Buscadores (19). Parte II: Capítulo 4 Consciencia y Conciencia.
Consciencia.
En las páginas anteriores han aparecido con reiteración las palabras «consciencia» y «conciencia». En el lenguaje corriente no suele distinguirse entre ambas. El propio Diccionario de la Lengua de la Academia Española remite a la segunda en el primer significado que otorga a la primera.
Sin embargo, conocer lo que los dos términos significan y diferenciar entre ambos es de enorme importancia y ayuda para el ser humano, en general, y los buscadores, en particular. Y ofrece una perspectiva llena de luz para comprender e interiorizar mejor la experiencia de individualidad que ocupó el capítulo previo y el recorrido que el ser humano efectúa por las etapas examinadas —ego, triunfador, dador, buscador, vidente y espíritu—.
Empezando por el primero de los vocablos citados, la «consciencia» se relaciona con «ser». Cuenta con dos dimensiones inseparablemente unidas: «consciencia de lo que se es» y «consciencia de lo que es».
Para entenderlo conviene recordar la contestación que Dios ofrece a Moisés (Éxodo, 3,14) cuando éste le pregunta cuál es su nombre: «yo soy el que soy», traducido del latín («ego sum qui sum»); o «yo soy el Ser», si se acude al griego («e.gó ei.mi ho on»). Con una contundencia radical, se refleja en esta afirmación la consciencia de ser en su doble dimensión: la consciencia de lo que se es —consciencia de Ser, de ser quien soy—; y la consciencia de lo que es —consciencia de lo Real, de lo que es la realidad—. También Jesucristo hizo suya esta expresión y en el Evangelio de San Juan utiliza el «yo soy» en siete ocasiones (4,26; 6,20; 8,24,28,58; 13,19; 18,5). Y en la tradición oriental, Buda es descrito como un ser plenamente consciente de ser.
En esta consciencia de ser —de lo que soy y de lo que realmente es— se fundamenta el «conócete a ti mismo» comentado en apartados precedentes como clave y llave para abrir la nueva visión que la búsqueda necesita.
Conocerme a mí mismo implica ser consciente de lo que soy. Y supone sentir y vivir lo «Real», sin fantasías, prejuicios, interpretaciones o ilusas pretensiones sobre mí y lo que me rodea.
Recuérdese la película The Matrix. Lo que Neo, el protagonista, logra durante el argumento es adquirir consciencia de ser. Experimenta un proceso de despertar que enlaza con la distinción ya enunciada, formulada entre otros por Heráclito de Éfeso, entre aquellos que estando dormidos parecen estar despiertos (los humanos que las máquinas mantienen inconscientes en nichos y enchufados a una realidad virtual que consideran su verdadera vida) y los que realmente están despiertos y pueden comprender (los humanos encabezados por Morfeo que han escapado del dominio de las máquinas). Y Neo adquiere consciencia de ser en su doble dimensión: de lo que él es; y de lo que es real, una realidad tan distinta del iluso mundo virtual diseñado por las máquinas. Lo primero es resumido por Morfeo de manera admirable cuando le dice «no pienses que lo eres, sabes que lo eres». Y lo segundo, se recoge en la frase «bienvenido al desierto de lo real», pues para el ser consciente el mundo exterior se desvanece como mera ficción y dejan de tener significado los apegos y anhelos materiales en los que buscaba la realización.
¿Quién goza de una Consciencia Perfecta?. Una Consciencia así, con mayúscula, es atribuible a la divinidad. El Ser Uno, Todo o Dios es Consciencia pura, sin otros aditivos ni paliativos.
Estado de consciencia.
Los seres humanos, en nuestra escala, podemos aproximarnos a ella en la comprensión de que la consciencia es un «estado» y que son muchos sus niveles o grados (como si fuera un termómetro).
El grado menor de consciencia se corresponde con la inconsciencia integral. Igual que la oscuridad completa es la falta total de luz o el frío completo es la carencia total de partículas caloríficas, la inconsciencia completa es la ausencia total de consciencia (no obstante, a la inconsciencia integral hay que aplicarle lo que se planteará en el Capítulo 8 acerca de la hipótesis e imposibilidad del Mal Absoluto).
