Buscadores (21). Parte II: Capítulo 4 (3) : Integración y Aceptación.- Quietud.- Movimiento.- Unidad.
Integración y aceptación.
Con la elevación del grado de consciencia y el avance en los estadios de conciencia se produce, finalmente, la integración en la Unidad. Desde luego, siempre permanecimos en ella. La diferencia es que ahora tomamos consciencia de ello. Hay que insistir en que esta consciencia plena siempre está a nuestro alcance. Pero solemos recorrer múltiples grados de consciencia, en un contexto de individualidad y libre albedrío, hasta adquirir consciencia de Unidad.
Imaginemos por un momento que somos una hoja en un gran árbol: vivimos junto a otras hojas en una ramita que pende, junto a otras ramitas, de una rama mayor que está sujeta a su vez, junto con otras ramas, de uno de los troncos en los que se ha abierto el tronco común del árbol. De manera figurada e inevitablemente insuficiente, podemos representar así sucesivos aumentos del grado de consciencia, cada uno de los cuales se plasmará en estadios de conciencia con sus correspondientes experiencias:
a) Soy una hoja y cuanto me rodea existe para hacerme feliz (grado consciencial muy bajo o egóico).
b) Soy una hoja en una ramita con otras hojas: aspiro a mi felicidad y a la de las demás hojas de la ramita (grado consciencial bajo o de sistema «ramita» —familia—).
c) Soy una hoja en una ramita con otras hojas que pende, junto con otras ramitas que tienen otras hojas, de una rama mayor: deseo mi felicidad y la de todas las hojas que están en la rama (grado consciencial medio/bajo o de sistema «rama» —comunidad próxima—).
d) Soy una hoja en una ramita con otras hojas que pende, junto con otras ramitas que tienen otras hojas, de una rama mayor que, junto con otras ramas con sus respectivas ramitas y hojas, surge de un tronco: quiero ser feliz y que conmigo lo sean todas las hojas, ramitas y ramas que salen del tronco (grado consciencial medio o de sistema «tronco» —sociedad—).
e) Soy una hoja en una ramita con otras hojas que pende,
junto con otras ramitas que tienen otras hojas, de una rama
mayor que, junto con otras ramas con sus respectivas ramitas y hojas, surge de un tronco que, junto a otros troncos con sus ramas, ramitas y hojas, sale del tronco común: ligo mi felicidad a la de todas las hojas, ramitas, ramas y troncos que tienen una base compartida (grado consciencial medio/ alto o de sistema «global» —planeta—).
f ) Soy una hoja en una ramita con otras hojas que pende, junto con otras ramitas que tienen otras hojas, de una rama mayor que, junto con otras ramas con sus respectivas ramitas y hojas, surge de un tronco que, junto a otros troncos con sus ramas, ramitas y hojas, sale del tronco común de un árbol en el que como hoja me integro: mi existencia trasciende de mi como hoja y uno mi felicidad al árbol en su conjunto, con todos sus componentes (grado consciencial alto o de consciencia buscador).
g) No soy una hoja, sino el árbol que se manifiesta y experimenta a sí mismo como hoja (grado consciencial muy alto o de consciencia vidente).
h) Soy el árbol y la vida que le da vida y lo unifica: cualquier suceso que en el árbol acontezca, por ejemplo, un pájaro que se posa en cualquier rama u hoja, me ocurre a mí y lo siento en mí porque soy el árbol y la energía que lo vivifica (grado consciencial pleno o de consciencia de espíritu).
En este último escenario, por fin soy el que soy. Sin ruptura o separación alguna. Ello, lejos de desmerecer mi esencia y existencia, las engrandece: no soy una hoja del árbol, sino el árbol mismo, de cuya vida y esencia participo y en la que me integro. No soy un trazo suelto en un cuadro, sino todo el cuadro en sí; no soy una ola en el mar, sino el mar como tal; no soy una ínfima porción de la Creación, sino la Creación misma.
Es más, cada incremento de mi grado de consciencia contribuye al aumento de la consciencia de la suma de la que formo parte (la ramita, la rama o el tronco) y, a través de ello, de la Unidad (el árbol). Y cuando elevo la consciencia a su grado más alto o de espíritu, mi toma de consciencia explosiona la consciencia de la Unidad, por lo que, siendo Creación, también soy Creador.
