"Buscadores" Emilio Carrillo B (58) Pasión de predilección y amor por abnegación

Pasión de predilección y amor por abnegación.

El amor de pareja, de amistad y familiar son predilección y pasión de predilección; el amor al prójimo es amor de abnegación, cosa que garantiza el «has de». La extralimitación caracteriza la pasión de predilección; la extralimitación también ha de identificar al amor de abnegación y conduce a no excluir ni a uno solo.

Actuando de esta forma no se repudia la pasión amorosa en cuanto sensualidad. El amor al prójimo no se opone a lo sensual, como tampoco prohíbe comer o beber. Todos ellos son instintos que el ser humano no se ha dado a sí mismo, sino que son obra de la naturaleza; y la sexualidad es una potente fuerza a disposición del ser humano y su evolución. Ahora bien, lo que el amor al prójimo sí rechaza es la sensualidad egoísta que no es otra cosa, en verdad, que amor a sí mismo. Y precisamente por esto hay que desconfiar del amor de pareja, del de amistad e incluso, en ocasiones, del familiar: tras ellos se esconde el amor a uno mismo.

La predilección en la pasión no es sino otra forma de amor a sí mismo. Sólo cuando se ama al prójimo queda erradicado lo egóico. Hay una tendencia bastante extendida a efectuar esta división del amor: el amor de sí es repugnante, pues es amor a sí mismo; en cambio, la pasión amorosa y la amistad son amor. Mas la diferenciación real es bien distinta: el amor de sí y la predilección apasionada son, esencialmente, amor de sí mismo; mientras que el amor al prójimo es Amor.

El amor de sí cierra filas en torno a ese único mí mismo. Y la predilección apasionada del amor de pareja, de amistad y familiar lo hace igual de egoístamente en torno al único amado, del amigo o de los familiares. El amor de sí es de auto-inflamación: el yo se prende fuego a sí mismo; pero en la pasión amorosa y en la amistad también hay autoinflamación, con una entrega al otro que realmente no es sino entrega a mi yo. De hecho, los celos están siempre en la raíz de la pasión y la amistad. Y, además, debe haber admiración.

Por el contrario, al prójimo no hay que admirarlo, sino amarlo. El amor al prójimo es amor de abnegación, que ahuyenta toda predilección y expulsa el amor de sí. Su único objeto es el prójimo, que somos todos los seres humanos sin excepción de ningún tipo. La abnegación extermina el amor de sí con la imposición del «has de» amar; supone la transformación por la que un ser humano se vuelve sobrio —frente al yo ebrio en el otro yo de la pasión por predilección— en el sentido de la eternidad.

Sólo en el amor al prójimo el sí mismo que ama está determinado como espíritu de una manera puramente espiritual; y el prójimo es una determinación puramente espiritual. En el amado, en el amigo o en el familiar no se ama al prójimo, sino al otro yo; o se ama, una vez más y en mayor grado todavía, al primer yo.

El Amor de Dios como fuente del amor al prójimo. 

Ahora bien, el amor al prójimo no debe ser entendido o interiorizado como una especie de obligación para ser «bueno » o para superar el examen cuando me juzguen y «ganar el Cielo». Así planteado, el amor al prójimo no sería tal, sino otra variante del amor a uno mismo.

El amor al prójimo no emana del mí mismo, del ego, sino del Mí Mismo, el Yo verdadero, que es Espíritu y Amor y comparte la Esencia con el Creador&Creación. Esta Esencia divina, Amor Incondicional, es lo decisivo: de ella brota el amor al prójimo. En el amor de pareja, de amistad o familiar, la determinación intermedia es la predilección; en el amor al prójimo, la determinación intermedia es la Esencia compartida que nos unifica. La consciencia sobre nuestro auténtico Ser y el Amor de Dios que nos unifica con la Creación es la fuente del amor al prójimo.