En cuanto al grado mayor, es la Consciencia Perfecta: un estado permanente e inalterable de consciencia absoluta de lo que soy y de lo que es. Conlleva paz y quietud inalterables, armonía y equilibrio impecables y una atención centrada en ser lo que se es sin distracción alguna. A un estado así nos acercamos modestamente los seres humanos conforme avanzamos en nuestra evolución espiritual (elevando nuestro grado de consciencia en la forma que se verá más adelante) y seguimos el consejo del Libro del Deuteronomio: «estate atento a ti mismo» («attende tibi»). La meditación y, especialmente, la contemplación son un gran apoyo al respecto.
En el estado de Consciencia plena no existe ni el pasado ni el futuro, sólo un presente continuo en el que lo eterno se desenvuelve. No hay anhelos, ni deseos, ni versiones ilusas sobre lo real, ni ningún tipo de apego exterior al Ser que nuble la consciencia o aparte la atención de lo que soy. Tampoco pre-ocupaciones, pues el Ser está integralmente ocupado en ser. Y en un estado así fluye del Ser, de manera tan natural como intensa, el Amor Incondicional, la energía primaria y pura con la que la quietud se hace movimiento y viceversa.
Como se examinará en la Parte III, es en ese estado de Consciencia Perfecta en el que el Ser Uno, íntegramente concentrado en lo que es, emana y expande su Esencia (lo que la astrofísica denomina «big-bang»: concentración–expansión). Actúa, así, como Principio Único de cuanto existe en sus múltiples dimensiones. No lo hace por necesidad o requerimiento alguno, sino porque es su naturaleza innata, porque es Amor; un Amor sin distingos ni predilecciones, abnegado, misericordioso, profundo.
Elevación del grado de consciencia.
Por lo mismo, todo es Unidad: nada está separado y todo pertenece a la Identidad Divina. La Unidad es lo Real. Sin embargo, nuestros sentidos físicos perciben las cosas, objetos y seres como entidades inconexas e individuales. Además, mayoritariamente tenemos adormecida (las mujeres, por lo general, menos que los hombres) la capacidad de «ver» desde nuestro interior (intuición, sensibilidad, inspiración). La consecuencia es que fabricamos un mundo imaginario de separación y fragmentación, repleto de dualismos. De ahí la obsesión insensata, pero para tantas personas irrefrenable, de enjuiciar, clasificar y etiquetar todo y a todos: bueno y malo, superior e inferior, yo y el otro, lo tuyo y lo mío, ayer y mañana,... ¡Pobre mente humana opinando constantemente en un tumultuoso mar de suposiciones; sometida por nosotros mismos, por nuestra incapacidad de «ver» y por nuestra falta de consciencia, a la condena de ser juez y parte de cuanto existe y sucede en una agotadora actividad que ni cuando dormimos descansa!.
El ser humano puede liberarse de una situación tan absurda, inútil y dolorosa elevando de grado el estado de consciencia. Es indudable que sólo alcanzando la Consciencia Perfecta desaparecen los equívocos y ficciones: soy el que soy (no el que pienso que soy); y lo que siento Real es la realidad verdadera (no una realidad ilusoria, virtual). Y una Consciencia así es ajena al ser humano, que se mueve en grados de consciencia no plena y, por tanto, pensando lo que es (en vez de ser lo que es) e imaginando la realidad (en lugar de sentir lo Real). No obstante, podemos acercarnos a ella elevando el grado de consciencia. Y cualquiera que éste sea, se produce un hecho maravilloso que cuesta trabajo asumir: somos lo que creemos ser. Somos creadores y creamos según lo que creemos ser, en función de nuestra consciencia de ser. Ni más, ni menos. En términos utilizados en epígrafes previos, lo que crees es lo que creas; la vida es una película en la que uno mismo es el guionista, director, cámara y protagonista. Soy lo que creo ser. Y lo que creo ser depende de mi grado de consciencia, sea el que sea.
