Buscadores (20). Parte II: Capítulo 4 (2) CONCIENCIA.
Conciencia.
La ilusoria separación de la Unidad que vivimos los seres humanos al experimentar la individualidad en libre albedrío provoca la pérdida de consciencia. La inconsciencia de lo que realmente somos nos introduce en un mundo de enredos dicotómicos y apegos materiales en el que la «conciencia » nos sirve de orientación, como una brújula. ¿Hacia dónde nos guía?: ¡a la consciencia!. La conciencia es un impulso interior que inconscientemente nos dirige, valga el juego de palabras, a elevar el grado de consciencia, a recobrar la consciencia. Es la llama que alimenta al buscador y le dirige al gran encuentro: hacia la consciencia de lo que es.
Puede parecer increíble, pero todo encaja de manera impecable y maravillosa en un Omniverso emanado del Amor. Aunque ni se nos pase por la cabeza, la función de la conciencia es la recuperación de la consciencia y, por ende, de la Unidad, a la que, obviamente, nunca dejamos de pertenecer por olvidada y arrumbada que la mantengamos.
Piénsese, por ejemplo, en las personas concienciadas en el servicio a la comunidad, la defensa de los derechos humanos, la ayuda al Tercer Mundo, evitar el maltrato de animales o la protección del medio ambiente. Son conductas y comportamientos ligados de un modo u otro a la idea de Unidad. Y son indicios palpables de que el ser humano que los ejerce, en su discurrir espiritual, avanza hacia el restablecimiento de la consciencia y el conocimiento de sí mismo. No importa que se considere ateo o agnóstico. Una persona concienciada en ámbitos como los expuestos muestra un progreso espiritual hacia su verdadero Ser. No es extraño encontrar ateos que en realidad están espiritualmente mucho más despiertos que otros que se reclaman religiosos y reducen la religión a una práctica iterativa y rutinaria de ritos y ceremonias vacíos de contenido, carentes de amor, y a una concepción egocéntrica, maniquea y maliciosa de la realidad. Como afirma la Primera Carta de Juan: «El que no ama, no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es Amor» (4,8).
Estadios de conciencia.
La consciencia, como se reseñó, radica en ser; la conciencia en estar: se está en un determinado «estadio» de conciencia. Y si el grado de consciencia puede elevarse, en los estadios de conciencia es posible progresar. Expresado gráficamente, la consciencia es una línea vertical en la que se puede ascender (aumento del grado de consciencia); la conciencia es una línea horizontal en la que se puede progresar (avance en el estadio de conciencia). Así como existen diferentes grados de consciencia, hay distintos estadios de conciencia. Según nuestro grado de consciencia, las personas pasamos de un estadio de conciencia a otro a lo largo de la cadena de vidas físicas —y en cada una de ellas— de nuestra encarnación en el plano humano.
Enlazando con lo ya explicado y expresado muy sintéticamente, el punto de arranque es un bajo grado de consciencia o consciencia egocéntrica, representado por el ego y el triunfador de páginas anteriores. De hecho, engloba diversos grados de consciencia, pero todos tienen como eje la identificación con el ego y con lo que a éste reporta placer: mi yo es el centro del Universo y todo gira en torno a mí para proporcionarme felicidad. En estos grados de consciencia egocéntrica se viven, a su vez, distintos estadios de conciencia —concienciación en torno a la acumulación de
riqueza y dinero o en clave de poder, éxito y fama, reconocimiento social,…— con sus correspondientes experiencias. Y es la insatisfacción o carencia de una vida llena y completa que sentimos en el transcurso de tales experiencias la que nos conduce a buscar algo más y ayuda a elevar nuestro grado consciencial.
Nos introducimos entonces en una consciencia de sistema: nos transformamos en dadores, en la terminología ya usada, y hacemos cosas de forma desinteresada para una determinada esfera (sistema). Ésta se irá ampliando poco a poco en la medida que aumenta el grado de consciencia: familia, amigos, comunidad, sociedad, humanidad, planeta. El altruismo ganará terreno, dando paso a diferentes niveles en el estado de consciencia en los que el triunfador de antes se convierte en un dador cada vez más generoso capaz no sólo de dar cosas, sino también de darse a sí mismo. En estos grados de consciencia viviremos diversos estadios de conciencia —las modalidades de concienciación ya citadas en torno al servicio a la comunidad, los derechos humanos, el Tercer Mundo, el maltrato de animales o el medio ambiente—, con sus respectivas experiencias.
