"Buscadores" Emilio Carrillo B (56) La Vía del Servicio a Mí Mismo.
LA VÍA DEL SERVICIO A MÍ MISMO.
En epígrafes anteriores se ha reiterado cómo, con nuestros pensamientos y actos, permanentemente optamos entre caminar por la Vía del Servicio a los otros (VSO) o por la Vía del Servicio a mí mismo (VSM); y cómo se avanza por la primera practicando Actos con Amor (ACA) y por la segunda mediante Actos Sin Amor (ASO). Pues bien, sin menoscabo de ello, es importante resaltar que los ACA y la VSO constituyen la mejor manera de transitar por la Vía del Servicio a Mí Mismo (con mayúsculas). ¿Cómo es esto?
Se ha insistido hasta la pesadez, pero no hay inconveniente en repetirlo: cada ser humano es un vórtice de energía en un inmenso y sensacional magma de energía de Amor Incondicional y vibratoria. Si como vórtice incrementamos el grado de consciencia y vibratorio, apoyamos e impulsamos la expansión de la consciencia del magma en su conjunto y de la Unidad. Si, por el contrario, minoramos nuestra frecuencia consciencial y vibracional, reducimos la gradación vibratoria de la suma en la que nos integramos y de toda la Creación.
Teniendo en cuenta lo anterior, es obvio que los Actos con Amor y la Vía del Servicio a los otros constituyen la mejor manera de progresar en la Vía del Servicio a Mi Mismo. Esto es, del servicio no al pequeño, mediocre, egocéntrico y pasajero mi mismo, sino al Mi Mismo en el que puedo afirmar «soy el que soy»; el Yo verdadero en el que soy no una parte de la Creación, sino la Creación Misma y el Creador; el Ser interior en el que soy no una fracción infinitesimal de la divinidad, sino Dios Mismo.
A numerosos buscadores puede parecerles sorprendente, pero el ser humano no necesita proceso ni proyecto alguno para encontrar el Mi Mismo, pues, sencillamente, constituye su auténtico Ser, que siempre existe y existirá por encima de las formas cambiantes del momento presente continuo en lo que lo eterno se desenvuelve. Hallar a Mí Mismo es tomar consciencia de o que soy y de lo que es —alerta y espacio— y, como consecuencia, Amor; sólo y ni más ni menos que Amor.
Para encontrar el Mí Mismo no se requieren ni programas, ni trabajos, ni tareas, ni tiempo, ni viajes, ni escuelas, ni libros, ni prácticas meditativas, ni ejercicios, ni retiros, ni acumular experiencias. El Mí Mismo es lo que realmente somos y sentirlo y vivirlo es natural y espontáneo. A lo sumo, ante el ritmo trepidante del mundo tridimensional en el que estamos encarnados, resulta conveniente parar de vez en cuando el ajetreo diario para contemplarnos a nosotros mismos, a nuestro Mí Mismo o Ser Interior, y que su llama luzca con fuerza. Precisamente en ello radica parte de la razón de ser de la Liturgia de las Horas que se sigue en los monasterios cristianos y de la oración del Ángelus al mediar el día; o de las cinco llamadas al rezo musulmán por parte del muecín a lo largo de la jornada; o de la meditación oriental, especialmente al amanecer y a anochecer.
Pero recuperada la sintonía interior, avivada la llama y asegurada la toma del mando por el Yo verdadero, inmediatamente ha de cesar la oración, la adoración o la meditación, pues nuestra esencia no es narcisista, sino Amor. Y Amar debe ser nuestra única ocupación en el momento presente, en el ahora, en la vida (El mundo exterior y la forma usual de vida son reacios a Él y favorables a que el ego, el piloto automático, actúe presionado por las situaciones del entorno. Esto puede y debe superarse mediante el entrenamiento consciente: sometidos a tensión, esperando tranquilos en la espera y permitiendo que el Ser Interior tome el mando).
Lo cierto es que no tiene sentido que necesitemos prepararnos para encontrar el Mí Mismo. Si así lo preferimos, muy bien, meditemos; o hagamos ritos; o levantemos altares llenos de flores y colores y postrémonos ante ellos. No hay problema. Pero no es, en absoluto, preciso. No requerimos preparativos, ni rezos, ni reverencias, ni técnicas de concentración, ni posiciones o posturas especiales, ni prácticas meditativas, ni tiempo, ni no tiempo para ser el Espíritu que realmente somos.
