Buscadores (24) Cap. 5: El Ahora, Ser, lo Real.
Las dos dimensiones del momento presente.
Para adentrarnos en la dimensión profunda del ser humano y su relación con el ahora, es crucial que primero reconozcamos y desvelemos interiormente las mentiras que han sido sintetizadas y por las que ha discurrido nuestra vida. Este reconocimiento es la llave que abre el acceso a esa otra dimensión: adquiramos consciencia del contenido y consecuencias reales de las mentiras reseñadas y convirtamos esa consciencia en la llave que conduce a nuestra dimensión más profunda. ¿Cuál es la puerta en cuya cerradura hay que introducir la llave?. La puerta es la esencia subyacente del momento presente. Veamos por qué.
Como ya se ha resaltado, el momento presente es el único sitio donde la vida existe. La vida llena y abundante es la eterna, la que no está sujeta al tiempo, un continuo momento presente en el que lo eterno se desenvuelve. Nuestra dimensión profunda se encuentra donde el ego nunca la buscaría: en el aquí y ahora. No obstante, el momento presente cuenta también con dos dimensiones: la superficial y cambiante; y la subyacente y fija.
La primera es la forma del momento presente, sus contenidos percibidos por nuestros sentidos. Y es cambiante. De un momento a otro varían los sonidos, silencios y ruidos; las luces y las sombras; la respiración y otras facetas corporales; las circunstancias personales y del entorno; las situaciones, lugares y paisajes; los estados de ánimo; la temperatura y la climatología; los olores y lo que el tacto toca; los pensamientos que transitan por la mente; los sentimientos y emociones; etcétera.
La segunda, la esencia subyacente por debajo de las formas, es la existencia, la vida misma, que siempre es ahora y nunca será no ahora. La existencia es «ser» y «ser» es ahora; no cuando fue, ni cuando será; no es un pensamiento o un objeto mental. Es el ahora; es «Ser»; es lo «Real».
El ahora, Ser, lo Real.
El ego, en su pilotaje automático, transitando entre creaciones mentales, ni sabe en qué consiste la esencia subyacente del momento presente. Sólo reconoce su aspecto superficial, la forma del ahora, que muta cada día, cada hora, cada minuto e, incluso, cada segundo. Por ello, el pequeño yo cree que es el propio momento presente el que se transforma de momento en momento. Casi ni existe, llega a pensar, dada su volatilidad, oscilando entre el momento que ya ha pasado y el que después vendrá.
Pero hay una esfera no superficial del momento presente que escapa a la comprensión del ego. Valga el ejemplo de un río, verbigracia el muy milenario Guadalquivir, el Baetis o Beitis de antes de los tartesios, que fluye desde tiempos remotos por tierras andaluzas. El falso yo, sentado a su orilla, sólo atiende a las formas y observa el curso de sus aguas, que en un punto concreto varía a cada momento o baja más o menos caudaloso. Es incapaz de entender que el río, por encima de tales cambios, es el río; que el Guadalquivir existe y es con independencia de las formas que adopte, más allá del discurrir de sus aguas, de las modificaciones de su caudal y del transcurrir del tiempo.
Lo mismo ocurre con el ser humano, que, como el momento presente, cuenta con una dimensión superficial, su forma percibida por los sentidos, y otra subyacente. La primera es la persona temporal, cuya fisonomía y circunstancias mutan a cada momento y cuyo fin, al cabo de unas pocas décadas, se halla en el cementerio. Allí serán enterrados o quemados todos sus anhelos, dramas, temores, ambiciones, éxitos y fracasos; allí quedará su forma reducida a polvo o ceniza. Por el contrario, la esencia subyacente no sabe de variaciones ni de muertes. Es inalterable, es la existencia, es el ser; el verdadero Yo, no el falso y pequeño yo; lo único real.
Contemplar lo transitorio y efímero del momento presente —sea de un río o de un ser humano— es una buena manera no sólo de percibir la forma, sino, igualmente, de percatarse de la esencia subyacente: el ser; el ahora ajeno a las formas y sus modificaciones. Se «es» en el ahora, en el momento presente. La forma de éste sí se transforma continuamente, pero sólo la forma. Por debajo del cambio hay algo que no tiene forma. Y ese algo no es «algo»; es sólo algo cuando pensamos en él y pretendemos llevarlo al mundo del ego. Pero, realmente, carece de forma, no es un objeto mental: es Ser, Existir, este momento, ahora.