La sucesión de estas experiencias aportará vivencias que irán elevando nuevamente el grado de consciencia; y ampliando el ansia de dar a todos los seres humanos y al planeta en su globalidad. Esto nos hará avanzar por estadios de conciencia cuyas experiencias situarán a nuestra individualidad en un punto límite: el mundo que queríamos abrazar deja de ser fuente de realización y aparece la necesidad de elevar trascendentemente el nivel consciencial. Aspiramos a encontrar a Dios y nos transformamos en buscadores (siempre lo hemos sido, pero ahora somos conscientes de serlo). El mundo material ya no es el lugar en el que pueden realizarse nuestros deseos y anhelos y ponemos en cuestión la pretensión del ego de ser omnipotente. Y, como buscadores, pasaremos por distintos grados de consciencia que nos introducirán en diversos estadios de conciencia con sus consiguientes experiencias.
Éstas nos pondrán en evidencia una luz interna que insiste en que hay que ir más allá, disfrutando del viaje como en la travesía hacia Ítaca cantada por Kaváfis, pues la búsqueda ha de desembocar en el encuentro. Su empuje nos lleva a vislumbrar dimensiones de la realidad que hasta ahora permanecían escondidas. Aún no las podemos palpar, pero empezamos a sentir que están ahí, esperando a que demos el paso hacia a ellas. Nuestro grado de consciencia se eleva al nivel de vidente, que realmente incluye diferentes grados de consciencia. En ellos desarrollamos diversos estadios de conciencia con sus correspondientes experiencias, que propiciarán que toda identificación externa y el ego se vayan diluyendo.
Es un nacimiento nuevo, una resurrección en vida que posibilita que veamos a Dios en la vida misma. Desparece cualquier lucha interior y el guerrero que hemos sido (egoístas, triunfadores, dadores,…) puede descansar para siempre. También el buscador, porque la búsqueda, simplemente, concluyó. Nos inundará una inocencia similar a la de los niños, aunque no será ya un sentimiento, sino consciencia. Lloraremos como niños, porque se ha producido el anhelado «encuentro»; y reiremos como niños, porque veremos que en todo momento, a lo largo del camino, el encuentro estuvo con nosotros y a nuestro alcance: sólo era cuestión de ser conscientes. Comprenderemos, igualmente, que el camino ha merecido la pena.
Nuestro nivel de consciencia se habrá elevado mucho, pero aún puede aumentar más. El encuentro nos permite ver a Dios. Pero desearemos experimentar a Dios mismo, fundirnos con Él y en Él. Se alcanza entonces un grado de consciencia de espíritu, que se despliega en los estadios de conciencia comentados en su momento: conciencia cósmica (experimentamos milagros); conciencia divina (obramos milagros); y conciencia de la Unidad (nos convertimos en el milagro). No es la Consciencia que disfruta el Ser Uno, pero sí análoga. Con el último estadio reseñado, conciencia de Unidad, la propia conciencia se disuelve. De hecho, deja de ser necesaria, pues cumplió su función como brújula y guía hacia mayores grados de consciencia. Ésta ya fluye en todo su esplendor y de modo pleno, sin reservas.
Grado de consciencia, estadios de conciencia y experiencias.
Hay que reiterar que en cada nivel expuesto —egocéntrico, triunfador, dador, buscador, vidente y espíritu—, existen en realidad numerosos grados de consciencia. Cada uno se plasma, a su vez, en variados estadios de conciencia. Y éstos, a lo largo de nuestra existencia como seres humanos, nos llevan a vivir muy diferentes experiencias que nos permiten ir elevando el grado de consciencia. Como se ha subrayado ya, la toma de consciencia plena está siempre a nuestro alcance. Pero solemos transitar por los distintos grados de consciencia durante nuestra encarnación —cadena de vidas— en el plano humano.