Se acabó la visión fragmentada que tanto gusta al ego y espropia de la tridimensionalidad. Tú, yo, el de allí y el de acá somos Uno y somos Dios. Este estado de consciencia genera en nuestro interior un agudo sentimiento de integración y enamoramiento: nos sentimos completamente enamorados de la Unidad Divina, del Ser Uno. Los primeros Padres de la Iglesia llamaron a esto «endiosamiento», señalado por San Basilio como meta máxima que «conlleva el don de la gracia, alegría interminable, permanencia en Dios». En este grado de consciencia la persona siente su ser repleto de quietud y movimiento, que no son antagónicos, sino complementarios. Y si seguimos encarnados en el plano humano será para apoyar a los buscadores, poniendo a su servicio lo único que en verdad somos: Amor
Quietud.
Desarrollo una vida impersonal —sin ego, en la Unidad—. Vivo el presente y me ocupo de ser, sin apegos, ni preocupaciones, ni deseos, pues nada puedo anhelar cuando soy el que soy. Constato que el conocimiento y las creencias tienen al deseo como base común, por lo que me libero del querer saber y, simplemente, siento, soy. La lucha de la mente cesa para siempre. Compruebo que todo está a mi entera disposición y que mi interior construye y reconstruye constantemente el exterior. Nada rechazo y todo lo acepto (incluido mi cuerpo) tal cual es: Divinidad y Unidad. Me llena la paz, nada la altera, nada es capaz de quitármela. Sé que cuanto me reprima o inquiete es falso y reboso de felicidad y quietud.
Esta quietud, como manifestación de la consciencia pura y completa, ha estado muy presente en el misticismo cristiano, en general, y en el español, en particular, con Miguel de Molinos (1628-1696) a la cabeza, encarcelado por la Inquisición acusado de practicar el «quietismo» y ensalzarlo en su obra Guía Espiritual (Barral Editores; Barcelona, 1974). Su Defensa de la contemplación (en la misma edición de Barral) muestra cómo la consciencia plena del ser engarza con la práctica de la contemplación: un estado más perfecto que la meditación, siendo ésta principio y medio para alcanzar aquélla.
Movimiento.
Y como Dios que soy, Amor soy. Un Amor colosal e integral que me inunda, me envuelve y me convierte en energía pura y dinámica. Amar se transforma en mi ocupación, la única, pues soy el que soy y Amor soy. Se plasma en mi entorno en amor al prójimo: ilimitado, incondicional, abnegado, sin predilección. Rompe cualquier estatismo o resignación y me transforma en movimiento ilimitado que se expande a mi alrededor.
Me con-muevo y siento com-pasión con el dolor y mi esencia se moviliza con el que lo tiene y se da por entero a él, aunque aprendo a diferenciar el dolor —un hecho objetivo— del sufrimiento —subjetivo, un apego más del ser humano— y el victimismo. Y me con-muevo y siento com-pasión con el entusiasmo, en cualquiera de sus manifestaciones, egóicas o altruistas; y veo a Dios en la fuerza que tantos despliegan buscando fuera de sí lo que poseen en su interior.
Unidad.
La consciencia plena nos identifica radicalmente con la Unidad. Comprendemos, interiorizamos y vivimos que todo es suma de partes y forma parte de una suma superior, aunque cada parte es, a su vez, el Todo. Así de grandiosa es la Unidad divina.
Cada componente del organismo humano es un Universo dentro de un cuerpo, que es otro Universo dentro de un planeta (Tierra), que es otro Universo dentro de un sistema solar (Ors), que es otro Universo dentro de una galaxia (Vía Láctea), que es otro Universo dentro de un Universo, el conocido por la ciencia y por nuestros sentidos físicos, que es una de las muchas dimensiones del polifacético y multidimensional Omniverso. Y todo es Uno, siendo el Amor Incondicional, como constataremos en la Parte Tercera del texto, la fuerza infinita que vivifica, unifica y hace posible este colosal milagro cosmogónico. El Amor es la energía, vibración pura, que fluye por doquier y de la que surgen todas las demás modalidades energéticas. El Amor ensambla, aglutina y permite el desarrollo de la Creación a través de la expansión de la consciencia, de modo que el aumento del grado de consciencia de cualquiera de las partes conlleva la expansión de la consciencia de la Unidad.