No se puede ir más allá de este punto con el entendimiento. De hecho, ni hace falta ni es conveniente. Paramos el ajetreo incesante de los pensamientos, nos contemplamos a nosotros mismos y sentimos internamente que ser es existir y existir es ser. ¡Ya está!. Ni más, ni menos. No necesitamos pensar en que existimos y somos. Se trata, sencillamente, de tomar consciencia de ser, de existir. La mente está a nuestro servicio, no al revés; la mente está al servicio del ser, no a la inversa. Y ser conlleva atributos y potestades que pierden su esencia —se desnaturalizan— si son mentalmente tratados. Ser, existir, no precisa de racionalización alguna. Cuando intentamos situarlo al nivel del entendimiento lo convertimos mentalmente en «algo» lo empaquetamos en un objeto mental; y desvirtuamos de modo lamentable su esencia y entidad. Si lo nombramos, clasificamos y etiquetamos, ya no es real, sino una interpretación mental que nada tiene que ver con lo real.
«Espacio» y nueva interacción con la vida.
Por todo lo visto, hay una estrecha ligazón entre el momento presente -su forma y su dimensión subyacente- y la esencia subyacente del ser humano. Es obvio que si el momento presente existe, con sus dos dimensiones, es porque Yo existo. Si Yo no existiera, no habría momento presente ni en su forma ni en su fondo.
Verbigracia, si usted está aquí y ahora leyendo estas palabras —sentado en un sitio u otro, solo o acompañado, en silencio o no, con una temperatura mayor o menor, luciendo el sol o lloviendo,…— es porque usted «es» (ser), porque existe. Si no existiera —ser, lo subyacente— no habría este momento de lectura en ninguna de sus posibles y cambiantes circunstancias —la forma—. Y cuando termine de leer o haga un descanso, la forma del ahora será distinta a la del momento en el que inició la lectura o la del momento actual. Sin embargo, «algo» no habrá cambiado: el hecho de que usted es y existe.
Por tanto, el momento presente está absorbido en el Ser. Es en el Ser en donde existe la dimensión profunda del momento presente, su esencia subyacente y fija, la existencia, la vida. Y también es en el Ser donde existe la dimensión superficial y cambiante del ahora —su forma, sus contenidos—. Por ello se puede afirmar que el Ser es el «espacio» en el que emanan las formas del momento presente.
Para que exista el momento presente en sus dos dimensiones es imprescindible que Yo exista. Y este hecho tan obvio nos acerca espectacularmente al Yo verdadero, al que es y existe más allá de las formas cambiantes del continuo momento presente. Más allá de lo variable y mutable que hay en nuestra vida actual o, incluso, en la cadena de vidas que podemos transitar en nuestra encarnación en el plano humano, hay «algo» que no cambia: el hecho de que Yo existo; y de que si no existiera, todo lo demás tampoco existiría, pues mi Ser es la referencia obligada para que exista todo lo demás que muta y se transforma de un momento a otro. Mi dimensión subyacente —ser, existir— es la esencia de la dimensión subyacente del ahora, del momento presente. Y conforma el espacio en el que el momento presente se desenvuelve.
Este hecho es de enorme trascendencia para la vida cotidiana de cualquiera de nosotros y son muchas y muy notables sus implicaciones en nuestra existencia, en el ahora. Al ego le parece una locura, pero hay que volver a subrayar que la única demencia es la suya cuando intenta filtrar todo por el único plano que él conoce, el mental. Pero lo real es el Ser, el Yo verdadero. Y su existir explica el momento presente en sus dos dimensiones. El Ser es el espacio en el que surgen las formas del ahora.
El Ser es la consciencia misma que permite afirmar «soy el que soy». Todo lo demás es consciencia de objetos. La consciencia del Ser significa estar concentrado en Ser; existir en alerta y en el único sitio en donde la vida es posible: el ahora. El ahora es el Ser y en su espacio surgen las formas del momento presente, aunque el Yo verdadero esté más allá de las formas y no se llene de sus contenidos.
