Buscadores. Emilio Carrillo (31) Lo no manifestado y lo manifestado. La Unidad Divina.

Lo No Manifestado y lo Manifestado.

Por todo lo expuesto, cabe señalar que la Creación, siendo Una en el Ser Uno, ostenta una doble dimensión o plano: el plano de lo «No Manifestado» (Omega) y el plano de lo «Manifestado» (Alfa). Con relación al primero, está situado más allá del espacio/tiempo y es imperceptible para nuestros sentidos físicos. Lo configura la expansión de la Esencia emanada, que es fruto de la actividad creadora innata del Principio Único, comparte sus cualidades y elevadísimo rango vibratorio y se despliega como Espíritu o Amor. En cuanto al plano de lo Manifestado, se debe al Verbo y su condensación. Hay que insistir en que el Verbo, aunque también sea generado por el Principio Único, no es Esencia, sino que surge asociado a su Emanación. Y cuando el Verbo se despliega, las ondas vibracionales que lo constituyen se condensan (valga el símil del agua que se condensa como hielo) en muy distintos y cuantiosos niveles vibratorios, de menor frecuencia cuanto mayor sea la condensación, que conforman el plano de lo Manifestado.

Es tal la variedad de niveles vibratorios generados por el desenvolvimiento del Verbo que, para su mejor entendimiento por la mente humana, es conveniente subdividir el plano de lo Manifestado en «manifestaciones intangibles» y «manifestaciones tangibles». Las primeras, dimanan de condensaciones débiles, por lo que gozan de alta gradación vibratoria y se mantienen en la esfera de lo inmaterial (al menos desde la perspectiva de nuestros cinco sentidos). Por el contrario, las manifestaciones tangibles derivan de condensaciones fuertes, por lo que tienen una reducida frecuencia vibracional y conforman la materia que nuestros sentidos son capaces de percibir. Es en estos últimos niveles en donde tiempo y espacio ganan protagonismo.

La Unidad Divina.

Hay que insistir en que todo existe y se sostiene en el Ser Uno: todo es Él y permanece en Él; nada hay fuera ni distinto de Él. Es la Unidad Divina (Todo, Identidad Suprema). En coherencia con ello, el plano de lo No Manifestado u Omega (Espíritu o Amor, vibración infinita) y el de lo Manifestado o Alfa (Verbo, vibración finita) están plena y radicalmente inmersos en la Unidad Divina. A ello hace mención San Juan en el Apocalipsis cuando recoge esta afirmación de Dios: «yo soy el Alfa y la Omega» (1,8), esto es, lo Manifestado y lo No Manifestado.

Además, dentro de la Unidad, cada uno de estos planos configura, a su vez, una unidad. Específicamente, uno es el Espíritu o Amor que emana y se expande (lo No Manifestado). Y uno es con el Principio Único que lo engendra, ya que el Hijo es uno con el Padre — «Yo (Hijo) y el Padre somos uno» (Juan, 10, 30)— y comparte sus cualidades de eternidad, inalterabilidad, infinitud y vibración pura. En cuanto al plano de lo Manifestado, también conforma una unidad, pues todas las manifestaciones —las intangibles y las tangibles— son fruto de la condensación de las ondas vibracionales asociadas a la Emanación divina, distinguiéndose entre sí sólo por el nivel de condensación y, en consecuencia, la frecuencia vibratoria.

Nuestros sentidos corporales carecen de capacidad para notar la existencia del plano de lo No Manifestado. En cuanto al de lo Manifestado, sólo perciben las manifestaciones tangibles, pero no las intangibles. Y lo hacen sin percatarse de que todas estas manifestaciones (incluida la materia y nuestra realidad física como seres humanos) pertenecen y se integran en la unidad energética y vibracional del Verbo, sostenido y existente, a su vez, en la Unidad Divina del Ser Uno.

Esto tiene importantes implicaciones en nuestra vida cotidiana. En otros epígrafes del texto se profundizará en ellas. Baste aquí con subrayar que, por lo que se acaba de señalar, cuando el ser humano pasa sus días en piloto automático (ego) y no abre otras puertas (intuición, inspiración, meditación, sensibilidad,…) de acceso al conocimiento, confiando exclusivamente en lo que sus cinco sentidos le enseñan, se condena a vivir ajeno a su verdadero ser, que, como después se verá, pertenece al plano de lo No Manifestado. Igualmente, limita su visión del Universo a sólo una parte del plano de lo Manifestado, las manifestaciones tangibles, ignorando las de carácter inmaterial. Y, finalmente, cae en el error de creer que las manifestaciones materiales, en general, y su propia entidad física, en particular, son realidades separadas, individuales e, incluso, dotadas de una identidad singular o personalidad. Tamaña falacia introduce a hombres y mujeres en un mundo ilusorio («maya») de muy reducido grado de consciencia y que en nada coincide con lo Real, convirtiendo su existencia en una estéril búsqueda sin objeto entre apegos materiales y con la muerte como amenaza constante y aciago final.





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