En este prodigioso marco, cada ser humano es un Universo dentro de otros muchos Universos. Cada hombre y mujer es uno de los infinitos vórtices (núcleos, células, centros) de energía sostenidos en la Creación. Un vórtice de energía de Amor y vibratoria en el que se cumple la regla sagrada: es suma de partes y forma parte, a su vez, de una suma superior, aunque cada parte es, a su vez, el Todo. Por tanto, cada ser humano es una plasmación de la Unidad o una manifestación de Dios. Nada nos separa de la Divina Unidad. Como hoja, somos el propio Árbol de la Vida. Somos mucho más que la Creación de Dios: somos Dios mismo; somos Creación&Creador.
Somos Creación: Cada ser humano es parte (hoja) de la Creación (Árbol), pero como ésta es Una, somos la Creación misma (no somos una hoja, sino el Árbol). El Amor es la savia, la vida del Árbol, la energía y elemento vivificador que plasma y en la que se manifiesta esta Unidad.
Y Somos Creador: Creamos exactamente lo que creemos. Cuando adquirimos consciencia de nuestro verdadero Ser —cuando podemos afirmar soy el que soy (no hoja, sino Árbol, Dios)—, creamos Amor puro e incondicional, la energía que todo impulsa. La consciencia de nuestro verdadero Ser (Árbol, Dios) contribuye a la expansión de la Consciencia de la Unidad y de la Creación.
Al madurar la noción de Unidad, nos familiarizaremos más y más con lo divino. Y, finalmente, experimentaremos a Dios, a nosotros mismos, como Ser infinito en movimiento a velocidad infinita por dimensiones infinitas con Consciencia Perfecta, Unidad Absoluta y Amor Incondicional. Nos habremos convertido en el Milagro; y esta experiencia pasmosa nos parecerá tan natural y sencilla como estar sentados bajo las estrellas, pero cada una de ellas será nosotros mismos. Este es nuestro estado natural: estar unificado con el Cosmos, en íntima relación con la vida en todas sus formas; alcanzar finalmente la Unidad con nuestro propio Ser. Este es nuestro destino y el final de nuestra búsqueda. Cada uno de nosotros es Amor y pasa por la lucha, el dolor, el entusiasmo y la pasión para terminar reconociéndose como lo que es: Amor.
Con la elevación del grado de consciencia y el avance en los estadios de conciencia se produce, finalmente, la integración en la Unidad. Desde luego, siempre permanecimos en ella. La diferencia es que ahora tomamos consciencia de ello. Hay que insistir en que esta consciencia plena siempre está a nuestro alcance. Pero solemos recorrer múltiples grados de consciencia, en un contexto de individualidad y libre albedrío, hasta adquirir consciencia de Unidad.
Imaginemos por un momento que somos una hoja en un gran árbol: vivimos junto a otras hojas en una ramita que pende, junto a otras ramitas, de una rama mayor que está sujeta a su vez, junto con otras ramas, de uno de los troncos en los que se ha abierto el tronco común del árbol. De manera figurada e inevitablemente insuficiente, podemos representar así sucesivos aumentos del grado de consciencia, cada uno de los cuales se plasmará en estadios de conciencia con sus correspondientes experiencias:
a) Soy una hoja y cuanto me rodea existe para hacerme feliz (grado consciencial muy bajo o egóico).
b) Soy una hoja en una ramita con otras hojas: aspiro a mi felicidad y a la de las demás hojas de la ramita (grado consciencial bajo o de sistema «ramita» —familia—).
c) Soy una hoja en una ramita con otras hojas que pende, junto con otras ramitas que tienen otras hojas, de una rama mayor: deseo mi felicidad y la de todas las hojas que están en la rama (grado consciencial medio/bajo o de sistema «rama» —comunidad próxima—).
d) Soy una hoja en una ramita con otras hojas que pende, junto con otras ramitas que tienen otras hojas, de una rama mayor que, junto con otras ramas con sus respectivas ramitas y hojas, surge de un tronco: quiero ser feliz y que conmigo lo sean todas las hojas, ramitas y ramas que salen del tronco (grado consciencial medio o de sistema «tronco» —sociedad—).