No hay otra verdad que la Verdad: Dios no es algo distinto a Mí y con el que me comunico como algo separado; y Yo no Soy un fragmento de Dios, sino Dios Mismo. Cuando me hago plenamente consciente de ello, me unifico tanto con la deidad que soy que puede entenderse aquella provocadora afirmación que Santa Teresa de Jesús espetó a sus inquisidores: «¡estoy engolfada de Dios!». La Creación comparte la Esencia del Creador: Amor. Y el Amor unifica en el Ser Uno al Creador con la Creación, hasta el punto de que la propia Creación se transforma en Creador. Y cada uno de nosotros puede aseverar, desde nuestra humilde encarnación humana, que somos Creación y Creador y que nuestro Mí Mismo es auténticamente la Esencia del Creador: Amor. Por lo que nada preciso para encontrarme a Mí Mismo, salvo Amar Incondicionalmente.
Manifiestos, artículos, comentarios, discursos: humaredas perdidas, neblinas estampadas, que cantó Alberti en Nocturno. ¡Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!. Libros, teorías, conocimientos «interesantes»: ¿no sientes heridas e muerte las palabras?. Ejercicios, posturas, concentración, meditación, acumulación de experiencias: escaleras por las que subo y subo para llegar de nuevo al suelo. ¡Vanidad!; ¡todo es vanidad del mi mismo, del liliputiense ególatra!. Hay que vaciar la taza de esas energías viejas y caducas y llenarla hasta rebosar con una energía tan antigua y tan nueva: Amor. La puerta interdimensional está abierta de par en par para que la crucemos cuando nos plazca, de manera inmediata y sin otro protocolo que el Amor Incondicional, la única y colosal energía que fluye en el Omniverso y nutre la Creación, haciéndola Creadora.
Por lo mismo, tampoco necesitamos transitar una cadena de vidas físicas para elevar nuestro grado de consciencia y poder afirmar «soy el que soy» y constatar que somos Hijos de Dios, un estadio de Dios mismo. Pero si así nos apetece, recorramos la cadena de vidas y experiencias. Tras tantas páginas reiterándolo, ya sabemos el camino de memoria:
A) Realizamos ACA y progresamos por la VSO.
B) Con ello, fomentamos la dinámica vibratoria interactiva (Espíritu-alma-cuerpo) y elevamos el grado de consciencia.
C) Esto nos permitirá avanzar en el estadio de conciencia y vivir nuevas experiencias.
D) Si en éstas efectuamos otra vez ACA, se repite el proceso, alcanzando mayor frecuencia vibratoria y grado de consciencia.
E) Y así sucesivamente durante una vida, o cien, o mil: ¡las que nos dé la gana, para experimentar la individualidad en la tridimensionalidad!. De una forma u otra, estaremos colaborando a la expansión de la consciencia de la Unidad, incluso cuando hayamos olvidado que pertenecemos a ella.
Nadie nos juzga. Nos encantan los juicios y los prejuicios. Y nos cuesta demasiado trabajo admitir que, al producirse lo que llamamos muerte, todos vayamos al mismo «lugar». Pero esto es lo cierto: todos regresamos a casa, a la Unidad divina en la que somos y a la que pertenecemos. Sin distingos de «malos» ni «buenos». Lo refleja bien la parábola del hijo pródigo. La diferencia radica en la consciencia que hayamos adquirido acerca de nuestro Ser divino y la capacidad para desplegarlo en clave de lo que es: Amor. Y, por ende, en nuestra mayor o menor contribución energética y vibracional tanto a la extensión en este mundo del campo crístico como a la expansión de la consciencia de la suma de la que formamos parte y, con ello, de la Unida.
Aunque más de un buscador se estará preguntando a estas alturas sobre el contenido exacto del Amor. La realidad es que poco tiene que ver con lo que los seres humanos comúnmente llamamos amor —en muchas ocasiones no pasa de ser otro apego del ego—. Es crucial a este respecto diferenciar entre amor por predilección y amor por abnegación. Para lo cual nos apoyaremos en lo desarrollado al respecto por autores como el filósofo y teólogo Soren Kierkegaard y comenzaremos por distinguir entre amor de pareja, de amistad y familiar, de un lado, y amor al prójimo, de otro.
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