"Buscadores" Emilio Carrillo (39) Estamos en acto de servicio por Amor.
Final del «gran olvido»: la Iluminación.
La encarnación inmanente del Espíritu en el plano humano culmina cuando alcanza su cénit la dinámica vibratoria interactiva y el alma alcanza el mayor rango consciencial y vibratorio posible en el plano humano. La vida física en la que esto se consigue habrá sido en un ser humano con consciencia sobre su dimensión espiritual, con discernimiento acerca de lo que «es» y «no es» y plenamente consciente de su verdadero ser: ¡soy el que soy!. Ha superado el «gran olvido » y se contempla por fin como lo que realmente es: Dios mismo o, si quiere, un «estado de Dios».
San Bernardo describió muy bien a un hombre o mujer así: «aspira tranquilo a las bodas del Verbo (…), deja de temer iniciar una alianza de comunión con Dios (…) ¿A qué no podrá aspirar con seguridad ante él si se contempla embellecido con su imagen y luminoso con su semejanza?. ¿Por qué puede temer a la majestad, si su origen le infunde confianza?. Lo único que debe hacer es procurar conservar la nobleza de su condición con la honestidad de vida; esforzarse por embellecer y hermosear con el digno adorno de sus costumbres y afectos la gloria celestial que lleva impresa por sus orígenes» (San Bernardo; SC 83:1).
La presencia subyacente del Espíritu es tan viva, pujante y poderosa que el ser humano disfruta de la Unidad Divina. El ego y sus apegos, el piloto automático, queda absolutamente desactivado y el Yo profundo toma el mando de la vida, centrada en el momento presente, el aquí y ahora, y ocupada sólo en Ser y, por ende, en Amar. Se produce la experiencia maravillosa de la consciencia plena, la «Iluminación» interior: se constata y se comprueba radicalmente que lo que afanosamente, a lo largo de tantas vidas o reencarnaciones, se buscaba fuera de uno mismo, a través de los anhelos y deseos de la materialidad, en verdad lo tenemos en nuestro interior, nuestro auténtico Yo, Dios mismo y su Felicidad.
Tal como ya se recogió en la primera parte de este texto, de manera espectacular lo describió San Agustín: «Tarde os amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde os amé. Y he aquí que Vos estabais dentro de mí y yo de mí mismo estaba fuera; y por defuera yo os buscaba. Y en medio de las hermosuras que creasteis irrumpía yo con toda la insolencia de mi fealdad. Estabais conmigo y yo no estaba con Vos. Manteníanme alejado de Vos aquellas cosas que si en Vos no fuesen, no serían. Pero Vos derramasteis vuestra fragancia, la inhalé en mi respiro y ya suspiro por Vos» (Confesiones, Libro X, 27).
El cambio de tornas que la «Iluminación» representa es completo: ahora es la fuerza vibracional del Espíritu la que contagia y «tira» vibracionalmente hacia arriba de la materialidad, y no al revés. Este intenso tirón vibratorio que la dimensión espiritual da a la dimensión material lo experimenta el alma, que gozará de toda la energía vibracional que ha ido acumulando durante la dinámica vibratoria interactiva y la cadena de vidas en la que ha estado adherida a la materia; y estará lista para pasar a otros planos de existencia de mayor frecuencia vibratoria (como se examinará más tarde, especialmente en el epígrafe sobre el «Juicio Final» del Capítulo 8, el paso del alma a otro plano existencial y vibracional no suele ser «individual», de un alma específica, sino en un contexto de unidad con las almas de los demás seres humanos, produciéndose un salto consciencial colectivo de almas que están energéticamente preparadas para ello).
El cambio de tornas que la «Iluminación» representa es completo: ahora es la fuerza vibracional del Espíritu la que contagia y «tira» vibracionalmente hacia arriba de la materialidad, y no al revés. Este intenso tirón vibratorio que la dimensión espiritual da a la dimensión material lo experimenta el alma, que gozará de toda la energía vibracional que ha ido acumulando durante la dinámica vibratoria interactiva y la cadena de vidas en la que ha estado adherida a la materia; y estará lista para pasar a otros planos de existencia de mayor frecuencia vibratoria (como se examinará más tarde, especialmente en el epígrafe sobre el «Juicio Final» del Capítulo 8, el paso del alma a otro plano existencial y vibracional no suele ser «individual», de un alma específica, sino en un contexto de unidad con las almas de los demás seres humanos, produciéndose un salto consciencial colectivo de almas que están energéticamente preparadas para ello).
Se trata de algo fascinante. Como se ha insistido, todo comienza «de arriba hacia abajo» y tiene su correlato «de abajo hacia arriba»: una colosal dinámica que evidencia la unión entre Creador y Creación, sin separación alguna, con la consciencia como hilo conductor y el Amor como energía nutriente.
Recuérdese el arranque, que es «de arriba hacia abajo»: 1. Concentración: en Consciencia Perfecta y Concentración Absoluta, emana la Esencia del Ser Uno, acompañada del Verbo como vibración asociada. 2. Expansión: la Esencia emanada y el Verbo se expanden; y en las manifestaciones derivadas de la condensación del Verbo (lo Manifestado, vibración finita) se encuentra inmanente el Espíritu (Esencia emanada y expandida, lo No Manifestado, vibración infinita).
