"Buscadores" Emilio Carrillo (37) : La encarnación en una «cadena de vidas» («reencarnaciones»).
La encarnación en una «cadena de vidas» («reencarnaciones»).
Sin embargo, al ser humano le apasionan los laberintos. Hasta la felicidad la ha convertido en el laberinto con el que comenzaron estas páginas. Aturdido por los engatusamientos de la materialidad, no logra fijar la atención en lo único que la merece: su propio Ser; Amor. Y anda distraído cual mariposa de flor en flor, de día en día, de año en año, de vida en vida. Por ello, la dinámica vibratoria interactiva precisa comúnmente para su desarrollo de una «cadena de vidas» físicas.
No es que el Espíritu salga y entre del plano humano de manera intermitente, pues el Espíritu está inmanente en él («desciende» a él una vez: encarnación). Sucede, simplemente, que el desarrollo de la dinámica vibratoria interactiva por la que se eleva la gradación consciencial suele requerir de un tiempo —vivencias, experiencias— que va más allá de lo que nuestros sentidos perciben como una vida, es decir los años que van del nacimiento a la muerte física. De ahí que la encarnación del Espíritu en el plano material humano y la dinámica vibratoria interactiva se plasman y se desenvuelven en lo que desde nuestra perspectiva es una cadena de vidas físicas. Algunas religiones llaman «reencarnaciones» a la presencia del Espíritu Santo en cada una de estas vidas, pero hay que insistir en que la encarnación es una y sólo una, por más que la dinámica vibratoria discurra por una cadena de vidas.
En este discurrir, el Espíritu es siempre Él, sin cambios. Tiene como fiel compañera al alma —bisagra y batería energética de acoplamiento del Espíritu en el cuerpo—, que también es siempre la misma (un tercer campo vibratorio generado por la convivencia vibracional entre Espíritu y cuerpo), si bien su potencia vibracional tiende a ir «in crescendo» en la medida en la que recibe y acumula los impulsos vibratorios de los aumentos del grado de consciencia (frecuencia de corte) —sin descartar, por supuesto, decrementos conscienciales— por los estadios de conciencia y experiencias disfrutados en cada vida y en la cadena de vidas físicas. Lo que sí cambian son el cuerpo y las vidas físicas, eslabones en la cadena de vidas en la que el Espíritu despliega su encarnación y el alma su evolución (o involución) vibratoria.
En cada uno de estos eslabones, aunque el Espíritu y el alma son los mismos y el cuerpo es lo único que cambia, se impone lo que algunas tradiciones espirituales llaman «Ley del Ínferos» o «Encadenamiento a los ciclos de la materia»: la carencia de memoria de lo vivido y avanzado vibracionalmente —en consciencia, conciencia y experiencias— en las vidas físicas precedentes. Se trata de una ley cosmogónica cargada de sentido común. El recuerdo de todas nuestras vidas y experiencias anteriores atoraría nuestra posibilidad de elevación consciencial; nos bloquearía por la dimensión y enorme intensidad de lo vivido. De ahí que las personas —Espíritu, cuerpo y alma— no nos acordemos de las vidas anteriores o reencarnaciones por las que Espíritu y alma han transitado en el desarrollo de la encarnación inmanente del primero en el plano humano.
El cuerpo, en el que radica la mente y la memoria, no las vivió. El Espíritu, por su parte, Esencia y vibración pura, está más allá del tiempo y la remembranza. Y el alma, que sí acumula energética y vibracionalmente la cadena de vidas recorrida (por esto algunas escuelas iniciáticas la llaman «alma-personalidad»), lleva a cabo una especie de rememoración selectiva, pues en la nueva vida física activa exclusivamente aquellos componentes y recuerdos precisos para las experiencias conscienciales y concienciales que, en libre albedrío, tocan vivir (en el próximo epígrafe se señalará cómo el alma implementa tal activación en nuestro ADN). Es como si guardásemos todas las experiencias acumuladas a lo largo de la cadena de vidas en una especie de disco duro, pero mientras unos archivos están «activos» (consultables, utilizables), otros permanecen «ocultos» (no son accesibles). Incluso cuando una persona acomete prácticas de regresiones o progresiones a otras vidas —son muchos los textos que se ocupan de ello, por ejemplo, Todos somos inmortales, de Patrick Drouot (EDAF; Madrid, 1989)—, accederá únicamente a aquellas vidas y recuerdos que le sean consciencialmente útiles para las experiencias que en la nueva vida corresponden.