El amor al prójimo es la equidad eterna en el amar, que es lo contrario de la predilección. La equidad consiste en que no se discrimine; y la equidad eterna consiste en que no se discrimine incondicionalmente en lo más mínimo. Por el contrario, la predilección consiste en discriminar; y la predilección apasionada, en discriminar ilimitadamente. Y con todo ello no se trata de aspirar a un nivel superior de amor. El amor al prójimo es demasiado grave y serio en sus movimientos como para mariposear danzando en la frivolidad de semejante discurso fácil y egóico acerca de lo altísimo. El camino que lleva al amor al prójimo pasa por el escándalo: cabalmente, es escándalo para la carne y la sangre y una locura para la racionalidad.

Y se equivoca de pleno quien cree que con la ayuda del conocimiento y la cultura se acercará más a lo supremo. La cultura no enseña a amar al prójimo; más bien desarrolla una nueva distinción —entre cultos y los que no lo son—, algo que a veces sucede a los buscadores. El prójimo es lo equitativo; no es el amado por quien tienes predilección apasionada; tampoco es el amigo, ni el familiar, ni el cultivado con el que te igualas en cultura. El prójimo es cada ser humano. Y es tu prójimo en la igualdad contigo en la Esencia divina y en la Unidad del Ser Uno.

Sin temor y plenamente.

Agustín de Hipona, tras haber reencontrado su Ser interior y Esencia divinal y henchido por la fuerza del Amor, exclamó «ama y haz lo que quieras». Esta afirmación ha sido objeto de malas interpretaciones, pero muestra sin tapujos el giro radical que el Amor otorga a nuestras vidas. Volviendo a ejemplos usados en capítulos precedentes, la hoja (o la ola) que toma consciencia constata por fin lo que realmente es —el árbol (o el mar)— y de la energía vital que todo vivifica y unifica: el Amor. La encarnación, cadena de vidas, del Espíritu en el plano humano proporciona este colosal descubrimiento: el Amor, en general, y el amor al prójimo y la compasión, en particular, cual modo más perfeccionado de experimentar la individualidad. Al estar basado en la Esencia divina, nos pone en situación de volcarnos de nuevo en la Unidad de la que somos parte consustancial y activa. Del Ser Uno surgimos; a él pertenecemos; y en él retornamos perfeccionados tras haber degustado hasta el último sorbo la experiencia de la individualidad en libre albedrío, culminada de manera sublime con lo que somos: Amor. 

El Principio Único es el Padre; su Hijo, el Espíritu o Amor; y el Espíritu Santo la plasmación de la inmanencia divina en cada manifestación (material o inmaterial) surgida de la condensación vibracional del Verbo. Los tres conforman la Santísima Trinidad que da luz a un cuaternario que, de hecho, es una Unidad: el Ser Uno —que es activo (Padre), pasivo (Hijo) y neutro (Espíritu Santo)—. Él todo es; en Él todo existe y se sostiene. En esta dimensión y en este planeta, cada cual es el Ser Uno experimentando en el espacio/tiempo y viviendo una ilusión de separación, fragmentación e individualidad. Cuando adquirimos consciencia de ello, se descorre el velo y contemplamos nuestro auténtico Ser. Y esta toma de consciencia expande la consciencia de la Creación, contribuyendo a que sea Creadora.

Es un canto consciencial que llena la Creación. Es el canto que entona María con el «Hinneni» (palabra hebrea también utilizada por Abraham que puede ser traducida como «heme aquí») con el que responde al ángel Gabriel cuando le anuncia que va a ser madre de Jesús (Lucas, 1,38). Es el hermoso canto cósmico e interdimensional en el que, como ha escrito Ernesto Cardenal en Vida en el Amor (Editorial Trotta; Madrid, 1997), estamos unidos al coro de los astros y al de los átomos; al de los ángeles y al de las innumerables modalidades de existencia y civilizaciones que pueblan el Omniverso.