Antes de nacer en cada vida física, tenemos un grado de consciencia resultado de las existencias y experiencias de vidas anteriores. El cuerpo y el entorno (el «yo y mis circunstancias » de Ortega) en el que volvemos a nacer contará con el perfil energético y vibratorio pertinente para, a partir de ese grado de consciencia, desarrollar un estadio de conciencia específico en el que viviremos experiencias que nos posibilitarán el aumento en el grado de consciencia. Tras ello, desplegaremos un nuevo estadio de conciencia con sus respectivas experiencias, que nos permitirán incrementar otra vez el grado de consciencia. Durante una misma vida física, este proceso se puede repetir «n» veces, sin que exista una regla fija, pues depende de cada uno y su respectiva toma de consciencia. Y el proceso no tiene que ser siempre evolutivo (ascensos sucesivos en el grado de consciencia), sino que las experiencias vividas en un estadio de conciencia pueden llevarnos a una involución o descenso en el grado consciencial.
Como consecuencia de todo ello, en el momento concreto de la transición que erróneamente llamamos «muerte» disfrutaremos de un determinado grado de consciencia. Éste será el punto de partida en nuestra siguiente vida física y definirá el perfil del cuerpo y el entorno en el que nos volvemos a encarnar.
Por tanto, denominado «A» al grado de consciencia, «B» a cada estadio de conciencia y «C» a las experiencias que vivimos en cada estadio, la secuencia puede formularse así:
--- A --- B --- C --- A --- B --- C --- A --- B --- C ---
La base está, por tanto, en el grado de consciencia, que es puramente interior. Sin embargo, solemos creer que la clave del cambio se encuentra en modificar el estadio de conciencia, que tiene un marcado sesgo exterior. Retomando consideraciones ya expuestas, los cambios en los estadios de conciencia son programas. Y hace falta mucho más para avanzar en la búsqueda: se necesita una nueva visión. Ésta sólo la ofrece la elevación en el grado de consciencia. En cada vida y sus múltiples experiencias hay que trabajar en el interior de cada uno para aumentar lo más posible el grado de consciencia, sabiendo, además, que la toma de consciencia plena siempre está a nuestra disposición.
Contemplando, como antes se hizo, la consciencia como una línea vertical, con distintos grados, y los estadios de conciencia como una horizontal en la que se puede avanzar, estamos ante una especie de eje de coordenadas en el que, en cada vida física, se parte de un punto concreto dentro del espacio por él delimitado y se puede progresar, o retroceder, a otros puntos del mismo espacio:
Consciencia
|
| X
| X
| X
| X
| X
| X
|X____________________________Conciencia
Como el tiempo no existe, sino una eternidad que se desenvuelve en un presente continuo, la totalidad de grados de consciencia, la globalidad de estadios de conciencia a ellos asociados y el conjunto de experiencias a cada estadio ligadas acontecen y se desarrollan al unísono y multidimensionalmente. Por esto, la franja ascendente en el eje de coordenadas es, en verdad, una Matriz Cósmica Holográfica de complejidad infinita (véase el Capítulo 9). Tal Matriz es, de hecho, la mente del Ser Uno. Recuérdese El Kybalión: «La mente del Todo es la matriz del Universo».
Como se ha indicado, al nacer en cada vida física nos encarnamos en un cuerpo y un entorno (yo y mis circunstancias) cuyo perfil vibracional y energético se corresponde exactamente con un determinado grado de consciencia (lo que hará que partamos de un estadio de conciencia específico con sus consiguientes experiencias, gracias a las cuales podemos alcanzar un aumento del grado consciencial). En términos de eje de coordenadas o de matriz holográfica, nos encarnamos en un «punto» concreto de ese eje o matriz que cuenta con las características energéticas y vibracionales precisas (se profundizará en esto en capítulos posteriores) ajustadas al grado de consciencia que disfrutamos y su potencial de crecimiento a través de estadios de conciencia y experiencias en la nueva vida.
En este convencimiento, remotas tradiciones espirituales consideraban crucial saber cuál es el «punto» que a cada recién nacido corresponde, para, a partir de ahí, ayudarlo en su evolución durante su nueva vida física. Y en el entendimiento de que el «punto» es de perfil energético y vibratorio, buscaron la información al respecto en los movimientos y posicionamientos cosmogónicos, también de carácter vibratorio y energético, de planetas y estrellas en el instante del nacimiento. Ésta es una de las razones, por ejemplo, de la auténtica obsesión de la cultura maya por el estudio del tiempo y del Cosmos. Y el célebre horóscopo zodiacal o las llamadas cartas astrales de la actualidad, aunque usados normalmente de manera harto frívola, hallan también en ello su explicación.
