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Geometría fractal y morfología de biominerales.
Existen otras numerosas manifestaciones de la arquitectura geométrica a la que se viene haciendo mención. Sin ánimo de exhaustividad y en esferas y escalas bien distintas, son buenos exponentes la llamada geometría fractal, conocida hace algún tiempo, y los denominados biominerales, de descubrimiento mucho más reciente.
En lo relativo a la geometría fractal —del latín «fractus», «quebrado» o «fracturado»—, la constituyen las formas que la naturaleza que nos rodea adopta en su desarrollo y plasmación: nubes, montañas, líneas costeras, sistema circulatorio, helechos, corales, caparazones de crustáceos y moluscos, copos de nieves, formas que toma el agua o la tinta derramada sobre una superficie, o las que la naturaleza hace suya cuando, por ejemplo, recupera para sí lo que antes fuera una tierra preparada para la labranza, al dejar de ser ésta cuidada para las faenas agrícolas por la mano del ser humano.
Tales formas en absoluto se corresponden con las de la geometría euclidiana inventada por la humanidad para facilitar el estudio y asimilación de nuestro entorno tridimensional: línea, triángulo, cuadrado, pentágono, círculo, tetraedro,… La naturaleza desconoce tales simplificaciones geométricas y sigue otras pautas donde predomina lo curvilíneo y sinuoso. Lo que no significa azar, sino despliegue conforme a cánones perfectamente predefinidos y unitarios; ni caos, sino una armonía y una simetría que se repite incansablemente tanto en lo pequeño —verbigracia, una hoja— como en lo grande —un paisaje—. Desde la aparición de la función de Weierstrass, en 1872, la ciencia ha ido elaborando distintas herramientas para el estudio de los fractales, destacando la curva de Koch, el triángulo y la alfombra de Sierpinski, la dimensión de Hausdorff-Besicovitch y los conjuntos de Julia y Mandelbrot.
Lo que, aun cambiando de plano, hay que relacionar con la morfología suave y curvilínea de muchos minerales —calificados como biominerales— presentes en el planeta, que está ofreciendo pistas importantes a la ciencia para entender cómo se configuran estructuras como los huesos, las conchas o las espinas de erizo. Valga de muestra al respecto las investigaciones de los científicos José Manuel García Ruiz y Emilio Melero García (revista Science; enero, 2009) centradas en unos materiales cristalinos bautizados como «biomorfos» de sílice y carbonato que, lejos de adoptar formas de cristales con sus típicos ángulos, imitan a las espirales, los glóbulos y los filamentos propios de estructuras orgánicas, aunque no lo sean.
El término «morfo» deriva del griego «morphe» («forma»). Y para estos dos científicos del Laboratorio de Estudios Cristalográficos (centro conjunto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Universidad de Granada), los minerales biomorfos, aun siendo minerales, se parecen extraordinariamente a los organismos vivos. Tanto como para que algunos restos fósiles muy antiguos de vida primitiva puedan ser, en realidad, biominerales. De hecho, la morfología de éstos es confusa; y para su identificación ya no es determinante hablar de biología, abriendo novedosos campos para la compresión de la interrelación existente entre el plano mineral y los planos vegetal y animal.
Los investigadores han logrado reproducir con éxito en el laboratorio lo que ocurre en la naturaleza: el desarrollo de estos materiales cristalinos sin la simetría típica de los minerales. Un proceso que todavía sigue siendo misterioso a pesar de que los seres vivos lleven usando minerales 600 millones de años para sus dientes, las paredes de los corales o los exoesqueletos de los insectos. Concretamente, utilizaron biomorfos compuestos de nanocristales obtenidos de manera artificial y comprobaron que crecen a modo de lámina y que sus bordes se rizan a la par que aumenta su tamaño. Lo que va dando lugar a diversas formas, algunas como caracolas, que crecen unas 30 micras a la hora y están configuradas por millones de diminutos cristales de carbonato.
Estos experimentos denotan que las piezas se autoensamblan a medida que se desarrollan. Y si un cristal se rompe cuando crece y hay impurezas, en el caso de los biominerales van autogenerando impurezas que rompen los cristales continuamente en millones de cristalinos que se colocan y ordenan creando bellas formas con curvas. Un mecanismo que puede ayudar a entender cómo se organiza la vida o cómo se hace un esqueleto, una piedra en el riñón o la concha de una almeja (La asimilación de minerales por organismos vivos elementales está en el origen de la propia vida: así, ciertas bacterias de la familia de los Theobacillus son capaces de transformar minerales de hierro, por ejemplo la pirita. Tampoco son desconocidos los estudios y cría de ciertas bacterias «comedoras» de petróleo para luchar contra los vertidos: una asimilación muy directa de la propia energía vibrante almacenada en los cristales).
Tantas manifestaciones de la Unidad comienzan a derribar los rígidos muros con los que la humanidad ha separado secularmente los planos mineral, vegetal, animal y hasta espiritual. Un mismo hilo conductor los engarza a modo de «pinchito» de energía de Amor y vibratoria.
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