Es algo espectacularmente hermoso. Dios no está allí y nosotros aquí; no hay separación ni frontera porque estamos unificados en la Esencia, en el Amor. Por eso, no tenemos que pedir cosas cuando oramos; no es así como esto funciona, sino al contrario, pues se trata de hacer realidad el «heme aquí» («hinneni»): que el Ser interior aflore y coja el mando de nuestras vidas. Hay que ser consciente en cada momento de nuestro linaje divino, nuestro Yo verdadero.cuando nuestra mente piense que hay algo que no podamos hacer, nuestro Ser interior dirá de inmediato que nada hay que temer, que Él sabe lo que necesitamos incluso antes de que lo sintamos. Están ocurriendo muchas cosas a nuestro alrededor de las que nuestro intelecto y ego no tienen ni idea. Y todo es específicamente para cada uno de nosotros. Conforme empezamos a confiar gradualmente en ello, el Yo verdadero toma el mando y se hace cargo de nuestra vida, que se transforma así en una Vida Impersonal, en el sentido que Joseph Benner ha reflejado en textos como El Maestro (Editorial Sirio; Málaga, 1996), es decir, de hegemonía absoluta del Yo Divino e interior y ausencia del pequeño yo, de la mediocre personalidad, del torpe ego.

Aquellos que deseen Ser y quieran Ver estas cosas, han de saber que no pueden hacerlo a medias: no caben las medias tintas. A lo largo de estas páginas muchos buscadores habrán encontrado lo que tanto buscaban: la energía interior del Dios que somos. Ahora sólo queda destapar el tarro de la Esencia, inhalar su fragancia en nuestro respiro y dejar que impregne la vida de manera absoluta y completa. Pero, ¡ojo!: una vez que el tarro se abre, es muy difícil de cerrar. Ya nada será como era, sino que será como Es. Y antes de disfrutar de la felicidad y la alegría de lo que eres y Es, sentirás cierta sensación de vértigo originada por tu propia infinitud y eternidad y la falta inicial de referencias. Pero nada hay que temer; es una sensación pasajera. De lo que sí has de ocuparte en cada instante es de asumir el 100 por 100 de la responsabilidad de tu vida; de comprometerte plenamente con la nueva visión; y de Amar, sólo Amar, en un momento presente continuo. Y el milagro explotará en ti por que tú eres el milagro.

El milagro incluye la resurrección en vida: un nacimiento nuevo en una existencia que sabrás eterna. Quizá tus familiares y amigos se percaten del cambio tan descomunal, consciencial, energético y vibratorio, que has experimentado; y habrá opiniones para todos los gustos, pues cada cual proyectará en ellas su propio grado de consciencia. Todas las aceptarás con agrado, pues también son tus proyecciones. Las restantes personas, salvo excepciones, no percibirán nada especial; al menos no a través de sus cinco sentidos. Pero sí notarás que, donde quiera que vayas, la gente querrá estar contigo, sentarse a tu lado, conversar, reír y hasta llorar en tu compañía. Siempre tendrás tiempo para atenderles, pues conocerás que el tiempo no existe y las casualidades tampoco. Y te verás en ellos; sabrás escucharles y sentirás a todos dentro de ti con amor y compasión; a nadie juzgarás, sino que constatarás el entusiasmo que el ser humano derrocha incluso cuando produce daño a sí mismo o a los otros; y, conscientemente, darás a todos calor con tu luz interior. Vivirás en el ahora sin preocupaciones ni sufrimientos; llenarás el momento presente de Actos con Amor, ahondando en la Vía del Servicio a los otros; permanentemente te agradecerás a tu Mí Mismo las maravillas de la vida; y te pedirás perdón por los pensamientos y actos —tuyos y de los demás— carentes de Amor. Y no le dirás a nadie lo que estás haciendo. Tan sólo lo harás y observarás el Milagro.

Decidimos el juego para todos. Yo estoy a punto. Ahora te toca a ti. El juego está en tus manos. Ahora o nunca.

Con Amor; en Amor.




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