En cuanto a cómo elevar tal grado, toda persona puede en cualquier momento conseguir el máximo grado de consciencia al que es posible aspirar en el plano humano. Aunque parezca increíble, está al alcance de todos y en todo instante adquirir consciencia de lo que se es y de lo que es y afirmar con legitimidad «soy el que soy». No es preciso vivir muchos años, ni transitar por una cadena de vidas; ni, en cada una, leer muchos libros o atesorar conocimientos múltiples. Frecuentemente, los buscadores se enfrascan en una insaciable exploración de conocimientos teóricos y experiencias que acaban por introducirlos en un sinuoso laberinto de difícil salida. Pero el ansiado encuentro es bastante más simple y directo: conocerse a sí mismo y constatar que soy el que soy.
Las etapas antes vistas de ego, triunfador, dador, buscador, vidente y espíritu son grados, de menor a mayor, del estado de consciencia (esquemáticamente enunciado, pues en cada uno hay muchos grados de consciencia posibles). Y el ser humano puede tomar consciencia de espíritu en cualquier momento; adquirir consciencia de que soy, somos, el Milagro, una manifestación de Dios y Dios mismo, Creación y Creador. ¡Interiorízalo de una vez y olvídate de tantas idas y venidas por ideas, conceptos y experiencias «interesantes»!. Sin embargo, la inmensa mayoría de los seres humanos opta por una vía más dilatada —en términos de nuestra tridimensionalidad, pues en verdad el tiempo no existe— y van incrementando paulatinamente el grado de consciencia a través de una cadena de vidas físicas y a lo largo de cada una de ellas. A continuación se verá cómo.
En cualquier caso, al ir elevando el grado de consciencia —al pasar, por ejemplo, de triunfador a dador o de buscador a vidente— nos vamos acercando a lo que verdaderamente somos y a lo auténticamente real. Como la consciencia no será total, estaremos todavía en «nuestra» película. Pero su guión y discurrir se ajustarán cada vez más a nuestro ser verdadero y a la auténtica realidad. De su argumento irán desapareciendo paulatinamente las sensaciones de fragmentación y separación y los dualismos dicotómicos que encadenaban y coartaban nuestra felicidad. Su espacio será ocupado de manera natural por paz y armonía crecientes, una honda noción de Unidad y una gran capacidad de Amor.
¿Cómo se eleva el grado de consciencia?. Para responder a este interrogante hay que detenerse en la conciencia.
En las páginas anteriores han aparecido con reiteración las palabras «consciencia» y «conciencia». En el lenguaje corriente no suele distinguirse entre ambas. El propio Diccionario de la Lengua de la Academia Española remite a la segunda en el primer significado que otorga a la primera.
Sin embargo, conocer lo que los dos términos significan y diferenciar entre ambos es de enorme importancia y ayuda para el ser humano, en general, y los buscadores, en particular. Y ofrece una perspectiva llena de luz para comprender e interiorizar mejor la experiencia de individualidad que ocupó el capítulo previo y el recorrido que el ser humano efectúa por las etapas examinadas —ego, triunfador, dador, buscador, vidente y espíritu—.
Empezando por el primero de los vocablos citados, la «consciencia» se relaciona con «ser». Cuenta con dos dimensiones inseparablemente unidas: «consciencia de lo que se es» y «consciencia de lo que es».
Para entenderlo conviene recordar la contestación que Dios ofrece a Moisés (Éxodo, 3,14) cuando éste le pregunta cuál es su nombre: «yo soy el que soy», traducido del latín («ego sum qui sum»); o «yo soy el Ser», si se acude al griego («e.gó ei.mi ho on»). Con una contundencia radical, se refleja en esta afirmación la consciencia de ser en su doble dimensión: la consciencia de lo que se es —consciencia de Ser, de ser quien soy—; y la consciencia de lo que es —consciencia de lo Real, de lo que es la realidad—. También Jesucristo hizo suya esta expresión y en el Evangelio de San Juan utiliza el «yo soy» en siete ocasiones (4,26; 6,20; 8,24,28,58; 13,19; 18,5). Y en la tradición oriental, Buda es descrito como un ser plenamente consciente de ser.
En esta consciencia de ser —de lo que soy y de lo que realmente es— se fundamenta el «conócete a ti mismo» comentado en apartados precedentes como clave y llave para abrir la nueva visión que la búsqueda necesita.
