"Buscadores" Emilio Carrillo B (44) El Bien y el Mal.

Satanás.

El funcionamiento tanto de la dinámica vibratoria interactiva —por la que una manifestación concreta de existencia, por ejemplo, una persona, puede llevar a cabo la elevación de su grado de consciencia— como de la interacción consciencial entre la suma y sus partes —verbigracia, entre la Vía Láctea y el sistema solar de Ors, el planeta Tierra o un ser humano— ayuda a entender una figura recurrente en cuantiosas tradiciones espirituales: la de Satanás (el Maligno, Diablo, Demonio…).

Para numerosas personas la existencia de Satanás es una fantasía o, como mucho, el reflejo metafórico del Mal en abstracto, diluido en los seres humanos y en el mundo. Sin embargo, Satanás no es una ficción, aunque, como escribiera Beaudelaire, «la victoria más grande del Demonio es hacer creer que no existe». Este ser oscuro y perturbador existe realmente y continúa actuando. Jesús lo define señalando que «es mentiroso y padre de la mentira» (Juan, 8,44). San Pedro lo compara con un león rugiente: «vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (1Pedro, 5,8). Y los textos sagrados de diferentes religiones lo citan con asiduidad y lo describen como un ser espiritual y concreto, el «ángel caído» de las Escrituras.

Su existencia se debe a que en el Omniverso rige la ley del ritmo. Por ella sabemos que no todo es evolución o progreso, sino que hay igualmente involución o regresión. Esto es así, como se subrayó en su momento, en lo que a la dinámica vibratoria interactiva se refiere: no sólo es posible elevar el grado de consciencia, sino que, como resultado de la manera en la que en libre albedrío se aborden los estadios de conciencia y experiencias, puede haber también reducciones en la gradación consciencial del ser. Y lo mismo ocurre, como se ha reseñado en los párrafos previos, en lo que a la interacción consciencial afecta: el salto consciencial tirará vibracional y dimensionalmente de aquellos seres con nivel de consciencia suficiente, pero no de aquellos que mantengan baja su gradación consciencial.

¿Qué ocurre con aquellos seres que caen en grado de consciencia y quedan fueran del salto consciencial?. Como ya se ha apuntado, el tirón vibracional no impacta en ellos y sus almas permanecen en el plano en el que ya estaban encarnadas, volviendo a vivir en él la dinámica vibratoria (grado de consciencia —estadio de conciencia— experiencias) que les permita recuperar y aumentar el nivel consciencial. Pero igualmente puede darse que continúen degradando su grado de consciencia hasta un punto que provoque el descenso en el plano o dimensión de existencia.


A esto último precisamente se está haciendo mención cuando se califica a Satanás de ángel caído, aunque ciertamente no tiene por qué ser sólo uno, sino muchos (legión) los ángeles caídos. Existiendo en una dimensión más pura vibracional y consciencialmente, sus vivencias en ella, en lugar de contribuir a incrementar su grado de consciencia, impulsándolo incluso a planos más elevados, estuvieron marcadas por el renacer de comportamientos egóicos impropios de tal dimensión, por lo que la minoración de su grado consciencial fue tan contundente que cayó —o cayeron— a un plano más denso vibracionalmente y de menor nivel consciencial: el plano de la tridimensionalidad, el planeta Tierra.

Su alma, cual acumulador vibratorio y energético, arrastra el recuerdo de la caída y, dado el rango vibracional que llegó a alcanzar, la Ley del Ínferos no desactiva el mismo del modo que sí hace en los seres humanos. Ante ello, la pérdida del antiguo rango vibracional y consciencial, en lugar de conducirlo a una dinámica de recuperación de grado de consciencia, lo ha arrastrado a una existencia ruin: su desmesurado ego lo ha llevado a considerarse rey de este mundo (plano) y ejerce su poder —que conscientemente sabe que deriva de su condición de Hijo de Dios— procurando que los seres humanos, sus súbditos, no elevemos nuestro grado de consciencia. Para ello no duda en utilizar a su favor, con engaños, mentiras y la promesa de una felicidad imposible, el engatusamiento que el mundo material, sus apegos y anhelos, provoca en las personas que andan con el piloto automático encendido y sin consciencia de su Yo profundo y divinal. Nos presenta acciones perversas como si no lo fuesen, nos estimula a actuar egóicamente y, en tercer lugar, nos sugiere razones para justificar tales acciones y sus consecuencias. Después de engañarnos, nos llena de inquietud y de tristeza.


Ante sus artes (las famosas «tentaciones») conviene estar atento y no dejarse atrapar. Y si en algún momento esto se produjera, no hay que desesperarse, sino adquirir experiencia de lo sucedido, llenar con amor los efectos de daño o dolor que hayamos podido ocasionar, recordar nuestro linaje divinal y confiar en la fuerza y energía que ello nos otorga para volver a avanzar en grado de consciencia y Amor.