En esas antiguas tradiciones, muy anteriores a la época en la que los matemáticos diseñaron los ejes de coordenadas, la interrelación entre la consciencia y la conciencia se dibujaba cual cruce (cruz) de las dos líneas. Sirvan estos ejemplos:
+ Experiencia egóica pura:
Consciencia
|
|
|
|
_ |______________ Conciencia
+ Experiencia altruista:
Consciencia
|
|
-------------- | --------------
| Conciencia
|
+ Experiencia de espíritu:
Consciencia
___________________ |
Conciencia |
|
|
https://www.youtube.com/watch?v=8QV5uyiYK8Q
(Me permito compartir a Lluis Llach que musicalizó el poema de Kavafis. Escúchalo desde lo más hondo de tu corazón.
Tienes los subtítulos en castellano.
Es una canción muy significativa para una generación.)💓
La ilusoria separación de la Unidad que vivimos los seres humanos al experimentar la individualidad en libre albedrío provoca la pérdida de consciencia. La inconsciencia de lo que realmente somos nos introduce en un mundo de enredos dicotómicos y apegos materiales en el que la «conciencia » nos sirve de orientación, como una brújula. ¿Hacia dónde nos guía?: ¡a la consciencia!. La conciencia es un impulso interior que inconscientemente nos dirige, valga el juego de palabras, a elevar el grado de consciencia, a recobrar la consciencia. Es la llama que alimenta al buscador y le dirige al gran encuentro: hacia la consciencia de lo que es.
Puede parecer increíble, pero todo encaja de manera impecable y maravillosa en un Omniverso emanado del Amor. Aunque ni se nos pase por la cabeza, la función de la conciencia es la recuperación de la consciencia y, por ende, de la Unidad, a la que, obviamente, nunca dejamos de pertenecer por olvidada y arrumbada que la mantengamos.
Piénsese, por ejemplo, en las personas concienciadas en el servicio a la comunidad, la defensa de los derechos humanos, la ayuda al Tercer Mundo, evitar el maltrato de animales o la protección del medio ambiente. Son conductas y comportamientos ligados de un modo u otro a la idea de Unidad. Y son indicios palpables de que el ser humano que los ejerce, en su discurrir espiritual, avanza hacia el restablecimiento de la consciencia y el conocimiento de sí mismo. No importa que se considere ateo o agnóstico. Una persona concienciada en ámbitos como los expuestos muestra un progreso espiritual hacia su verdadero Ser. No es extraño encontrar ateos que en realidad están espiritualmente mucho más despiertos que otros que se reclaman religiosos y reducen la religión a una práctica iterativa y rutinaria de ritos y ceremonias vacíos de contenido, carentes de amor, y a una concepción egocéntrica, maniquea y maliciosa de la realidad. Como afirma la Primera Carta de Juan: «El que no ama, no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es Amor» (4,8).
Estadios de conciencia.
La consciencia, como se reseñó, radica en ser; la conciencia en estar: se está en un determinado «estadio» de conciencia. Y si el grado de consciencia puede elevarse, en los estadios de conciencia es posible progresar. Expresado gráficamente, la consciencia es una línea vertical en la que se puede ascender (aumento del grado de consciencia); la conciencia es una línea horizontal en la que se puede progresar (avance en el estadio de conciencia). Así como existen diferentes grados de consciencia, hay distintos estadios de conciencia. Según nuestro grado de consciencia, las personas pasamos de un estadio de conciencia a otro a lo largo de la cadena de vidas físicas —y en cada una de ellas— de nuestra encarnación en el plano humano.
Enlazando con lo ya explicado y expresado muy sintéticamente, el punto de arranque es un bajo grado de consciencia o consciencia egocéntrica, representado por el ego y el triunfador de páginas anteriores. De hecho, engloba diversos grados de consciencia, pero todos tienen como eje la identificación con el ego y con lo que a éste reporta placer: mi yo es el centro del Universo y todo gira en torno a mí para proporcionarme felicidad. En estos grados de consciencia egocéntrica se viven, a su vez, distintos estadios de conciencia —concienciación en torno a la acumulación de
riqueza y dinero o en clave de poder, éxito y fama, reconocimiento social,…— con sus correspondientes experiencias. Y es la insatisfacción o carencia de una vida llena y completa que sentimos en el transcurso de tales experiencias la que nos conduce a buscar algo más y ayuda a elevar nuestro grado consciencial.