e) Soy una hoja en una ramita con otras hojas que pende,
junto con otras ramitas que tienen otras hojas, de una rama
mayor que, junto con otras ramas con sus respectivas ramitas y hojas, surge de un tronco que, junto a otros troncos con sus ramas, ramitas y hojas, sale del tronco común: ligo mi felicidad a la de todas las hojas, ramitas, ramas y troncos que tienen una base compartida (grado consciencial medio/ alto o de sistema «global» —planeta—).
f ) Soy una hoja en una ramita con otras hojas que pende, junto con otras ramitas que tienen otras hojas, de una rama mayor que, junto con otras ramas con sus respectivas ramitas y hojas, surge de un tronco que, junto a otros troncos con sus ramas, ramitas y hojas, sale del tronco común de un árbol en el que como hoja me integro: mi existencia trasciende de mi como hoja y uno mi felicidad al árbol en su conjunto, con todos sus componentes (grado consciencial alto o de consciencia buscador).
g) No soy una hoja, sino el árbol que se manifiesta y experimenta a sí mismo como hoja (grado consciencial muy alto o de consciencia vidente).
h) Soy el árbol y la vida que le da vida y lo unifica: cualquier suceso que en el árbol acontezca, por ejemplo, un pájaro que se posa en cualquier rama u hoja, me ocurre a mí y lo siento en mí porque soy el árbol y la energía que lo vivifica (grado consciencial pleno o de consciencia de espíritu).
En este último escenario, por fin soy el que soy. Sin ruptura o separación alguna. Ello, lejos de desmerecer mi esencia y existencia, las engrandece: no soy una hoja del árbol, sino el árbol mismo, de cuya vida y esencia participo y en la que me integro. No soy un trazo suelto en un cuadro, sino todo el cuadro en sí; no soy una ola en el mar, sino el mar como tal; no soy una ínfima porción de la Creación, sino la Creación misma.
Es más, cada incremento de mi grado de consciencia contribuye al aumento de la consciencia de la suma de la que formo parte (la ramita, la rama o el tronco) y, a través de ello, de la Unidad (el árbol). Y cuando elevo la consciencia a su grado más alto o de espíritu, mi toma de consciencia explosiona la consciencia de la Unidad, por lo que, siendo Creación, también soy Creador.
Se acabó la visión fragmentada que tanto gusta al ego y espropia de la tridimensionalidad. Tú, yo, el de allí y el de acá somos Uno y somos Dios. Este estado de consciencia genera en nuestro interior un agudo sentimiento de integración y enamoramiento: nos sentimos completamente enamorados de la Unidad Divina, del Ser Uno. Los primeros Padres de la Iglesia llamaron a esto «endiosamiento», señalado por San Basilio como meta máxima que «conlleva el don de la gracia, alegría interminable, permanencia en Dios». En este grado de consciencia la persona siente su ser repleto de quietud y movimiento, que no son antagónicos, sino complementarios. Y si seguimos encarnados en el plano humano será para apoyar a los buscadores, poniendo a su servicio lo único que en verdad somos: Amor
Quietud.
Desarrollo una vida impersonal —sin ego, en la Unidad—. Vivo el presente y me ocupo de ser, sin apegos, ni preocupaciones, ni deseos, pues nada puedo anhelar cuando soy el que soy. Constato que el conocimiento y las creencias tienen al deseo como base común, por lo que me libero del querer saber y, simplemente, siento, soy. La lucha de la mente cesa para siempre. Compruebo que todo está a mi entera disposición y que mi interior construye y reconstruye constantemente el exterior. Nada rechazo y todo lo acepto (incluido mi cuerpo) tal cual es: Divinidad y Unidad. Me llena la paz, nada la altera, nada es capaz de quitármela. Sé que cuanto me reprima o inquiete es falso y reboso de felicidad y quietud.
Esta quietud, como manifestación de la consciencia pura y completa, ha estado muy presente en el misticismo cristiano, en general, y en el español, en particular, con Miguel de Molinos (1628-1696) a la cabeza, encarcelado por la Inquisición acusado de practicar el «quietismo» y ensalzarlo en su obra Guía Espiritual (Barral Editores; Barcelona, 1974). Su Defensa de la contemplación (en la misma edición de Barral) muestra cómo la consciencia plena del ser engarza con la práctica de la contemplación: un estado más perfecto que la meditación, siendo ésta principio y medio para alcanzar aquélla.
Movimiento.
