"Crónicas de Ávalon" (24) Campos morfogenéticos.
Campos morfogenéticos.
Los Dywrnad se sucedieron de manera trepidante tras las jornadas que ocuparon el encuentro de hadas jóvenes. Me propuse interiorizar realmente y lo antes posible todo lo que en él había aprendido. Así se lo trasmití a Merlín en la primera ocasión que tuve. Y el Gran Mago se apresuró a darme un consejo:
-Ya has oído hablar de los campos morfogenéticos. Nosotros mismos hemos intercambiado algún comentario al respecto-, me dijo con su afable gesticulación, mientras yo me limitaba a confirmar sus palabras con un ligero gesto de cabeza.
-Pues para avanzar en la práctica del ahora y del ho´oponopono-, continuó, -te aconsejo que profundices en lo que dichos campos son y representan. Al principio te parecerá que poco tienen que ver con vivir el momento presente o con la realización del tradicional ejercicio hawaiano, pero te aseguro que llegarás a un estadio en el que percibirás claramente la estrecha conexión existente-.
Por supuesto que le hice caso. Busqué información al respecto tanto en Internet como en la nutrida biblioteca del Castillo de la Reina de las Tempestades. La localicé con facilidad y en abundancia.
Lo primero que pude constatar es que los campos morfogenéticos son parte de los llamados campos mórficos. Y que estos pueden ser definidos como patrones, modelos o estructuras de tipo inmaterial que se hallan en la Naturaleza, en general, y en cada una de las distintas especies, en particular. El biólogo Rupert Sheldrake fue uno de los pioneros en defender su existencia. Indagó para ello acerca de las causas por las que un árbol de una determinada familia se estructura de manera idéntica en cualquier punto del planeta, a pesar de las enormes diferencias geográficas, climatológicas y ambientales; o por las que miembros de una misma especie animal reproducen cambios de conducta o procesos de aprendizaje aunque no haya contacto alguno entre ellos y los separen miles de kilómetros.
En uno de sus experimentos, Sheldrake introdujo unas ratas de laboratorio en un laberinto especialmente complicado. Tras numerosísimos intentos, lograron encontrar la salida. A partir de lo cual, empiezan los datos llamativos: las crías de esas ratas fueron capaces de salir del laberinto en su primer intento; y, todavía más curioso, lo mismo ocurrió con ratas de la misma especie a las que se sometió a ese experimento ¡en las antípodas!. A partir de aquí, Sheldrake acuñó el concepto de “campos morfogenéticos” para tratar de explicar los cambios que ocurren entre miembros de una misma especie sin que haya mediado contacto “físico”, desplegando un amplio abanico de investigaciones que volcó, finalmente, en lo que llamó Teoría de la Causación Formativa.
Esta teoría examina cómo las cosas adoptan sus formas o patrones de organización, sean galaxias, átomos, cristales, moléculas, células, plantas o animales. A diferencia de las maquinas, que son artificialmente ensambladas por los humanos, todas estas entidades se organizan por sí mismas, esto, es, cuentan con formas, patrones o estructuras que disfrutan de propiedades auto-organizativas: un átomo o una molécula se organizan solos; cada proteína tiene su propio campo mórfico (un campo de hemoglobina, un campo de insulina,…); un cristal cristaliza autónomamente y cuenta con una organización inherente; los animales crecen espontáneamente; etcétera. Por tanto, su teoría aborda los sistemas naturales auto-organizados y el origen mismo de las formas que adoptan, concluyendo que la causa de éstas radica en la influencia de campos organizativos o campos formativos que denominó campos mórficos. Y las formas y patrones que asumen galaxias, átomos, células, cristales,... dependen de la manera en que tipos similares han sido organizados en el pasado. Hay una especie de memoria integrada en los campos mórficos de cada cosa auto-organizada, concibiendo las pautas y regularidades mucho más como hábitos que gobernadas por leyes físicas o matemáticas preexistentes.
Igualmente, llamó mi atención el hecho de que los campos mórficos o morfogenéticos contienen información que, una vez creados, está disponible y es utilizable con independencia del tiempo y el espacio y sin pérdida alguna de intensidad. Son campos no físicos que ejercen influencia sobre sistemas que presentan algún tipo de organización inherente. Gracias a ello, permiten la transmisión de tal información entre organismos de la misma especie sin mediar ni proximidad física ni sincronicidad temporal. Es como si dentro de cada especie de las innumerables que pueblan nuestro planeta -o el Universo- existiese un vínculo que actuara instantáneamente en un nivel subcuántico, es decir, fuera del espacio/tiempo y de la esfera tridimensional (la Tercera Dimensión de la que nos habla la ciencia) en la que trascurre nuestra vida física.
Una tarde en la que compartíamos un tranquilo paseo por uno de los bosques cercanos a su casa, hice una primera puesta en común con Nimue sobre mi aproximación a la obra de Sheldrake. En un momento dado de la conversación, me sorprendió con una contundente afirmación:
-La Isla de Ávalon es una perfecta manifestación de la memoria espiritual de la Madre Tierra y, por ende, de los campos mórficos; y una colosal prueba de la existencia y el modus operandi de los mismos. Desde aquí hemos seguido con atención los avances del biólogo y filósofo británico y hemos aplaudido desde nuestro voluntario retiro su convencimiento de que la memoria es inherente a la Naturaleza, que la guarda, preserva y transmite por vías no materiales y, por tanto, aparentemente situadas fuera de la racionalidad-.
