"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo B (25) Campos morfogenéticos. - 2

Tras aquella velada, llegué a pensar que mi inmersión en los campos mórficos ya no me podía deparar más sorpresas. Me equivoqué. Y fue Merlín el encargado de hacérmelo ver durante la sobremesa de una de nuestras habituales comidas, disfrutando de la hospitalidad de la Reina de las Tempestades y compartiendo mantel y conversación con ella.

-¿Has reflexionado acerca de que los campos mórficos funcionan también en nuestra propia genética, en el ADN?-, me interrogó en un momento dado.

-¿Nuestro ADN?-, le inquirí sin entender muy bien la pregunta.

-Y tanto, Emilio. El ADN codifica la secuencia de aminoácidos que forman las proteínas, pero existe una gran diferencia entre codificar la estructura de una proteína y programar el desarrollo de un organismo entero. Es la misma diferencia que hay entre fabricar ladrillos y construir una casa con ellos. Los ladrillos son necesarios para edificar la vivienda; y la calidad de ésta dependerá de la de aquéllos. No obstante, el plano de la casa no está contenido en los ladrillos. Análogamente, el ADN codifica los materiales, pero no el plano, la forma, la morfología del cuerpo. Y es precisamente en este punto donde los campos morfogenéticos juegan su papel. ¿Entiendes?.-

-Los campos mórficos definen la existencia de un patrón o estructura energética que organiza la vida de los miembros de todas y cada una de las especies existentes-, dije pensando en voz alta. -Y se encargan de informar a las células sobre cómo deben disponerse para formar al individuo de cada especie, determinando de manera sutil los movimientos, comportamientos y tendencias de todos los ejemplares de la misma-.

-Luego-, el Gran Mago volvió a coger la batuta, -el campo mórfico no se halla en los genes, en el ADN biológico, sino en el exterior de cada individuo concreto, como una especia de holograma envolvente, interactuando con su interior a través del ADN sutil, siendo el depositario de la información esencial que permite que la vida se desarrolle-.

-Sí, lo comprendo...-.

-Pues claro,… Sólo aquellos que mantienen su mente llena de prejuicios se resisten a aceptar la existencia de los campos mórficos y piden pruebas racionales. Sin embargo, la existencia de los campos mórficos se puede probar más por sus efectos que de forma directa. La mejor manera de entenderlos es trabajando directamente con grupos de organismos estructurados. Estas sociedades de individuos pueden transmitirse información a distancia sin estar conectados por medios sensoriales conocidos. No es sencillo comprender por medios tradicionales cómo se comunican las bandadas de pájaros para cambiar de dirección con rapidez y sin chocar unos con otros. De la misma forma, es difícil conocer la naturaleza real de numerosos vínculos humanos, interpersonales y comunitarios. Se puede inferir que los campos mórficos trascienden el cerebro, nos unen a los objetos que percibimos y nos proporcionan la capacidad de afectarlos con nuestra atención e intención-.

-Lo que me trae a la cabeza, Merlín, un experimento que leí en un libro de Edgard Morin. En él, los investigadores quitaron a un árbol todas sus hojas. Ante ello, como era previsible, el árbol empezó a segregar más savia, con el fin de reemplazar las hojas que había perdido, así como una sustancia protectora contra los parásitos. Curiosamente, los árboles vecinos de la misma especie empezaron a segregar la misma sustancia antiparasitaria que el árbol agredido-.

-Las consecuencias de todo lo que estáis hablando son fabulosas-, terció en el diálogo la Reina de las Tempestades, -y se muestran espléndidamente en el famoso experimento del centésimo mono”, divulgado por la obra de Lyall Watson. En 1952, en la isla Koshima, próxima a Japón, los científicos empezaron a proporcionar a los monos de la especie Macaca Fuscata patatas dulces que dejaban caer en la arena. Les gustó su sabor, pero las rechazaron al estar sucias por la arenilla, hasta que una mona joven las lavó y comió. Enseñó el truco a su madre y a otros compañeros jóvenes. Los monos mayores no aprendieron, excepto aquellos que tenían hijos jóvenes, quienes enseñaron el truco a sus padres. Pero poco a poco, entre 1952 y 1958, todos los monos jóvenes y sus padres incorporaron este avance. Un día de otoño de 1958, cierto número de monos -se desconoce la cantidad exacta, pero supongamos que eran 99- lavaban las patatas dulces. Y al día siguiente (supongamos también) por la mañana, el mono número cien aprendió a lavarlas. Por la tarde, todos los monos de la tribu lavaron sus patatas antes de comerlas. La suma de energía de aquel centésimo mono creó, en cierto modo, una masa crítica y, a través de ella, una eclosión ideológica. Pero lo más sorprendente es que las colonias de monos de otras islas, sin contacto con los anteriores, así del continente asiático empezaron también a lavar sus patatas dulces-.

Merlín, que había escuchado con atención y deleite las palabras anteriores, se apresuró a lanzar una potente conclusión:

-Fundamentado en este experimento y otros similares, podemos afirmar que cuando un número limitado de individuos conocen un nuevo método, sólo es propiedad consciente de ellos mismos. Pero, ¡ojo!, existe un punto en el que, con un individuo más que sintonice con el nuevo conocimiento, éste llega a todo el colectivo y se socializa para el conjunto de la especie. Lo que permite deducir que la conexión existente entre todos los seres vivos de una misma especie posibilita que todos los miembros logren un avance compartido al alcanzar lo que se conoce como “masa crítica”, consistente en un número suficiente de miembros que hayan asimilado la enseñanza en particular. Aplicada al plano espiritual, esta interacción explica el funcionamiento del denominado Cuerpo Místico o Crístico, así como el momento que vive actualmente la Humanidad, cuando está alcanzando la masa critica que posibilitará un gran despertar general y el salto consciencial junto con la Madre Tierra-.

La claridad y hermosura de estas apreciaciones sellaron mi boca. Tras unos segundos, fue la Reina de las Tempestades la que rompió el silencio:

-Nuestras conexiones con los demás son mucho más fuertes de lo que creemos; y nuestro grado de determinación e influencia en el mundo, mucho más potente de lo que nos parece. Maharishi Mahesh Yogi tiene toda la razón cuando sostiene que si el 10% de la población mundial meditase, se lograría que el restante 90% de los habitantes del planeta cambiaran su forma de pensar. Y es innegable que el presente, también el despliegue de éste que llamamos futuro, de la Humanidad y del planeta dependen de que el ser humano crezca en consciencia. O, dicho con más propiedad, de que podamos pasar de una “consciencia egóica” a otra “consciencia de Unidad”. Todo lo que hagamos en esta dirección contribuye a acrecentar la “masa crítica” que hace posible el cambio, incluido lo que personal y humildemente llevemos a cabo en nuestra cotidianeidad más inmediata. Vivir el presente, acallar la mente, buscar espacios de silencio y recogimiento interior, optar por un estilo de vida distinto del ritmo estresante que quiere imponer la sociedad actual, calibrar nuestras verdaderas necesidades y satisfacerlas con austeridad, compartir bienes, tiempo y experiencias con los demás, desarrollar hábitos de vida saludables que nos proporcionen energía y alegría o practicar técnicas como el ho´oponopono… ¡Son actos de Amor hacia uno mismo y hacia toda la Humanidad que coadyuvan a la transformación y expansión de la consciencia del género humano, la Madre Tierra y la Creación en su totalidad y Unidad!-.





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