"Buscadores" Emilio Carrillo B (49) «Akasha» y «Campo Crístico»
«Akasha» y «Campo Crístico».
Por lo enunciado, si un aprendizaje ocurre en un campo concreto en algún punto espacial, esta información queda disponible en cualquier manifestación de este campo en cualquier lugar. Y, a través de los hábitos, los campos morfogenéticos van variando su estructura dando pie, así, a los cambios estructurales de los sistemas a los que están asociados.
El campo actúa como una especie de radio emisora que siempre está emitiendo en una franja de frecuencias específicas que define precisamente a ese campo. Por un lado, la radio, sus ondas, está permanentemente en el aire, propagando y haciendo disponibles las informaciones; por otro, también está constantemente recibiendo y almacenando nuevas informaciones lanzadas por otras radios que funcionan en la misma franja. Se configura, así, una compleja red de informaciones, con constantes «inputs» y «outputs». A medida que van siendo repetidas y guardadas, el campo se configura en patrón morfogenético: algo así como la memoria de la especie o del individuo, lo que algunas escuelas llaman «Akasha» o «archivos akásicos».
Aplicando los campos mórficos y la resonancia mórfica al caso humano y a la esfera espiritual, cada escuela o corriente puede crear su propio campo, que se ve reforzado por cada una de las personas que emprenden esa senda iniciática. Y a medida que miembros de esa red avancen en grado consciencial, estadios de conciencia y experiencias y profundicen y descubran nuevas vías neuronales y novedosos recovecos psíquicos, irán abriendo camino para todos los que lleguen después.
Así aconteció cuando el primer humano se realizó como ser plenamente consciente: el primer Buda, usando terminología oriental. Con él se configuró el embrión de lo que suele calificarse como «Campo Búdico» o «Campo Crístico». El paso siguiente fue la continuación por ese camino de otras personas y la conformación de la primera comunidad alrededor de aquel primer Buda, lo que reforzó el campo original. Posteriormente, el surgimiento de este Campo Búdico primigenio forjó la posibilidad de la aparición de otros seres conscientes dentro y fuera de la comunidad inicial. Lentamente, por el mundo fueron surgiendo más seres que alcanzaron su «Ser Crístico» o «Estado Crístico» y enriquecieron el Campo Búdico Planetario con nuevas «informaciones akásicas». Cada Buda crea su propio campo específico, que incorpora las informaciones de los otros Campos Búdicos a las suyas propias. Y el campo es renovado si, con el paso del tiempo, un campo búdico concreto recibe nuevas informaciones generadas por la aparición de otros budas dentro del linaje del primero. Los campos búdicos creados por todos los Budas, a través de los tiempos, constituyen el Campo Búdico Planetario o Resonancia Mórfica Búdica.
En este orden, el Campo Búdico o Campo Crístico puede ser entendido en un doble sentido. Por un lado, como Ser Crístico o plano superior de cada ser humano -el ligado a su realidad como Espíritu, de carácter multidimensional- al que éste accede cuando el Yo Verdadero asume definitivamente las riendas de la existencia, quedando «fuera de servicio» el ego o piloto automático. Y, por otro, como puerta consciencial y energética que ha sido abierta para toda la humanidad por aquellos hombres y mujeres que han realizado su Ser Crístico y han situado al Yo Verdadero en el centro de sus vidas. La apertura y ensanchamiento de tal puerta facilita las experiencias espirituales de los demás seres humanos, con independencia del tiempo y del espacio, y que estos puedan acceder y traspasar la misma siguiendo el camino crísticamente ya trazado. Obviamente, cuantas más personas y con mayor intensidad contribuyan a abrir y engrandecer esa puerta, más se ayudará al resto de los seres humanos (la palabra «Cristo» procede del griego, pronunciándose originariamente como «Jristós»).
Con este telón de fondo, la figura histórica de Jesús de Nazareth merece por derecho propio la denominación de Jesucristo («Jesús-Cristo»), pues realizó su Ser Crístico de manera espectacular y expandió con ello el Cuerpo Crístico de la humanidad de modo francamente excepcional. Con seguridad, su Yo profundo gozaba —goza— de un grado consciencial y espiritual enormemente elevado y de ninguna forma le correspondía encarnarse en el plano humano (valga el símil de quien calzando un número 45, introduce voluntariamente su pie en un zapato del 35). Si lo hizo fue para, desde su vivencia como hombre y sólo como hombre, plasmar pletóricamente su Ser Crístico y ampliar y dilatar enormemente la referida puerta. Por lo expuesto, esto no podía efectuarse desde fuera de la dimensión —especie— humana: era imprescindible su encarnación en ella y experimentar como hombre la realización crística. Por ello convivió con nosotros, desarrolló una existencia plenamente humana y en ella cristalizó radicalmente su Ser Crístico, mostrando a los demás el camino a seguir y agrandando colosalmente el Cuerpo Crístico de la humanidad y el planeta (dado que en la expresión griega antes citada —Jristós—, sus dos primeras letras, «J» y «R», se escriben «X» y «P», respectivamente, los seguidores de Jesús adoptaron como primer signo para representarlo el llamado Crismón: la «X» y la «P» entrelazadas o superpuestas).
Gracias a él y a otros muchos seres humanos de menor grado consciencial y espiritual, hemos llegado a un momento de la historia en el que el Campo Crístico planetario ha alcanzado una estructura bastante desarrollada. Por ello, ya no se precisa la presencia física del Maestro Jesús para crear dicho campo; basta con que un grupo de personas conscientes y con el Ser Crístico despierto se reúnan para que la Presencia se manifieste: «porque allí donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré yo» (Mateo, 18,19). Y esta manifestación puede traducirse en gozo, en éxtasis, en celebración de la vida, en sanaciones sorprendentes, en la sensación de estar estableciendo fuertes lazos de amistad o solidaridad, etcétera. En definitiva, en una gran expansión de la consciencia.
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