Por todo lo expuesto, la figura de Satanás nada tiene que ver con apariciones, fantasmas y asimilados, que pertenecen a un ámbito bien distinto denominado «bajo astral» por determinadas escuelas. Pero sí debe ser puesta en conexión con la visión de lo demoníaco de distintas corrientes trascendentes que sostienen que sin haber descendido al plano humano, sino manteniéndose en planos de mayor nivel vibratorio, existe y se produce la acción consciente de seres que, a pesar de su grado de evolución, se han apartado del «plan divino» y pretenden impedir el avance consciencial de la humanidad, a la que desean mantener bajo su mando e influencia.

A este convencimiento responden tanto los «pactos con el diablo» como diversos tipos de «endemoniados» y «posesiones». Los primeros —recuérdese el Fausto de Goethe— conforman una tradición de mucha raigambre en diferentes culturas. En cuanto a los segundos, están muy presentes en la narrativa y el cine de nuestros días —verbigracia, la famosa película El exorcista—, aunque provienen de muy atrás, siendo bien conocidas, por ejemplo, las escenas evangélicas en las que Jesús se enfrenta a «espíritus impuros» que han poseído a seres humanos, como el hombre de la sinagoga de Cafarnaún (Marcos 1,12-19), o el ciego y mudo cuya curación milagrosa ocasiona un debate con los fariseos a propósito de Belcebú y Satanás (Mateo, 12,23-33). No obstante, estas categorías han de ser diferenciadas de los «espíritus inmundos», más cercanos al «bajo astral» antes citado y recogidos igualmente en los textos evangélicos (Mateo 12, 43-45 y Lucas 11,24-26).

Hipótesis e imposibilidad del Mal Absoluto.



Para finalizar estas reflexiones sobre el Bien y el Mal y al hilo de lo enunciado sobre Satanás, no puede eludirse el examen de la hipótesis del Mal Absoluto, como polo opuesto al Bien Absoluto que es el Amor Incondicional, la Esencia del Ser Uno. Una hipótesis que ha de partir de lo ya descrito acerca de que como el Bien y el Mal comparten la misma naturaleza y se diferencian en el nivel vibratorio. Éste es el que distingue a ambos polos, entre los que hay innumerables estadios y modalidades vibracionales. Las frecuencias altas marcan la esfera del Bien; y las bajas, la del Mal. Y la gradación vibratoria más elevada radica en la Esencia divina (vibración pura e infinita, Bien Absoluto) y su opuesto en la materia más extremadamente densa que podamos imaginar.

Pero, ¿cuán densa puede ser la materia?. Porque la densidad de las manifestaciones intangibles y tangibles y, por ello, de la materia depende del nivel de condensación del Verbo —la vibración asociada a la Emanación de la Esencia—. Y puede pensarse en la hipótesis de la condensación absoluta: el cero vibracional, que equivaldría a lo que en temperatura se corresponde con -273 grados. El cero vibracional sería, así, el extremo contrario a la vibración pura e infinita, es decir, el Mal Absoluto, el polo opuesto del Bien Absoluto.

Y en caso de que el Mal Absoluto existiera, la dinámica vibratoria interactiva que se ha examinado sería ante él un imposible, pues el Espíritu que por la Inmanencia de Dios estuviera subyacente en las manifestaciones de cero vibracional no podría nunca inyectar potencia suficiente en el alma para superar la fuerza de este influjo negativo: como ensañan las matemáticas, infinito (vibración del Espíritu) multiplicado por cero (vibración del Mal Absoluto) es igual a cero. En tal escenario no habría posibilidad de que el alma incrementara su frecuencia vibratoria, ni de resurrección de la carne. Es el polo opuesto a la vibración pura (la Esencia divina) y sus atributos (Bien); es el Mal Absoluto sin remisión.

Ahora bien: ¿es factible que en la Creación exista un estado así?. Lo hace imposible el hecho de que la Creación toda surge de la Consciencia y Concentración del Ser Uno y de la Emanación y expansión de la Esencia divinal y el Verbo. Y por fuerte que sea la condensación de éste, cualquier cosa que emane del Ser Uno y en su Mente se sostenga cuenta, forzosamente, con un mínimo de energía vibracional. Así ocurre incluso con la mente humana, en la que cualquier pensamiento lleva asociado vibración, por modesta que sea su frecuencia. De idéntica forma, en una escala incomparable, sucede en la Mente divina.

Por tanto, existe el Bien Absoluto, pero no el Mal AbsolutoEsto hace que en cualquier supuesto, por alta que sea la condensación vibracional y baja la frecuencia de la manifestación resultante, pueda desarrollarse la dinámica vibratoria interactiva, con todo lo que ello supone.





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