Y aquí se desencadena el proceso «de abajo hacia arriba» (también denominado Absorción): 1. Como consecuencia de tal convivencia vibracional y por el efecto heterodinaje, surge el alma como tercera gama energético-vibracional. 2. Espíritu, alma y cuerpo protagonizan una dinámica vibratoria interactiva (grado de consciencia, estadio de conciencia, experiencias). 3. Y conforme se eleva el grado consciencial del ser humano, el alma va ganando frecuencia vibracional hasta hallarse en condiciones energéticas de «subir» hacia planos de mayor rango vibracional.
La expansión de la consciencia del ser humano expande, así, la propia Creación, haciendo que la Creación sea Creadora y unificando Creador y Creación. Figuradamente, el Espíritu («Hijo»), por su presencia inmanente en la materialidad, habrá desarrollado el pacto de amor («sacrificio») que hace posible la resurrección de la materia («carne») mediante la elevación de la gradación energética del alma (surgida precisamente de la convivencia Espíritu/materia) hacia otros planos vibracionales («Cielo») cada vez más próximos a la calidad vibracional pura e infinita de la Esencia divina («Padre»).
Como se enunció en Capítulo 6, la indisoluble identidad entre Creador y Creación, por lo que la Creación es, a la vez, Creador, explica la traducción «Yo resultaré ser lo que resultaré ser» de lo que Dios indicó a Moisés en el versículo 3,14 del Libro del Éxodo. En el Ser Uno, «Yo soy el que soy» y «Yo soy el que resultaré ser» no sólo no chocan ni se contradicen, sino que se fusionan de manera armónica, hermosa, maravillosa. La consciencia es la base de la fusión; y el Amor, la energía que la nutre: la Consciencia Perfecta desencadena el proceso «de arriba hacia abajo»; y la toma de consciencia en el ámbito de reducida gradación vibracional de lo Manifestado (mundo material, cuerpo humano,…) produce una especie de rebote consciencial «de abajo hacia arriba».
Hablamos de ti y de mí: estamos en acto de servicio por Amor.
Llegados a este punto, conviene traer aquí unas espléndidas reflexiones de Félix Gracia —Hijos de la luz: un pacto de amor— que vienen como anillo al dedo a propósito de lo hasta aquí sintetizado y su aplicación al ser humano y nuestra condición de «buscadores». Porque los hechos narrados han sucedido siempre y están sucediendo ahora. No hablamos, pues, de éste o de aquél, sino de ti y de mí, de
Llegados a este punto, conviene traer aquí unas espléndidas reflexiones de Félix Gracia —Hijos de la luz: un pacto de amor— que vienen como anillo al dedo a propósito de lo hasta aquí sintetizado y su aplicación al ser humano y nuestra condición de «buscadores». Porque los hechos narrados han sucedido siempre y están sucediendo ahora. No hablamos, pues, de éste o de aquél, sino de ti y de mí, de
nosotros. De nuestro Espíritu, inmanente y subyacente en la tierra siendo su hogar el cielo. El grito desgarrado que pide salir de las tinieblas no es un eco traído por el tiempo, sino el de tu garganta y la mía. No evocamos la historia ni hablamos de teorías, sino de la lectura viva de nuestra alma. Somos lo que se ha reflejado en las páginas anteriores: ¡Hijos de la Luz!, Espíritus puros unidos al Padre; hechos de su misma Esencia, eternos. Somos uno con Dios y, por lo tanto, Dios. Sin tiempo ni límite. ¿Cómo podría perderse una criatura de tan elevado rango?.
No, no nos hemos perdido; ni estamos exiliados. Caminamos
por el mundo para que el mundo —la materia, la carne— resucite. Nadie nos ha obligado, pues esa era nuestra voluntad y nuestro destino. Nos hicimos uno con la Ley para que la Ley se cumpliera. Y lo hicimos, no desde la ruptura, sino desde la unión con Dios. Por eso, aquella voluntad no fue la nuestra, sino la de Él, la Voluntad, la única. Este es nuestro pacto de amor. Ni nos hemos extraviado ni andamos solos, aunque milenios de ignorancia nos hayan hecho creer lo contrario. Si el Hijo que emprendió ese camino era uno con Dios, también Él ha descendido «ad ínferos».
Que callen todas las voces y cesen las músicas todas. Que todo pare un instante y que se detenga el mundo. Silencio, para que puedas oír dentro de ti. Para que escuches en ti las palabras anteriores. Para que sientas que, más allá de dogmas y creencias, ésta es la verdad que sale del corazón: ¡Dios y el ser humano jamás han dejado de ser Uno!. No estamos, pues, condenados, sino en acto de servicio para expandir nuestra consciencia desde la tridimensionalidad, provocando, así, pequeños «big-bangs» que extienden los efectos del principal e impulsan la expansión de la Consciencia de la Unidad.
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