Buscadores (22) Cap. 5: Mente, Momento Presente y Práctica del Ahora.

Los hemisferios cerebrales.

La mente humana, situada orgánicamente en el cerebro, es un maravilloso producto de la evolución del planeta Tierra. Constituye una avanzadísima computadora biológica con unas funcionalidades tan extensas, diversas y especializadas que, como la ciencia reconoce, aún no han podido ser suficientemente analizadas ni comprendidas. Para hacer factible esta amplia gama de prestaciones, el cerebro se estructura en dos hemisferios. El izquierdo opera como un procesador en serie; y el derecho, como un procesador en paralelo. Ambos están completamente separados —sólo se unen por medio de un cuerpo calloso compuesto por 300 millones de fibras— y se ocupan de cosas diferentes, debido a una división del trabajo resultado de la citada evolución.

En este orden, es bien sabido que la mente ofrece prestaciones fundamentales para el adecuado discurrir de la esfera material de las personas y su quehacer cotidiano en el mundo tridimensional al que el cuerpo físico pertenece. Tales prestaciones están radicadas en el hemisferio izquierdo, que piensa lineal y metódicamente y se centra en el pasado y el futuro. Registra el colosal collage de cuanto ocurre y acontece; analiza detalles y más detalles de los mismos detalles; clasifica y organiza toda esa información; la asocia con todo lo que aprendimos en el pasado; y la proyecta hacia el futuro con sus posibilidades y alternativas. Para ello, utiliza los datos facilitados por nuestros sentidos —los que derivan de ver, palpar, oír, oler y degustar—; procesa la experiencia adquirida y los instintos básicos, como el de conservación, que cual mamíferos poseemos; y, como herramienta de supervivencia en el medio tridimensional, posibilita que cada uno se considere un ser individual y fabrique mentalmente la noción de un yo y una personalidad. Es el ego con el que, olvidando otras dimensiones de nuestro ser, transitamos por un mundo hacia el que volcamos nuestros deseos, apegos miedos y frustraciones, pero que contemplamos, a la par, como ajeno y hostil.

El hemisferio izquierdo piensa con lenguaje. Se trata del diálogo interno que continuamente pone en conexión el yo con el mundo exterior. Ello hace posible que nuestras ideas y sueños estén conectados a una realidad compartida, evitando que se conviertan en delirios (esquizofrenia, trastorno bipolar,...). También es la vocecilla que me indica «no olvides pasarte por el supermercado y comprar esto y aquello para la comida de mañana»; la inteligencia que me recuerda cuándo tengo que ir a una cita o planchar la ropa. Y, lo más notable, relacionado con lo ya reseñado, es la voz que me dice que existo como yo, la que forja mi ego y me convierte en un ser individual. Bajo su influjo, me contemplo como una sola persona sólida, fragmentada del flujo de energía de alrededor, separada del otro y de lo otro y con sentido de sus límites corporales, dónde empiezan y dónde terminan, dejando de ser átomos y moléculas que se mezclan con los de los objetos y cosas que me rodean.

Sin embargo, es mucho menos conocido, sólo en la actualidad algunas investigaciones empiezan a mostrarlo, que a mente proporciona igualmente utilidades de excelencia al servicio de la dimensión no estrictamente física del ser humano, esto es, para lo que en términos trascendentes se denomina Espíritu, Ser o verdadero Yo. De ello se ocupa el hemisferio derecho, que se centra en el aquí y ahora mismo; y mantiene abierto los conductos y canales que permiten que el ser humano y su cuerpo interactúen con la unidad material y no material a la que pertenece y en la que se integra. En este orden, aporta funciones y mecanismos que se mueven en el campo de lo irracional, intuitivo y sensitivovive plenamente el presente más allá del tiempo y el espacio; y percibe y trata información que los sentidos físicos no pueden aportar.

El hemisferio derecho piensa en imágenes. La información le llega en forma de flujos de energía de manera simultánea desde todos nuestros sistemas sensoriales, hasta conformar el cuadro completo de la apariencia del momento presente —cómo se ve, a qué huele, a qué sabe, qué se siente y cómo suena el presente—. Permite que nos contemplemos como seres de energía conectados a la energía de nuestro entorno; seres de energía, interconectados a la familia humana y al planeta, que estamos aquí para hacer del mundo un lugar mejor. Y, con esta percepción, nos vemos perfectos y hermosos.

La mente: la evolución al servicio de la consciencia.

Así, el potencial operativo de la mente es colosal, inmenso. Tanto que, como si fuera un ordenador de última generación, su rendimiento no depende estrictamente de ella, sino de la cualificación del usuario. Y si en los ordenadores tal cualificación viene definida por los conocimientos y pericia del operador, en el caso de la mente está en función del  grado de consciencia de la persona. Por lo que cabe afirmar que la mente está al servicio de la consciencia.

La manifestación de la Consciencia es el «soy el que soy»  con el que Dios responde a Moisés. En nuestro plano, está relacionada con la honda interiorización de lo que el ser humano es: una unidad, integrada a su vez en la Unidad de cuanto existe, en la que confluyen de manera armoniosa y equilibrada una dimensión interior y espiritual y otra exterior y material. La consciencia hace factible tal confluencia y plasma la adecuada conexión entre esas dos dimensiones.

Con esta base, cuando el nivel consciencial es bajo, la conexión falla: la persona está desconectada de su Ser profundo y carece de una dirección consciente. Ante esta ausencia del Yo interior en el timón, la mente activa una especie de piloto automático, valga el símil, que suple tal déficit. Se trata del ego, que desarrolla un yo y una personalidad ante las necesidades de conservación y actuación en el mundo tridimensional. Frente al Yo interior, es un yo no sólo pequeño, sino también falso, en el sentido de que es una creación de la mente, un objeto mental. Pero no es menos cierto que resulta imprescindible para la supervivencia y actividad del ser humano ante la ausencia de un mando consciente.

En cambio, cuando la persona disfruta de un alto grado de consciencia, la conexión entre sus componentes trascendente y material está plenamente operativa; y el verdadero Yo asume la dirección consciente. El piloto automático, el ego, no es preciso, por lo que la mente lo mantiene desactivado. Además, en vez de usar y canalizar su energía y capacidad para el funcionamiento y desarrollo del ego, las pone al servicio del Yo profundo.






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