"Buscadores" Emilio Carrillo (38) La elección de cada nuevo eslabón en la cadena de vidas.
La elección de cada nuevo eslabón en la cadena de vidas.
Por lo expuesto, en el tránsito entre vidas que erróneamente llamamos muerte, nuestro Yo profundo y el alma eligen el nuevo eslabón —el cuerpo y la vida, el yo y mis circunstancias— en el que tendrá continuidad la cadena de vidas que constituye la encarnación. La elección se hará en función de los requerimientos de la dinámica vibratoria interactiva y dependiendo, por tanto, del grado de consciencia alcanzado; y de los estados de conciencia y experiencias que correspondan ser vividos para aumentar el nivel consciencial.
Para el Espíritu y el alma, cada nacimiento físico es meramente la idea de que «tengo este cuerpo»; y la muerte no es más que la de que «ya no tengo este cuerpo», pasando a estar en otro. Cuando un cuerpo fallece, Espíritu y alma pasan a uno «nuevo» y a otra vida física, esto es, a otro eslabón de la cadena de vidas en las que se plasma su presencia subyacente en el plano humano (encarnación). Y en el tránsito en sí, cuya duración en términos de nuestra temporalidad tarda años, se afloja el encadenamiento a los ciclos de la materia. Esto permite a nuestro Yo profundo (Espíritu) y al alma ponderar con exactitud, por decirlo de algún modo, el nivel logrado en la elevación del grado de consciencia, de lo que es un fiel indicador la gradación vibracional alcanzada por la segunda. Con esta base, se selecciona el siguiente cuerpo, vida y estadio de conciencia (hay que volver a subrayar que, para facilitar el entendimiento del proceso, puede hablarse de reencarnación, aunque en el conocimiento de que encarnación sólo hay una).
El alma es el resultado de la convivencia vibracional y el efecto de heterodinaje entre la vibración pura del Espíritu y la densa del cuerpo. Su rango vibratorio, acumulado a lo largo de las experiencias previas, indica como si de una especie de termómetro se tratara el grado de consciencia alcanzado. Y la nueva reencarnación deberá ser en un cuerpo y una vida que posean las características energéticas ajustadas al nivel vibratorio ya logrado. Verbigracia, si el alma ha conseguido una mayor cota vibracional porque en vidas precedentes se ejercitaron conductas (estadio de conciencia y experiencias) cercanas a la naturaleza divina (Amor), el nuevo cuerpo y vida contarán con un perfil apto (nuevo estadio de conciencia y novedosas experiencias) para lograr otra vez el aumento del grado de consciencia a través de la continuidad y fomento de esas cualidades y comportamientos (expresado, obviamente, en cuanto a potencial e inclinaciones, pues en cada vida rige el libre albedrío y nada está determinado).
La elección de la siguiente reencarnación (estadio de conciencia y sus consiguientes experiencias esenciales) tiene lugar antes de que la misma se concrete en un nuevo cuerpo, previamente a que el embrión de éste se halle en el vientre de su madre. Los que serán los rasgos esenciales de su vida y los valores a desarrollar quedan configurados en ese estado de la existencia previo a la maternidad en el que el alma y el Espíritu preparan su nuevo escenario experiencial. Se entiende así mejor el auténtico significado de la respuesta «soy lo que decido ser», que se recoge en el Capítulo 1 a propósito de la primera pregunta —«¿quién eres?» — formulada en el libro El laberinto de la felicidad. Nos encarnamos en cada vida física con una especie de «plan de vida» ajustado al grado consciencial de partida, aunque después las experiencias en los correspondientes estadios de conciencia puedan llevarnos por otros derroteros.
Y también este es el instante inefable en el que, como síntesis de una perfecta sincronización, se produce el encuentro entre el alma y las otras almas (el Espíritu es uno, el mismo) que en otros cuerpos físicos serán sus acompañantes y colaboradoras en la vida material que se va a iniciar. Tal confluencia entre almas es mucho más que una experiencia gozosa. Es la aceptación mutua de las respectivas funciones y relaciones en el nuevo eslabón de la cadena de vidas para que cada cual cumpla con lo que constituye el propósito de su reencarnación. De hecho, es común que a lo largo de distintas vidas físicas las almas se reencarnen en grupos, es decir, manteniendo y extendiendo sus relaciones e interacciones de apoyo consciencial, aunque asumiendo papeles y roles distintos (tu madre en una vida puede ser, por ejemplo, tu hijo en otra; tu actual pareja, tu futuro hermano; o tu amigo de hoy, tu abuela en el mañana).