Conocerme a mí mismo implica ser consciente de lo que soy. Y supone sentir y vivir lo «Real», sin fantasías, prejuicios, interpretaciones o ilusas pretensiones sobre mí y lo que me rodea.
Recuérdese la película The Matrix. Lo que Neo, el protagonista, logra durante el argumento es adquirir consciencia de ser. Experimenta un proceso de despertar que enlaza con la distinción ya enunciada, formulada entre otros por Heráclito de Éfeso, entre aquellos que estando dormidos parecen estar despiertos (los humanos que las máquinas mantienen inconscientes en nichos y enchufados a una realidad virtual que consideran su verdadera vida) y los que realmente están despiertos y pueden comprender (los humanos encabezados por Morfeo que han escapado del dominio de las máquinas). Y Neo adquiere consciencia de ser en su doble dimensión: de lo que él es; y de lo que es real, una realidad tan distinta del iluso mundo virtual diseñado por las máquinas. Lo primero es resumido por Morfeo de manera admirable cuando le dice «no pienses que lo eres, sabes que lo eres». Y lo segundo, se recoge en la frase «bienvenido al desierto de lo real», pues para el ser consciente el mundo exterior se desvanece como mera ficción y dejan de tener significado los apegos y anhelos materiales en los que buscaba la realización.
¿Quién goza de una Consciencia Perfecta?. Una Consciencia así, con mayúscula, es atribuible a la divinidad. El Ser Uno, Todo o Dios es Consciencia pura, sin otros aditivos ni paliativos.
Estado de consciencia.
Los seres humanos, en nuestra escala, podemos aproximarnos a ella en la comprensión de que la consciencia es un «estado» y que son muchos sus niveles o grados (como si fuera un termómetro).
El grado menor de consciencia se corresponde con la inconsciencia integral. Igual que la oscuridad completa es la falta total de luz o el frío completo es la carencia total de partículas caloríficas, la inconsciencia completa es la ausencia total de consciencia (no obstante, a la inconsciencia integral hay que aplicarle lo que se planteará en el Capítulo 8 acerca de la hipótesis e imposibilidad del Mal Absoluto).
En cuanto al grado mayor, es la Consciencia Perfecta: un estado permanente e inalterable de consciencia absoluta de lo que soy y de lo que es. Conlleva paz y quietud inalterables, armonía y equilibrio impecables y una atención centrada en ser lo que se es sin distracción alguna. A un estado así nos acercamos modestamente los seres humanos conforme avanzamos en nuestra evolución espiritual (elevando nuestro grado de consciencia en la forma que se verá más adelante) y seguimos el consejo del Libro del Deuteronomio: «estate atento a ti mismo» («attende tibi»). La meditación y, especialmente, la contemplación son un gran apoyo al respecto.
En el estado de Consciencia plena no existe ni el pasado ni el futuro, sólo un presente continuo en el que lo eterno se desenvuelve. No hay anhelos, ni deseos, ni versiones ilusas sobre lo real, ni ningún tipo de apego exterior al Ser que nuble la consciencia o aparte la atención de lo que soy. Tampoco pre-ocupaciones, pues el Ser está integralmente ocupado en ser. Y en un estado así fluye del Ser, de manera tan natural como intensa, el Amor Incondicional, la energía primaria y pura con la que la quietud se hace movimiento y viceversa.
Como se examinará en la Parte III, es en ese estado de Consciencia Perfecta en el que el Ser Uno, íntegramente concentrado en lo que es, emana y expande su Esencia (lo que la astrofísica denomina «big-bang»: concentración–expansión). Actúa, así, como Principio Único de cuanto existe en sus múltiples dimensiones. No lo hace por necesidad o requerimiento alguno, sino porque es su naturaleza innata, porque es Amor; un Amor sin distingos ni predilecciones, abnegado, misericordioso, profundo.
Elevación del grado de consciencia.
