"Encontradores" Emilio Carrillo B (48) Los campos mórficos y morfogenéticos.

Los campos mórficos y morfogenéticos.

Retomando el término «morfo», también se utiliza por la ciencia moderna para referirse a los campos mórficos —incluyen los llamados campos morfogenéticos—, que pueden ser definidos como campos de forma, patrones o estructuras de orden inmateriales que se hallan en la naturaleza y las especies de seres vivos que la pueblan.

Su existencia fue defendida por vez primera por el investigador Rupert Sheldrake al indagar acerca de las causas por las que un árbol de una determinada familia se estructura de manera idéntica en cualquier punto del planeta, a pesar de las enormes diferencias geográficas, climatológicas y ambientales; o por las que miembros de una misma especie animal reproducen cambios de conducta o procesos de aprendizaje aunque no haya contacto alguno entre ellos y los separen miles de kilómetros. Sus investigaciones lo llevaron a la conclusión de que la memoria es inherente a la naturaleza y a la hipótesis de causación formativa. A partir de lo cual, configuró un sistema teórico cimentando en la existencia de influencias no visibles que actúan sobre los seres y organismos a través del tiempo y el espacio y se localizan tanto en los sistemas que organizan como a su alrededor. Lo cual cuestiona la selección natural de Darwin al mostrar que, habiendo multitud de combinaciones y alternativas posibles, los organismos recurren siempre a una común.

Los campos mórficos inciden organizativa y estructuralmente no sólo en los organismos vivos, sino también en cristales y moléculas. Verbigracia, cada tipo de molécula —por ejemplo, cada proteína— tiene su propio campo mórfico —un campo de hemoglobina, un campo de insulina,…—. De igual manera, cada clase de cristal, cada especie de organismo, cada tipo de instinto o patrón de comportamiento cuentan con algún tipo de organización inherente: su propio campo mórfico. Estos campos son los que ordenan la naturaleza, constituyendo otra muestra de la Unidad que a todo engloba. Y aunque hay una enorme variedad de campos o patrones, porque muchas son las modalidades de vida, la sistemática y el «modus operandi» son similares.

Los campos mórficos o morfogenéticos contienen información y, una vez creados, son utilizables con independencia del tiempo y el espacio sin pérdida alguna de intensidad. Gracias a ello, permiten la transmisión de tal información entre organismos de la misma especie sin mediar ni proximidad física ni sincronicidad temporal. Es como si dentro de cada especie de las innumerables que pueblan nuestro planeta —o el Universo— existiese un vínculo que actuara instantáneamente en un nivel subcuántico, fuera del espacio/tiempo.

Sobre estos pilares, los investigadores han explorado la relación entre los campos mórficos y el ADN. Para ello se han fijado en el hecho de que el ADN codifica la secuencia de aminoácidos que forman las proteínas, pero que existe una gran diferencia entre codificar la estructura de una proteína y programar el desarrollo de un organismo entero. Es la misma diferencia que hay entre fabricar ladrillos y construir una casa con ellos. Los ladrillos son necesarios para edificar la vivienda; y la calidad de ésta dependerá de la de aquéllos. No obstante, el plano de la casa no está contenido en los ladrillos. Análogamente, el ADN codifica los materiales, pero no el plano, la forma, la morfología del cuerpo.

Es en este punto en donde los campos morfogenéticos juegan su papel. Definen la existencia de un patrón o estructura energética que organiza la vida de los miembros de todas y cada una de las especies existentes; y que se encarga de informar a las células sobre cómo deben disponerse para formar al individuo de cada especie, determinando de manera sutil los movimientos, comportamientos y tendencias de todos los ejemplares de la misma. Por tanto, el campo mórfico no se halla en los genes —en el ADN biológico—, sino en el exterior de cada individuo concreto, interactuando con su interior a través del ADN sutil —también llamado ADN chatarra—. Y es el depositario de la información esencial que permite que la vida se desarrolle.

En definitiva, el campo mórfico no pertenece al mundo físico, sino que es inmaterial; y conforma una especie de memoria colectiva. Y no sólo gobierna la estructura de los organismos vivos, sino también su conducta. Los hábitos y comportamientos de cualquier especie en el pasado se acumulan por obra de un proceso que se ha dado en denominar «resonancia mórfica», la cual afecta a las conductas y prácticas de sus componentes actuales. La resonancia mórfica es, por tanto, una vía mediante la cual el conocimiento se transmite instantáneamente entre los miembros de una especie; y más allá del espacio y el tiempo.

La existencia de los campos mórficos se puede probar más por sus efectos, que de forma directa. La mejor manera de comprenderlos es trabajando directamente con grupos de organismos estructurados. Estas sociedades de individuos pueden transmitirse información a distancia sin estar conectados por medios sensoriales conocidos. No es sencillo comprender por medios tradicionales cómo se comunican las bandadas de pájaros para cambiar de dirección con rapidez y sin chocar unos con otros. De la misma forma es difícil conocer la naturaleza real de numerosos vínculos humanos, interpersonales y comunitarios. Se puede inferir que los campos mórficos trascienden el cerebro y nos unen a los objetos que percibimos, proporcionándonos la capacidad de afectarlos con nuestra atención e intención.

Siguiendo a Rupert Sheldrake, la resonancia mórfica representa en biología la existencia de una memoria intrínseca en el comportamiento de los organismos. A diferencia del instinto o morfogénesis, tal resonancia evoluciona de forma colectiva, observándose adaptaciones en gran escala y a enormes distancias en todo el planeta. Hace medio siglo, los caballos solían lastimarse con las vallas alambradas de los campos, pero en este tiempo toda la especie ha aprendido a evitar el alambre de púas. Y no solamente actúan de manera diferente frente a este obstáculo, sino que en general no reaccionan ya como sus predecesores ante otros avatares.

El concepto de resonancia mórfica permite igualmente comprender mejor el aprendizaje humano, incluyendo la adquisición del lenguaje. Las observaciones realizadas por lingüistas, como Noam Chomsky, han revelado que es imposible explicar la rapidez y la creatividad en la adquisición del lenguaje solamente por vías de imitación. Este proceso se hace evidente cuando se examina la evolución de nuevos lenguajes, que se desarrollan con suma rapidez. Los niños suelen agregar complejidad gramatical en palabras simples, llegando a elaborar un nuevo tipo de lenguaje altamente expresivo.

En un sentido similar, la existencia de la resonancia mórfica explica el por qué los rendimientos medios en los tests de inteligencia tienden aumentar: no es que las personas seamos cada vez más inteligentes, sino que la resonancia transmite a la especie el aprendizaje logrado al respecto por una porción de sus miembros. Valga como botón de muestra el Test de Matrices Progresivas de Raven, que mide la capacidad intelectual de sujetos de 12 a 65 años: tras ser usado durante decenios, hoy se considera prácticamente obsoleto debido a que, aunque los nuevos usuarios no lo conozcan y no tenga un mayor nivel medio de inteligencia, tanto los adolescentes como los adultos los resuelven con mucha más facilidad que antes.



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