Nos introducimos entonces en una consciencia de sistema: nos transformamos en dadores, en la terminología ya usada, y hacemos cosas de forma desinteresada para una determinada esfera (sistema). Ésta se irá ampliando poco a poco en la medida que aumenta el grado de consciencia: familia, amigos, comunidad, sociedad, humanidad, planeta. El altruismo ganará terreno, dando paso a diferentes niveles en el estado de consciencia en los que el triunfador de antes se convierte en un dador cada vez más generoso capaz no sólo de dar cosas, sino también de darse a sí mismo. En estos grados de consciencia viviremos diversos estadios de conciencia —las modalidades de concienciación ya citadas en torno al servicio a la comunidad, los derechos humanos, el Tercer Mundo, el maltrato de animales o el medio ambiente—, con sus respectivas experiencias.
La sucesión de estas experiencias aportará vivencias que irán elevando nuevamente el grado de consciencia; y ampliando el ansia de dar a todos los seres humanos y al planeta en su globalidad. Esto nos hará avanzar por estadios de conciencia cuyas experiencias situarán a nuestra individualidad en un punto límite: el mundo que queríamos abrazar deja de ser fuente de realización y aparece la necesidad de elevar trascendentemente el nivel consciencial. Aspiramos a encontrar a Dios y nos transformamos en buscadores (siempre lo hemos sido, pero ahora somos conscientes de serlo). El mundo material ya no es el lugar en el que pueden realizarse nuestros deseos y anhelos y ponemos en cuestión la pretensión del ego de ser omnipotente. Y, como buscadores, pasaremos por distintos grados de consciencia que nos introducirán en diversos estadios de conciencia con sus consiguientes experiencias.
Éstas nos pondrán en evidencia una luz interna que insiste en que hay que ir más allá, disfrutando del viaje como en la travesía hacia Ítaca cantada por Kaváfis, pues la búsqueda ha de desembocar en el encuentro. Su empuje nos lleva a vislumbrar dimensiones de la realidad que hasta ahora permanecían escondidas. Aún no las podemos palpar, pero empezamos a sentir que están ahí, esperando a que demos el paso hacia a ellas. Nuestro grado de consciencia se eleva al nivel de vidente, que realmente incluye diferentes grados de consciencia. En ellos desarrollamos diversos estadios de conciencia con sus correspondientes experiencias, que propiciarán que toda identificación externa y el ego se vayan diluyendo.
Es un nacimiento nuevo, una resurrección en vida que posibilita que veamos a Dios en la vida misma. Desparece cualquier lucha interior y el guerrero que hemos sido (egoístas, triunfadores, dadores,…) puede descansar para siempre. También el buscador, porque la búsqueda, simplemente, concluyó. Nos inundará una inocencia similar a la de los niños, aunque no será ya un sentimiento, sino consciencia. Lloraremos como niños, porque se ha producido el anhelado «encuentro»; y reiremos como niños, porque veremos que en todo momento, a lo largo del camino, el encuentro estuvo con nosotros y a nuestro alcance: sólo era cuestión de ser conscientes. Comprenderemos, igualmente, que el camino ha merecido la pena.
Nuestro nivel de consciencia se habrá elevado mucho, pero aún puede aumentar más. El encuentro nos permite ver a Dios. Pero desearemos experimentar a Dios mismo, fundirnos con Él y en Él. Se alcanza entonces un grado de consciencia de espíritu, que se despliega en los estadios de conciencia comentados en su momento: conciencia cósmica (experimentamos milagros); conciencia divina (obramos milagros); y conciencia de la Unidad (nos convertimos en el milagro). No es la Consciencia que disfruta el Ser Uno, pero sí análoga. Con el último estadio reseñado, conciencia de Unidad, la propia conciencia se disuelve. De hecho, deja de ser necesaria, pues cumplió su función como brújula y guía hacia mayores grados de consciencia. Ésta ya fluye en todo su esplendor y de modo pleno, sin reservas.
Grado de consciencia, estadios de conciencia y experiencias.