Para adentrarnos en la dimensión profunda del ser humano y su relación con el ahora, es crucial que primero reconozcamos y desvelemos interiormente las mentiras que han sido sintetizadas y por las que ha discurrido nuestra vida. Este reconocimiento es la llave que abre el acceso a esa otra dimensión: adquiramos consciencia del contenido y consecuencias reales de las mentiras reseñadas y convirtamos esa consciencia en la llave que conduce a nuestra dimensión más profunda. ¿Cuál es la puerta en cuya cerradura hay que introducir la llave?. La puerta es la esencia subyacente del momento presente. Veamos por qué.
Como ya se ha resaltado, el momento presente es el único sitio donde la vida existe. La vida llena y abundante es la eterna, la que no está sujeta al tiempo, un continuo momento presente en el que lo eterno se desenvuelve. Nuestra dimensión profunda se encuentra donde el ego nunca la buscaría: en el aquí y ahora. No obstante, el momento presente cuenta también con dos dimensiones: la superficial y cambiante; y la subyacente y fija.
La primera es la forma del momento presente, sus contenidos percibidos por nuestros sentidos. Y es cambiante. De un momento a otro varían los sonidos, silencios y ruidos; las luces y las sombras; la respiración y otras facetas corporales; las circunstancias personales y del entorno; las situaciones, lugares y paisajes; los estados de ánimo; la temperatura y la climatología; los olores y lo que el tacto toca; los pensamientos que transitan por la mente; los sentimientos y emociones; etcétera.
La segunda, la esencia subyacente por debajo de las formas, es la existencia, la vida misma, que siempre es ahora y nunca será no ahora. La existencia es «ser» y «ser» es ahora; no cuando fue, ni cuando será; no es un pensamiento o un objeto mental. Es el ahora; es «Ser»; es lo «Real».
El ahora, Ser, lo Real.
El ego, en su pilotaje automático, transitando entre creaciones mentales, ni sabe en qué consiste la esencia subyacente del momento presente. Sólo reconoce su aspecto superficial, la forma del ahora, que muta cada día, cada hora, cada minuto e, incluso, cada segundo. Por ello, el pequeño yo cree que es el propio momento presente el que se transforma de momento en momento. Casi ni existe, llega a pensar, dada su volatilidad, oscilando entre el momento que ya ha pasado y el que después vendrá.
Pero hay una esfera no superficial del momento presente que escapa a la comprensión del ego. Valga el ejemplo de un río, verbigracia el muy milenario Guadalquivir, el Baetis o Beitis de antes de los tartesios, que fluye desde tiempos remotos por tierras andaluzas. El falso yo, sentado a su orilla, sólo atiende a las formas y observa el curso de sus aguas, que en un punto concreto varía a cada momento o baja más o menos caudaloso. Es incapaz de entender que el río, por encima de tales cambios, es el río; que el Guadalquivir existe y es con independencia de las formas que adopte, más allá del discurrir de sus aguas, de las modificaciones de su caudal y del transcurrir del tiempo.
Lo mismo ocurre con el ser humano, que, como el momento presente, cuenta con una dimensión superficial, su forma percibida por los sentidos, y otra subyacente. La primera es la persona temporal, cuya fisonomía y circunstancias mutan a cada momento y cuyo fin, al cabo de unas pocas décadas, se halla en el cementerio. Allí serán enterrados o quemados todos sus anhelos, dramas, temores, ambiciones, éxitos y fracasos; allí quedará su forma reducida a polvo o ceniza. Por el contrario, la esencia subyacente no sabe de variaciones ni de muertes. Es inalterable, es la existencia, es el ser; el verdadero Yo, no el falso y pequeño yo; lo único real.
Contemplar lo transitorio y efímero del momento presente —sea de un río o de un ser humano— es una buena manera no sólo de percibir la forma, sino, igualmente, de percatarse de la esencia subyacente: el ser; el ahora ajeno a las formas y sus modificaciones. Se «es» en el ahora, en el momento presente. La forma de éste sí se transforma continuamente, pero sólo la forma. Por debajo del cambio hay algo que no tiene forma. Y ese algo no es «algo»; es sólo algo cuando pensamos en él y pretendemos llevarlo al mundo del ego. Pero, realmente, carece de forma, no es un objeto mental: es Ser, Existir, este momento, ahora.