En definitiva, como también ha resumido Kryon, antes de nacer sabemos las potencialidades y los atributos kármicos que vamos a disfrutar y las experiencias energéticas y vibracionales que viviremos en primera persona: ya estaban aquí como potencial y entramos de nuevo en el plano humano para vivirlas. E, igualmente, antes de venir conocemos los potenciales de las personas con las que nos vamos a encontrar: las sincronicidades con aquéllos con los que tendremos encuentros y, dentro de esto, escogemos a nuestros padres y ellos a nosotros. Cuando estamos al otro lado del velo, en la dimensión de la inmortalidad, que es la del Espíritu que somos, se eligen desafíos para poder enfrentarlos y resolverlos. Nadie vino aquí a sufrir, sino a desentrañar el rompecabezas de la vida. Y los buscadores están interesados en desentrañar la vida, en abrir la caja de la verdad. Aquí está: cada uno de nosotros es un pedazo del Creador y, por tanto, Dios mismo. No procedemos de ningún lugar. El Espíritu, no está en un lugar. Dios «es». Y siempre fuimos; ya «éramos» antes de que se creara el Universo. Elegimos venir a la Tierra por una razón que, en realidad, no tiene tanto que ver con este planeta como con el Omniverso: desplegar nuestras energías en la Tierra para elevar nuestro grado de consciencia, logrando así la expansión de la suma a la que pertenecemos y, por medio de ello, la expansión de la consciencia de la Unidad.
El momento preciso en el que el alma conforma su unión con el nuevo cuerpo físico, haciendo de bisagra con el Espíritu, va ligado a la fecundación del nuevo ser humano. Como es sabido, la fecundación es la unión de dos células sexuales o gametos (el espermatozoide masculino y el óvulo femenino) en el curso de la reproducción sexual, dando lugar a la célula cigoto donde se encuentran reunidos los cromosomas de los dos gametos. Y de la multiplicación celular del cigoto (2, 4, 8, 16, 32,… células) parte la formación del embrión. En este orden, la ciencia actual comienza a hablar de unas células madres o base celular del nuevo ser, que son exactamente las 8 primeras. De hecho, el avance celular de 2 a 4 y de 4 a 8 es muy rápido, mientras que al llegar a 8 se produce una especie de parada en el camino antes de pasar a 16 y continuar la multiplicación.
Pues bien, es en ese estadio —cuando el embrión está configurado por las 8 células madre— en el que el alma se asocia al cuerpo y, además, inyecta divinidad en el ADN y, como se apuntó en el epígrafe precedente, implementa en él —en dos capas interdimensionales llamadas <<Registro akásico del ADN»— los componentes y recuerdos de otras vidas precisos para las experiencias conscienciales y concienciales que, en libre albedrío, corresponden ahora vivir. Por esto, algunas tradiciones espirituales denominan a esas 8 células las «Células del alma», lo que explica, a su vez, la importancia que al 8 y al octógono le han otorgado históricamente distintas escuelas iniciáticas.
Es así como alma y cuerpo quedan asociados en el estadio celular citado, que algunas corrientes iniciáticas llaman «Viento del nacimiento». No es un sitio, sino una energía divina; y en el que también el Espíritu, eterno e inmutable, desempeña su papel, pues, siendo multidimensional, mantiene su presencia tanto inmanente en la tridimensión de nuestra corporeidad —Espíritu Santo— como en la interdimensionalidad. Algunas tradiciones indican al respecto que el Espíritu se escinde, pero tal cosa no es posible, dada su inalterabilidad. Lo que sí acontece es que su presencia subyacente en la materialidad no impide su realidad multidimensional.
Se podría expresar coloquialmente que no todo el Espíritu se transfiere al ser humano y que una parte se queda residiendo al otro lado del velo. La creencia en los guías espirituales responde precisamente a este hecho: la naturaleza multidimensional del Espíritu hace que, estando en la tridimensionalidad —plano humano— y en cada persona (Espíritu Santo), también permanezca en la interdimensionalidad, actuando como guía espiritual (incluyen, verbigracia, los «Ángeles de la Guarda» de la religión católica). Tus guías son Tú Mismo, tu Mí Mismo. La multidimensionalidad del Espíritu y, por ende, de nuestro Ser interior hace que nunca estemos solos. Y cuando nos sentimos en soledad o abandonados, podemos estar seguros de que la hermosa energía de los guías está a nuestro alrededor esperando que le demos permiso para actuar.
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