No obstante, aún sin memoria estricta de otras vidas, cada nueva vida física es un reflejo exacto de lo acontecido en aquéllas. Valga el símil de un día cualquiera de nuestra vida actual. Obviamente, al levantarnos por la mañana nos disponemos a vivir una serie de experiencias y acciones que están en función de lo vivido los días anteriores y las semanas, meses y años previos: gran parte de lo que viviremos a lo largo de las siguientes horas tiene su causa (relación causa - efecto) en lo ya vivido en el pasado. Pues bien, lo mismo ocurre en cada nueva reencarnación o vida física (como si fuera un nuevo día), con la importante diferencia de que no recordamos las otras vidas (en el ejemplo, los días, semanas, meses y años precedentes).
Todo lo cual ocurre, además, con un telón de fondo que es un exponente más de la íntima unión de cuanto existe y, en este caso, de la que hay entre cada uno de nosotros y el planeta del que formamos parte y en el que vivimos. Se trata de algo francamente maravilloso y que se relaciona con el hecho, bien conocido por la geología, de que la mayor parte de la formación rocosa de la Tierra, especialmente en la corteza, es roca cristalina. Y estos cristales tienen una funcionalidad no sólo física o material, sino también sutil y trascendente que enlaza con una serie de características y capacidades de cristales y biominerales que se abordarán en la Parte IV de este texto: conservan la energía, tienen memoria, son un banco de recuerdos.
¿Recuerdos?, ¿de qué?. De cada uno de nosotros, de nuestro Yo verdadero y de sus experiencias a lo largo de la cadena de vidas físicas. La totalidad de lo que hacemos se registra en este planeta como energía y permanece en el entramado cristalino. La globalidad de lo que hemos hecho colectivamente durante todas las vidas permanece en el planeta como una vibración superior. Esta energía es extraordinaria. Y es la fuerza por la que la elevación del grado de consciencia de cada ser humano contribuye a aumentar la consciencia de la suma a la que pertenecemos y, a través de ello, expande la consciencia de la Unidad.
En tal estructura cristalina se conserva, en términos energéticos, todo lo que cada uno espiritualmente ha hecho y aprendido durante sus vidas físicas en este planeta. Como si fueran los anillos de un árbol, cada vida está representada ahí; es la esencia de todas las vidas experimentadas por cada uno esperando la siguiente. Y es que —como enseñan distintas tradiciones y han subrayado contemporáneamente canalizaciones como las de Kryon (www.kryon.es)— en el instante en que nace un bebé, se activa una estructura cristalina en la «Cueva de la Creación»: la Tierra sabe que el alma, si es «vieja», retorna otra vez para seguir su encarnación en la cadena de vidas; o que, si es «nueva», inicia este peregrinaje. Y en el caso de las almas viejas, en la estructura cristalina está toda la información de las vidas anteriores esperando la nueva reencarnación.
No debe olvidarse que el Ser profundo o Yo verdadero siempre es el mismo, por lo que todas las vidas pasadas no son extrañas a tu Mí Mismo. Y en cada nueva vida, esa estructura cristalina se activa y está a nuestra disposición para ver, para recordar, incluso para recuperar algunos de los talentos con los que ya contábamos antes (se denomina «excavar en el registro akásico», lo que enlaza con lo que se examinará sobre el «Akasha» en el Capítulo 9). Si un ser humano empieza a plantear preguntas espirituales, todo lo que aprendió a través de las edades regresa a él; nada se perdió y, si no quiere, no tiene que volver a aprender ni pasar por nada otra vez. Aún con la Ley de Ínferos en juego, cuando se comienza a abrir esa puerta, la intuición muestra lo que ya se ha aprendido.
Todo ello se produce en estricto cumplimiento de la Ley de la Creación. Así es tanto en lo grande como en lo pequeño, en lo que no se ve como en lo conocido, pues una es la Ley e infinitas sus manifestaciones. No hay que sorprenderse de nada. Forma parte de las leyes por las que discurre la Creación, incluida la Ley de Ínferos que rige la inmanencia del Espíritu en las gradaciones vibracionales de la materia y el aumento de la frecuencia vibratoria del alma.
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