Y como Dios que soy, Amor soy. Un Amor colosal e integral que me inunda, me envuelve y me convierte en energía pura y dinámica. Amar se transforma en mi ocupación, la única, pues soy el que soy y Amor soy. Se plasma en mi entorno en amor al prójimo: ilimitado, incondicional, abnegado, sin predilección. Rompe cualquier estatismo o resignación y me transforma en movimiento ilimitado que se expande a mi alrededor.
Me con-muevo y siento com-pasión con el dolor y mi esencia se moviliza con el que lo tiene y se da por entero a él, aunque aprendo a diferenciar el dolor —un hecho objetivo— del sufrimiento —subjetivo, un apego más del ser humano— y el victimismo. Y me con-muevo y siento com-pasión con el entusiasmo, en cualquiera de sus manifestaciones, egóicas o altruistas; y veo a Dios en la fuerza que tantos despliegan buscando fuera de sí lo que poseen en su interior.
Unidad.
La consciencia plena nos identifica radicalmente con la Unidad. Comprendemos, interiorizamos y vivimos que todo es suma de partes y forma parte de una suma superior, aunque cada parte es, a su vez, el Todo. Así de grandiosa es la Unidad divina.
Cada componente del organismo humano es un Universo dentro de un cuerpo, que es otro Universo dentro de un planeta (Tierra), que es otro Universo dentro de un sistema solar (Ors), que es otro Universo dentro de una galaxia (Vía Láctea), que es otro Universo dentro de un Universo, el conocido por la ciencia y por nuestros sentidos físicos, que es una de las muchas dimensiones del polifacético y multidimensional Omniverso. Y todo es Uno, siendo el Amor Incondicional, como constataremos en la Parte Tercera del texto, la fuerza infinita que vivifica, unifica y hace posible este colosal milagro cosmogónico. El Amor es la energía, vibración pura, que fluye por doquier y de la que surgen todas las demás modalidades energéticas. El Amor ensambla, aglutina y permite el desarrollo de la Creación a través de la expansión de la consciencia, de modo que el aumento del grado de consciencia de cualquiera de las partes conlleva la expansión de la consciencia de la Unidad.
En este prodigioso marco, cada ser humano es un Universo dentro de otros muchos Universos. Cada hombre y mujer es uno de los infinitos vórtices (núcleos, células, centros) de energía sostenidos en la Creación. Un vórtice de energía de Amor y vibratoria en el que se cumple la regla sagrada: es suma de partes y forma parte, a su vez, de una suma superior, aunque cada parte es, a su vez, el Todo. Por tanto, cada ser humano es una plasmación de la Unidad o una manifestación de Dios. Nada nos separa de la Divina Unidad. Como hoja, somos el propio Árbol de la Vida. Somos mucho más que la Creación de Dios: somos Dios mismo; somos Creación&Creador.
Somos Creación: Cada ser humano es parte (hoja) de la Creación (Árbol), pero como ésta es Una, somos la Creación misma (no somos una hoja, sino el Árbol). El Amor es la savia, la vida del Árbol, la energía y elemento vivificador que plasma y en la que se manifiesta esta Unidad.
Y Somos Creador: Creamos exactamente lo que creemos. Cuando adquirimos consciencia de nuestro verdadero Ser —cuando podemos afirmar soy el que soy (no hoja, sino Árbol, Dios)—, creamos Amor puro e incondicional, la energía que todo impulsa. La consciencia de nuestro verdadero Ser (Árbol, Dios) contribuye a la expansión de la Consciencia de la Unidad y de la Creación.
Al madurar la noción de Unidad, nos familiarizaremos más y más con lo divino. Y, finalmente, experimentaremos a Dios, a nosotros mismos, como Ser infinito en movimiento a velocidad infinita por dimensiones infinitas con Consciencia Perfecta, Unidad Absoluta y Amor Incondicional. Nos habremos convertido en el Milagro; y esta experiencia pasmosa nos parecerá tan natural y sencilla como estar sentados bajo las estrellas, pero cada una de ellas será nosotros mismos. Este es nuestro estado natural: estar unificado con el Cosmos, en íntima relación con la vida en todas sus formas; alcanzar finalmente la Unidad con nuestro propio Ser. Este es nuestro destino y el final de nuestra búsqueda. Cada uno de nosotros es Amor y pasa por la lucha, el dolor, el entusiasmo y la pasión para terminar reconociéndose como lo que es: Amor.
Comentarios
Publicar un comentario