"Buscadores" Emilio Carrillo (36) ¡Toma el mando y Ama!
¡Toma el mando y Ama!
En términos no del Espíritu, que es eterno y se despliega en un momento presente continuo, sino del espacio/tiempo finito que enmarca el plano del mundo material que nos rodea y en el que físicamente vivimos, ¿cuánto tiempo dura el pleno desarrollo de la reiterada dinámica vibratoria interactiva o, lo que es lo mismo, la elevación del grado de consciencia hasta el mayor nivel que sea posible en nuestra condición de seres humanos?.
Tal elevación puede producirse en cualquier momento, de manera instantánea, si la persona adquiere consciencia de lo que es y con legitimidad afirma «soy el que soy». En esta toma de consciencia radica la plenitud de nuestra experiencia de individualidad en libre albedrío. Y está a nuestro alcance de modo permanente. No es preciso vivir muchas vidas físicas; ni, en cada una, leer muchos libros o atesorar conocimientos múltiples. El Espíritu que somos es el Conocimiento mismo. Sus dones y frutos están descritos en los libros sagrados —San Pablo los resume en su Epístola a los Gálatas (5, 22-23): amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza—. Ya tenemos en nosotros la totalidad de la sabiduría porque somos la Sabiduría.
A menudo, los buscadores se embarcan en una ansiosa y laboriosa captación de conocimientos que termina por perderlos en un laberinto de teorías, conceptos y prácticas: que si una escuela dice no sé qué, que si otra explica no sé cuánto, qué idea tan interesante ésta, qué forma tan original e intensa de meditar, que si con ese maestro aprendo tal cosa, que si ese otro me enseña tal otra, que si este libro es magnífico, pues anda que esa página web,… ¡cuánto mal trato y atosigamiento para nuestra mente!. Pero todo es bastante más sencillo y directo; es cuestión de consciencia: ¡soy el que soy!, una plasmación de Dios y Dios mismo; no la hoja, sino el Árbol; no la ola, sino el mar.
¡Entérate de una vez y no sigas dando vueltas a la noria!. El conocimiento es vacuo; la Consciencia es la expresión absoluta de Ser. Las vías y prácticas, da igual que se basen en la mente o en la no-mente, son un embrollo para la toma de consciencia; las técnicas, sean las que sean, un enredo; las experiencias, una maraña. El momento presente, el aquí y ahora, no ha de ocuparse con conocimientos, vías, prácticas, técnicas o experiencias. Sólo llenarse con Ser. O, lo que es lo mismo, con Amor. Cuando ocupas el ahora en algo que no sea Amor Incondicional a todo y a todos, estás enclaustrando tu Esencia —tu Verdadero Ser— entre las rejas de la vanidad. Como se pregunta y responde Salomón en el Eclesiastés (1,2-3), «¿qué saca el ser humano de todo el trabajo con que se afana sobre la tierra o debajo de la capa del sol?»: «vanidad de vanidades y todo vanidad». Si hay Consciencia, Ser es Amor. Si Ser no es sólo y exclusivamente Amor Incondicional, no hay Consciencia. Todo lo demás, no Es. Sólo vanidad.
Eres (somos, soy) la Creación, el Creador y el Milagro: desde la individualidad en libre albedrío y en la tridimensionalidad, tomo consciencia de lo que soy y de lo que es; y conmigo se expande la Consciencia de la suma de la que formo parte y, con ello, la Unidad Divina y Multidimensional (es como un pequeño big-bang, que contribuye a que se expandan más los impactos del gran big-bang ya examinado). Ya no hay dualidades y triunfa la Unidad. Reconozco completamente, acepto plenamente y me integro con todas sus consecuencias en la Unidad Divina a la que siempre he pertenecido y sobre la que ya soy absolutamente consciente. La Unidad que me hace uno con el Ser Uno aquí y ahora, que pone de manifiesto mi divinidad recién reconocida, aunque siempre estuviera ahí, y que modifica las condiciones, circunstancias y características del mundo exterior en consonancia y coherencia con mi linaje divinal. Y en consciencia, me ocupo en el ahora de Amar y sólo de Amar, mi única y portentosa acción, mi Esencia; y, al Amar, todos los poderes divinos son mis poderes puestos al servicio de llenar de Amor un mundo que tanto lo necesita.
Comprendo entonces que ya no es tiempo de orar. Cuando se ora —lo explica, muy bien Domingo Díaz desde su iniciativa de Amor y Consciencia (AMYCS)— se pide algo o se alaba a alguna deidad de cualquier credo religioso o espiritual. Esto implica que internamente consideramos que nosotros estamos a un lado y Dios a otro, lo que es un reconocimiento patente de que la dualidad está aún anclada en nuestras mentes y sistemas de creencias. Pero ya no es momento de eso, sino de apagar el piloto automático y permitir que fluya libremente nuestro Yo profundo y divino; dejar que coja las riendas y asuma el mando. Y el mando debe ser puesto en práctica mediante órdenes directas que, emitidas interna o externamente, sean un acto claro, firme y rotundo de creación; un ejercicio consciente de nuestra divinidad. Es el acto de un Dios con forma humana mediante el cual define con Amor las condiciones en las que desea que se desarrolle su vida física y la de su entorno, desde lo más próximo hasta la globalidad planetaria.
Desde mi divinidad, defino y establezco mis condiciones de vida al completo y re-ordeno el mundo para que sea el que quiero que sea. Mis deseos ya no son anhelos humanos, sino la emanación del Amor y la sabiduría que están en mí como consecuencia de esa recién recuperada consciencia de divinidad. Es el momento de decretar como un Dios humano y de re-ordenar la vida y sus circunstancias; de ejercer el poder de nuestra divinidad con responsabilidad, consciencia y Amor y con la convicción de que todos los decretos serán cumplidos a la mayor brevedad posible.
La fuerza y el poder de la orden tienen su origen en la fuerza y el poder de nuestra propia convicción en lo decretado. Y esta convicción se ejecuta tanto al emitir la orden como a partir de ese momento, pues se debe vivir como si el decreto ya se hubiera cumplido, con todas sus consecuencias. Si uno decreta, pero no vive de acuerdo con la orden, es porque en el fondo no cree en el ejercicio de mando que acaba de realizar. Hay que insistir otra vez: al creer, estoy creando; ¡cuando creo, creo!. Y el creer consciente en la divinidad que soy es el crear divino, el verdadero origen del poder creador del Dios que todos somos.
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