Esencia; y el Espíritu es la expansión de la Esencia a partir de esa Emanación. Esto explica la radical veracidad de dos aseveraciones de Jesús recogidas en el Evangelio de San Juan y que aparentan ser contradictorias: «yo (Hijo) estoy en mi Padre», por un lado, y «el Padre es más que yo (Hijo)», por otro (14,20 y 14,28, respectivamente). También esclarece otra afirmación de Jesús en el mismo Evangelio: «si me conocéis a mí (Hijo), conoceréis también al Padre» (14,7).

Pero si el Principio Único y el Espíritu o Amor son la misma Esencia y comparten sus atributos en cuanto a calidad energética pura y vibración infinita, ¿cómo y de dónde surge la materia que conforma el mundo que nos rodea y nuestro propio cuerpo?. Para resolver este interrogante hay que volver al Verbo.

Verbo, condensación vibracional y materia.

Ya se ha repetido que el Verbo no es la Esencia del Ser Uno, ni su Emanación, sino la vibración que la Emanación de la Esencia lleva asociada. Por esto, su frecuencia no alcanza la gradación vibratoria del Amor: el Amor o Espíritu emanado es Vibración infinita; el Verbo que acompaña a la Emanación es vibración finita. Eso sí, su envergadura es colosal. Y la expansión del Verbo conforma una descomunal onda energética que se desparrama por la Mente infinita del Ser Uno y ocasiona enormes campos vibratorios integrales que se reproducen constantemente.

En estos inmensos campos vibracionales tienen lugar gigantescos movimientos, interferencias, interacciones y solapamientos ondulares y gravitatorios que se conjugan y condesan en incontables campos y nodos que adoptan muy distintas cotas y frecuencias vibratorias. De este modo, del Verbo y su despliegue surge una amplísima gama de niveles vibracionales de mayor o menor condensación y, por ende, de superior o inferior intensidad vibratoria (es lo que se anunció al indicar que el Amor tiene todos los modos de vibración y en todas sus amplitudes, mientras que el Verbo es la expresión concreta de un modo de vibración que se corresponderá a su mayor o menor condensación y, por ende, inferior o superior frecuencia vibracional). Y de esa extensa gama de niveles vibratorios surgen los mundos, esto es, la base material del Macrocosmos y sus diversos componentes —cuerpos, objetos,...—, parte de los cuales (los que están dentro de una determinada banda de frecuencia) pueden ser percibidos por nuestros sentidos físicos.

La materia, pues, surge del Verbo, del desenvolvimiento y condensación del mismo. Aparece en los nodos y campos vibratorios en donde la condensación es alta y, por ende, el nivel vibratorio es bajo. Y será tanto más densa cuanto mayor sea la condensación y menor su grado de vibración. Surgida de este modo, la materia ha evolucionado en cada rincón del Universo hasta configurar el prodigioso Cosmos que nos rodea, el sistema solar y el planeta en el que vivimos y todo lo que en él hay, incluida la especie humana. Por tanto, el Verbo, está en la razón de ser de toda la materialidad existente, desde la estrella más remota a nuestro cuerpo físico. Se entiende así el versículo ya citado del Evangelio de San Juan: «al principio era el Verbo; y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios» (1,1).

Por tanto, la materia también es creación divina (por supuesto, dentro del concepto general de materia se incluyen muchos tipos de ella, pues las diferentes combinaciones de modos de vibración generan materias de diferente naturaleza y rango frecuencial). No obstante, su nivel vibratorio es escaso, tanto menor cuanto mayor sea su densidad, en comparación con el Principio Único (Padre) y el Espíritu o Amor (Hijo) y carece de otras muchas de las cualidades de éstos. Debido a ello, escritos pretéritos, como el Génesis, se refieren a la materia como las «Tinieblas», diferenciándola de la «Luz» que identifica la alta vibración del Padre y el Hijo. Lo que no significa, como se desarrollará más adelante, que la materia sea el «Mal», pues no puede haber maldad en lo que es creación divina. Sencillamente, ostenta las características y condiciones que le corresponden en función de su baja vibración por la intensa condensación del Verbo (es parecido a lo que ocurre con la temperatura: si tomamos la escala Celsius, tendremos temperaturas positivas y negativas; si usamos la escala Kelvin, las temperaturas son absolutas, siempre positivas).






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