Por lo mismo, todo es Unidad: nada está separado y todo pertenece a la Identidad Divina. La Unidad es lo Real. Sin embargo, nuestros sentidos físicos perciben las cosas, objetos y seres como entidades inconexas e individuales. Además, mayoritariamente tenemos adormecida (las mujeres, por lo general, menos que los hombres) la capacidad de «ver» desde nuestro interior (intuición, sensibilidad, inspiración). La consecuencia es que fabricamos un mundo imaginario de separación y fragmentación, repleto de dualismos. De ahí la obsesión insensata, pero para tantas personas irrefrenable, de enjuiciar, clasificar y etiquetar todo y a todos: bueno y malo, superior e inferior, yo y el otro, lo tuyo y lo mío, ayer y mañana,... ¡Pobre mente humana opinando constantemente en un tumultuoso mar de suposiciones; sometida por nosotros mismos, por nuestra incapacidad de «ver» y por nuestra falta de consciencia, a la condena de ser juez y parte de cuanto existe y sucede en una agotadora actividad que ni cuando dormimos descansa!.
El ser humano puede liberarse de una situación tan absurda, inútil y dolorosa elevando de grado el estado de consciencia. Es indudable que sólo alcanzando la Consciencia Perfecta desaparecen los equívocos y ficciones: soy el que soy (no el que pienso que soy); y lo que siento Real es la realidad verdadera (no una realidad ilusoria, virtual). Y una Consciencia así es ajena al ser humano, que se mueve en grados de consciencia no plena y, por tanto, pensando lo que es (en vez de ser lo que es) e imaginando la realidad (en lugar de sentir lo Real). No obstante, podemos acercarnos a ella elevando el grado de consciencia. Y cualquiera que éste sea, se produce un hecho maravilloso que cuesta trabajo asumir: somos lo que creemos ser. Somos creadores y creamos según lo que creemos ser, en función de nuestra consciencia de ser. Ni más, ni menos. En términos utilizados en epígrafes previos, lo que crees es lo que creas; la vida es una película en la que uno mismo es el guionista, director, cámara y protagonista. Soy lo que creo ser. Y lo que creo ser depende de mi grado de consciencia, sea el que sea.
En cuanto a cómo elevar tal grado, toda persona puede en cualquier momento conseguir el máximo grado de consciencia al que es posible aspirar en el plano humano. Aunque parezca increíble, está al alcance de todos y en todo instante adquirir consciencia de lo que se es y de lo que es y afirmar con legitimidad «soy el que soy». No es preciso vivir muchos años, ni transitar por una cadena de vidas; ni, en cada una, leer muchos libros o atesorar conocimientos múltiples. Frecuentemente, los buscadores se enfrascan en una insaciable exploración de conocimientos teóricos y experiencias que acaban por introducirlos en un sinuoso laberinto de difícil salida. Pero el ansiado encuentro es bastante más simple y directo: conocerse a sí mismo y constatar que soy el que soy.
Las etapas antes vistas de ego, triunfador, dador, buscador, vidente y espíritu son grados, de menor a mayor, del estado de consciencia (esquemáticamente enunciado, pues en cada uno hay muchos grados de consciencia posibles). Y el ser humano puede tomar consciencia de espíritu en cualquier momento; adquirir consciencia de que soy, somos, el Milagro, una manifestación de Dios y Dios mismo, Creación y Creador. ¡Interiorízalo de una vez y olvídate de tantas idas y venidas por ideas, conceptos y experiencias «interesantes»!. Sin embargo, la inmensa mayoría de los seres humanos opta por una vía más dilatada —en términos de nuestra tridimensionalidad, pues en verdad el tiempo no existe— y van incrementando paulatinamente el grado de consciencia a través de una cadena de vidas físicas y a lo largo de cada una de ellas. A continuación se verá cómo.
En cualquier caso, al ir elevando el grado de consciencia —al pasar, por ejemplo, de triunfador a dador o de buscador a vidente— nos vamos acercando a lo que verdaderamente somos y a lo auténticamente real. Como la consciencia no será total, estaremos todavía en «nuestra» película. Pero su guión y discurrir se ajustarán cada vez más a nuestro ser verdadero y a la auténtica realidad. De su argumento irán desapareciendo paulatinamente las sensaciones de fragmentación y separación y los dualismos dicotómicos que encadenaban y coartaban nuestra felicidad. Su espacio será ocupado de manera natural por paz y armonía crecientes, una honda noción de Unidad y una gran capacidad de Amor.
¿Cómo se eleva el grado de consciencia?. Para responder a este interrogante hay que detenerse en la conciencia.
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