No se puede ir más allá de este punto con el entendimiento. De hecho, ni hace falta ni es conveniente. Paramos el ajetreo incesante de los pensamientos, nos contemplamos a nosotros mismos y sentimos internamente que ser es existir y existir es ser. ¡Ya está!. Ni más, ni menos. No necesitamos pensar en que existimos y somos. Se trata, sencillamente, de tomar consciencia de ser, de existir. La mente está a nuestro servicio, no al revés; la mente está al servicio del ser, no a la inversa. Y ser conlleva atributos y potestades que pierden su esencia —se desnaturalizan— si son mentalmente tratados. Ser, existir, no precisa de racionalización alguna. Cuando intentamos situarlo al nivel del entendimiento lo convertimos mentalmente en «algo» lo empaquetamos en un objeto mental; y desvirtuamos de modo lamentable su esencia y entidad. Si lo nombramos, clasificamos y etiquetamos, ya no es real, sino una interpretación mental que nada tiene que ver con lo real.
«Espacio» y nueva interacción con la vida.
Por todo lo visto, hay una estrecha ligazón entre el momento presente -su forma y su dimensión subyacente- y la esencia subyacente del ser humano. Es obvio que si el momento presente existe, con sus dos dimensiones, es porque Yo existo. Si Yo no existiera, no habría momento presente ni en su forma ni en su fondo.
Verbigracia, si usted está aquí y ahora leyendo estas palabras —sentado en un sitio u otro, solo o acompañado, en silencio o no, con una temperatura mayor o menor, luciendo el sol o lloviendo,…— es porque usted «es» (ser), porque existe. Si no existiera —ser, lo subyacente— no habría este momento de lectura en ninguna de sus posibles y cambiantes circunstancias —la forma—. Y cuando termine de leer o haga un descanso, la forma del ahora será distinta a la del momento en el que inició la lectura o la del momento actual. Sin embargo, «algo» no habrá cambiado: el hecho de que usted es y existe.
Por tanto, el momento presente está absorbido en el Ser. Es en el Ser en donde existe la dimensión profunda del momento presente, su esencia subyacente y fija, la existencia, la vida. Y también es en el Ser donde existe la dimensión superficial y cambiante del ahora —su forma, sus contenidos—. Por ello se puede afirmar que el Ser es el «espacio» en el que emanan las formas del momento presente.
Para que exista el momento presente en sus dos dimensiones es imprescindible que Yo exista. Y este hecho tan obvio nos acerca espectacularmente al Yo verdadero, al que es y existe más allá de las formas cambiantes del continuo momento presente. Más allá de lo variable y mutable que hay en nuestra vida actual o, incluso, en la cadena de vidas que podemos transitar en nuestra encarnación en el plano humano, hay «algo» que no cambia: el hecho de que Yo existo; y de que si no existiera, todo lo demás tampoco existiría, pues mi Ser es la referencia obligada para que exista todo lo demás que muta y se transforma de un momento a otro. Mi dimensión subyacente —ser, existir— es la esencia de la dimensión subyacente del ahora, del momento presente. Y conforma el espacio en el que el momento presente se desenvuelve.
Este hecho es de enorme trascendencia para la vida cotidiana de cualquiera de nosotros y son muchas y muy notables sus implicaciones en nuestra existencia, en el ahora. Al ego le parece una locura, pero hay que volver a subrayar que la única demencia es la suya cuando intenta filtrar todo por el único plano que él conoce, el mental. Pero lo real es el Ser, el Yo verdadero. Y su existir explica el momento presente en sus dos dimensiones. El Ser es el espacio en el que surgen las formas del ahora.
El Ser es la consciencia misma que permite afirmar «soy el que soy». Todo lo demás es consciencia de objetos. La consciencia del Ser significa estar concentrado en Ser; existir en alerta y en el único sitio en donde la vida es posible: el ahora. El ahora es el Ser y en su espacio surgen las formas del momento presente, aunque el Yo verdadero esté más allá de las formas y no se llene de sus contenidos.
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