"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo B (26) Campos morfogenéticos - 3

Tras esta conversación, percibí de manera meridiana que la meta de interiorizar cuanto antes y en profundidad lo aprendido durante el encuentro de hadas jóvenes vibraba dentro de mí aún con más fuerza que fechas atrás. Sin duda, los conocimientos acerca de los campos mórficos me habían ofrecido nuevas perspectivas. Y tomé la decisión de pasar el mayor tiempo posible en mi habitación, para que la soledad y el aislamiento forjaran el marco idóneo en el que avanzar en tal interiorización.

La meditación, la música clásica, la lectura y la escritura se configuraron en los pilares de un recogimiento que sólo interrumpía para gozar de un largo paseo matinal por los alrededores del castillo, en los desayunos y comidas para compartir un rato de charla con mi anfitriona y Merlín y a la caída de la tarde, cuando Nimue me recogía para dar otro paseo, éste más corto, y cenar luego en su casa. Fue así como pude vivenciar íntimamente todo lo que la Maestra de Hadas, sus maestras Auxiliares y, finalmente, Morgana, habían enseñando durante las sesiones del Tor.

Es muy difícil describir con palabras, máxime vertidas sobre un papel, lo que me fue sucediendo en el transcurso de los siguientes Dywrnad.

Mi primer empeño consistió en ejercitar a conciencia la Práctica del Ahora. Soy de naturaleza perseverante y apliqué este don para lograr que estar alerta en el momento presente se convirtiera en una experiencia constante y espontánea. Cuando esto comenzó a ocurrir, me embargó una felicidad muy distinta, mucho más genuina, a cualquier estado o instante feliz que hubiera podido disfrutar anteriormente. Sin embargo, no hubo tregua y, sin darme cuenta, me metí en una especie de montaña rusa en la que lo que daba bandazos era mi propio interior. Sus efectos traspasaron lo emocional, para materializarse físicamente, con mareos y arcadas. Llegué a pensar que había enfermado. 

Afortunadamente, el malestar no duró mucho y pronto empecé a percibir claramente, por una vía ajena a lo mental y radicalmente desconocida para mí hasta ahora, que yo mismo, mi Ser Profundo divino y eterno, es el espacio en el que surgen y se despliegan las formas cambiantes del momento presente. Y de nuevo la felicidad fue la playa de blancas arenas y cielo azul a la que me arrastró esa tempestad. Entonces, sólo entonces, las puertas del ho´oponopono, su hondo significado, se me abrieron de par en par. Y en mi interior estalló una sensación de libertad y alegría sin límites y el convencimiento de que había asumido, sin interrogantes ni fisuras, el 100 por 100 de la responsabilidad de mi vida.

Se trató, por tanto, de una experiencia consciencial en cadena situada fuera de la razón, de los juegos de la mente y de los conocimientos teóricos. No pude evitar compartirla con Nimue, la Reina de las Tempestades y Merlín. Y la respuesta de los tres, en conversaciones bis a bis, fue prácticamente la misma:

-Bien, Emilio. Ya estás preparado-.

-¿Preparado?, ¿para qué?-, reaccioné casi en tono de queja, pues daba por hecho que había llegado al final del camino iniciado en las jornadas del Tor.

-Ten paciencia, sigue usando la perseverancia y confía en la Providencia-, fue la contestación de los tres.

Debo reconocer que me inundó la frustración. Quería descansar en esa playa de arenas blancas que me proporcionaba tanta felicidad íntima. Había cogido el timón de mi vida; y lo había hecho no desde el ego, sino desde mi Yo Verdadero. ¿Había más que lograr, otros objetivos a alcanzar?. ¡Imposible!, me decía. No deseaba volver a navegar, ni que me asolaran nuevas sensaciones enfermizas. No obstante, quizá porque no tenía otro remedio, les hice caso. Tuve paciencia, fui perseverante.

Y llegó un momento en el que empecé a notar la necesidad de realizar cortos periodos de descanso a lo largo del Dywrnad, como si fueran pequeñas y numerosas siestas. Un anochecer, en particular, sentí una intensa vibración entre el corazón y el ombligo, en el plexo solar, y una enorme necesidad de dormir. Entré en un sueño muy hondo, prolongado, reparador…

… Al despertarme ya había amanecido y, sencillamente, todo era distinto. Sí, ¡otra Realidad!. Seguía en Ávalon, físicamente continuaba siendo Emilio y mi habitación era como siempre; fuera de ella, la Naturaleza y el paisaje no habían cambiado; y la Humanidad, la Madre Tierra, la Luna, el Sol y el Cosmos entero permanecían inalterables. Sin embargo, ¡todo era diferente!. Lo sentí con nitidez incluso antes de abrir los ojos. Y cuando empecé a despegar los parpados, lo hice en la completa consciencia de que contemplaba todo con ojos nuevos, que se había descorrido el velo y que tal hecho era absolutamente irreversible: nunca nada volvería a ser igual.

En esta ocasión no se trataba de un descubrimiento de tipo interior, como había vivenciado tras la excursión realizada con Merlín al Templo de la Roca de la que dejé constancia en otra Crónica. Era algo de mucho más calado. Nada había cambiando y, sin embargo, yo mismo y el mundo se habían transformado, metamorfoseado. En mi entorno, la paz fluía por doquier y casi la podía tocar con mis dedos. Y me noté lleno de Amor. Es más, me desbordó la certeza de que Todo, sin excepción, es Amor y que la existencia –ya no la podía llamar “mía”- consiste en realizar lo que Es: Amor.

Me incorporé de la cama muy despacio. Ya en pie, por la ventana de mi cuarto, en el horizonte, al fondo, divisé el mar. En cada choque de cada ola podía oír algo. Jamás lo había escuchado. Lentamente, dí unos pocos pasos de tanteo y viví por primera vez la experiencia, tan extraña como placentera, de moverme conscientemente por la Matriz Holográfica en la que los seres humanos pasamos nuestros días.





Comentarios