"Buscadores" Emilio Carrillo (40) Hijos de Dios, no porque nos haya creado Él, sino porque somos Él.
HIJOS DE DIOS, NO PORQUE NOS HAYA CREADO ÉL, SINO PORQUE SOMOS ÉL.
Dios mira por nuestros ojos y camina con nuestros pies. Pero lo hemos olvidado y nuestra existencia se convierte en dramática, no por causa de una pérdida, sino por un gran olvido. Si Dios escribiera la historia de la humanidad, enseñaría cómo se extendió a sí mismo haciéndose múltiple sin dejar de ser Uno; y cómo, para lograrlo, estableció la ilusión de la separación que da consistencia a su multiplicidad. Constataría que el ser humano es fruto de su misma Esencia, porque es Él mismo hecho visible. Y confirmaría que no fue creado o hecho por Él, sino que es un estado de Dios y, por lo tanto, testimonio de su eterna Inmanencia. Esta es nuestra grandeza: el título de Hijo de Dios señala la más alta dignidad imaginable, no porque nos haya creado Él, sino porque somos Él.
Esta es la auténtica realidad, el orden natural en el que se establece el pacto de amor que precede a la encarnación. Su reconocimiento sobrecoge y cambia radicalmente la visión del mundo y de nosotros mismos. Nada puede seguir siendo igual para aquél que ha accedido a tan suprema verdad. No somos resultado del error, ni pesa sobre nosotros vejación alguna. Todo es santo, inocente de culpa, bienaventurado. No hay trasgresión ni condena, sino manifestación de Dios. Este es el sublime pacto de amor que nos trajo al mundo.
Y cuando en nuestro corazón sentimos el ansia de liberación es, en el fondo, la advertencia de que la misión está cumplida, que la dinámica vibratoria interactiva está llegando al culmen. Pero su realización no significa una victoria sobre el estado de encadenamiento —nada hay que vencer donde todo es la Voluntad de Dios—, sino el cumplimiento de la misión creadora: expandir la consciencia para que se expanda la Consciencia de la Unidad. Por ello, el anhelo de liberación lleva aparejado tanto la aspiración en sí, como su subordinación a la divina Voluntad. Se trata del «deseo disolverme (en la Unidad) y estar con Cristo (cupio dissolvi et esse cum Christo)», hecho suyo por místicos como Beatriz de Nazareth (Siete modos de vivir el Amor), aunque sometido a lo que Charles de Foucauld expresó tan emotivamente: Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras (…) lo acepto todo (…) con una confianza infinita, porque tú eres mi Padre».
Y cuando en nuestro corazón sentimos el ansia de liberación es, en el fondo, la advertencia de que la misión está cumplida, que la dinámica vibratoria interactiva está llegando al culmen. Pero su realización no significa una victoria sobre el estado de encadenamiento —nada hay que vencer donde todo es la Voluntad de Dios—, sino el cumplimiento de la misión creadora: expandir la consciencia para que se expanda la Consciencia de la Unidad. Por ello, el anhelo de liberación lleva aparejado tanto la aspiración en sí, como su subordinación a la divina Voluntad. Se trata del «deseo disolverme (en la Unidad) y estar con Cristo (cupio dissolvi et esse cum Christo)», hecho suyo por místicos como Beatriz de Nazareth (Siete modos de vivir el Amor), aunque sometido a lo que Charles de Foucauld expresó tan emotivamente: Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras (…) lo acepto todo (…) con una confianza infinita, porque tú eres mi Padre».
Como escribió Teilhard de Chardin (Adora y confía), las leyes de la vida y las promesas de Dios garantizan que cuanto nos reprima e inquiete es falso. Cesan, entonces, todas las inquietudes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su porvenir más o menos sombrío. Se quiere lo que Dios quiere; y se vive feliz, en paz, siendo sólo, ni más ni menos, que Amor. Nada altera ni es capaz de quitar esa paz: ni la fatiga psíquica ni los posibles fallos morales. En el rostro brota una sonrisa que es reflejo de la que el Padre/Madre permanentemente nos dirige. Y como fuente de energía y criterio de verdad se coloca todo aquello que nos llena de la paz de Dios.
Llegado a este punto, el ser humano, consciente de su verdadero Ser y presto a volcarse en la Unidad a la que siempre ha pertenecido, comprende bien que la liberación no es una pericia individual ni una práctica puntual, sino el estado del Espíritu que realiza conscientemente a Dios en la materia. La liberación va mucho más allá de una experiencia personal y provoca una expansión de la consciencia en toda la Creación: un crecimiento cualitativo de todo hacia la Consciencia de Ser y el reconocimiento de Ser Dios. Así de maravillosa es la Creación surgida del «big-bang» analizado en capítulos precedentes. La expansión de la consciencia en las distintas dimensiones de existencia que constituyen la Creación genera múltiples «big-bangs» y transforma la Creación en Creador: Creador&Creación; Creación&Creador.
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