-Cuesta trabajo asimilar tal aseveración-, me sinceré, -cuando la gente corriente tiene dificultades para recordar lo que hizo la semana pasada o para rememorar objetivamente, sin dejarse arrastrar por las percepciones subjetivas, un determinado hecho o circunstancia-.
-Ja, ja, ja… Así es, Emilio, y tiene su gracia. Pero la verdad es que lo que la mente de un ser humano pierde, arrincona, disfraza o reinterpreta no es olvidado, en cambio, por la Humanidad, ni por la Madre Tierra, ni por el Cosmos, ni por la Creación. Y la memoria de la Naturaleza y, en el caso que estamos abordando, de la Humanidad están siempre ahí, tanto a disposición de cualquiera que de manera consciente quiera utilizarla como influyendo en el comportamiento de las personas, aunque sean absolutamente inconscientes al respecto. Son influjos e impactos no visibles y cuasi virtuales que actúan a través del tiempo y el espacio.
-Es algo incomprensible-, corroboré, -desde la visión egóica que prevalece en la sociedad actual: yo (sujeto) frente al mundo (objeto) y el mundo como algo separado y hasta enfrentado con mi yo-.
-Y totalmente normal y lógico desde la Consciencia de Unidad que configura la Realidad de cuanto es y existe y constituye la esencia de Ávalon, llenando cotidianamente de energía, sabiduría innata y equilibrio la existencia en la isla. Los campos mórficos son otra muestra de la Unidad que todo engloba e integra. Y aunque hay una enorme variedad de campos o patrones, porque muchas son las modalidades de vida, la sistemática siempre es similar, lo que, por otro lado, cuestiona la selección natural darwiniana al mostrar que, habiendo multitud de combinaciones y alternativas posibles, los organismos recurren siempre a una común-.
-Este último extremo, Nimue, me ha interesado especialmente al leer a Rupert Sheldrake. Siguiendo sus reflexiones, la información que albergan los campos mórficos se comunica interactivamente a todos y entre todos los componentes de la especie, lo que demuestra una propensión a la colaboración, no a la lucha por la supervivencia-.
-Exacto. Sheldrake otorgó el nombre de resonancia mórfica al modo específico en el que se produce tal comunicación. A diferencia del instinto o morfogénesis, tal resonancia evoluciona de forma colectiva, observándose adaptaciones en gran escala y a enormes distancias en todo el planeta. Hace medio siglo, los caballos solían lastimarse con las vallas alambradas de los campos, pero en este tiempo toda la especie ha aprendido a evitar el alambre de púas. Y no solamente actúan de manera diferente frente a este obstáculo, sino que en general no reaccionan ya como sus predecesores ante otros avatares-.
-Esto me recuerda-, la interrumpí, -una entrevista efectuada a Noam Chomsky, el célebre lingüista norteamericano, en la que indicaba que es imposible explicar la rapidez y la creatividad en la adquisición del lenguaje solamente por vías de imitación. El concepto de resonancia mórfica permite comprender mejor como se produce ese proceso de aprendizaje humano del lenguaje. Y, en un sentido similar, explica por qué los rendimientos medios en los tests de inteligencia tienden aumentar: no es que las personas sean cada vez más inteligentes, sino que la resonancia transmite a la especie el aprendizaje logrado al respecto por una parte de sus miembros. Valga como botón de muestra el Test de Matrices Progresivas de Raven, que mide la capacidad intelectual de sujetos de 12 a 65 años: tras ser usado durante decenios, hoy se considera prácticamente obsoleto debido a que, aunque los nuevos usuarios no lo conozcan y no tenga un mayor nivel medio de inteligencia, tanto los adolescentes como los adultos los resuelven con mucha más facilidad que antes-.
-Sí, sí,… Emilio. Es francamente espectacular. ¡Y tan bello!-, expresó Nimue sinceramente emocionada. -Si un aprendizaje ocurre en un campo concreto en algún punto espacial, esta información queda disponible en cualquier manifestación de este campo en cualquier tiempo y lugar. Y, a través de los hábitos, los campos morfogenéticos van variando su estructura, dando pie, así, a los cambios estructurales de los sistemas a los que están asociados. El campo actúa como una especie de radio emisora que siempre está emitiendo en una franja de frecuencias específicas que define precisamente a ese campo. Por un lado, la radio, sus ondas, está permanentemente en el aire, propagando y haciendo disponibles las informaciones; por otro, también está constantemente recibiendo y almacenando nuevas informaciones lanzadas por otras radios que funcionan en la misma franja. Se configura, así, una compleja red de informaciones, con constantes “inputs” y “outputs”. A medida que van siendo repetidas y guardadas, el campo se configura en patrón morfogenético: algo así como la memoria de la especie o del individuo, lo que algunas escuelas llaman “Akasha” o “archivos akásicos”-.
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