Hay que reiterar que en cada nivel expuesto —egocéntrico, triunfador, dador, buscador, vidente y espíritu—, existen en realidad numerosos grados de consciencia. Cada uno se plasma, a su vez, en variados estadios de conciencia. Y éstos, a lo largo de nuestra existencia como seres humanos, nos llevan a vivir muy diferentes experiencias que nos permiten ir elevando el grado de consciencia. Como se ha subrayado ya, la toma de consciencia plena está siempre a nuestro alcance. Pero solemos transitar por los distintos grados de consciencia durante nuestra encarnación —cadena de vidas— en el plano humano.
Antes de nacer en cada vida física, tenemos un grado de consciencia resultado de las existencias y experiencias de vidas anteriores. El cuerpo y el entorno (el «yo y mis circunstancias » de Ortega) en el que volvemos a nacer contará con el perfil energético y vibratorio pertinente para, a partir de ese grado de consciencia, desarrollar un estadio de conciencia específico en el que viviremos experiencias que nos posibilitarán el aumento en el grado de consciencia. Tras ello, desplegaremos un nuevo estadio de conciencia con sus respectivas experiencias, que nos permitirán incrementar otra vez el grado de consciencia. Durante una misma vida física, este proceso se puede repetir «n» veces, sin que exista una regla fija, pues depende de cada uno y su respectiva toma de consciencia. Y el proceso no tiene que ser siempre evolutivo (ascensos sucesivos en el grado de consciencia), sino que las experiencias vividas en un estadio de conciencia pueden llevarnos a una involución o descenso en el grado consciencial.
Como consecuencia de todo ello, en el momento concreto de la transición que erróneamente llamamos «muerte» disfrutaremos de un determinado grado de consciencia. Éste será el punto de partida en nuestra siguiente vida física y definirá el perfil del cuerpo y el entorno en el que nos volvemos a encarnar.
Por tanto, denominado «A» al grado de consciencia, «B» a cada estadio de conciencia y «C» a las experiencias que vivimos en cada estadio, la secuencia puede formularse así:
--- A --- B --- C --- A --- B --- C --- A --- B --- C ---
La base está, por tanto, en el grado de consciencia, que es puramente interior. Sin embargo, solemos creer que la clave del cambio se encuentra en modificar el estadio de conciencia, que tiene un marcado sesgo exterior. Retomando consideraciones ya expuestas, los cambios en los estadios de conciencia son programas. Y hace falta mucho más para avanzar en la búsqueda: se necesita una nueva visión. Ésta sólo la ofrece la elevación en el grado de consciencia. En cada vida y sus múltiples experiencias hay que trabajar en el interior de cada uno para aumentar lo más posible el grado de consciencia, sabiendo, además, que la toma de consciencia plena siempre está a nuestra disposición.
Contemplando, como antes se hizo, la consciencia como una línea vertical, con distintos grados, y los estadios de conciencia como una horizontal en la que se puede avanzar, estamos ante una especie de eje de coordenadas en el que, en cada vida física, se parte de un punto concreto dentro del espacio por él delimitado y se puede progresar, o retroceder, a otros puntos del mismo espacio:
Consciencia
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| X
| X
| X
| X
| X
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|X____________________________Conciencia
Como el tiempo no existe, sino una eternidad que se desenvuelve en un presente continuo, la totalidad de grados de consciencia, la globalidad de estadios de conciencia a ellos asociados y el conjunto de experiencias a cada estadio ligadas acontecen y se desarrollan al unísono y multidimensionalmente. Por esto, la franja ascendente en el eje de coordenadas es, en verdad, una Matriz Cósmica Holográfica de complejidad infinita (véase el Capítulo 9). Tal Matriz es, de hecho, la mente del Ser Uno. Recuérdese El Kybalión: «La mente del Todo es la matriz del Universo».
Como se ha indicado, al nacer en cada vida física nos encarnamos en un cuerpo y un entorno (yo y mis circunstancias) cuyo perfil vibracional y energético se corresponde exactamente con un determinado grado de consciencia (lo que hará que partamos de un estadio de conciencia específico con sus consiguientes experiencias, gracias a las cuales podemos alcanzar un aumento del grado consciencial). En términos de eje de coordenadas o de matriz holográfica, nos encarnamos en un «punto» concreto de ese eje o matriz que cuenta con las características energéticas y vibracionales precisas (se profundizará en esto en capítulos posteriores) ajustadas al grado de consciencia que disfrutamos y su potencial de crecimiento a través de estadios de conciencia y experiencias en la nueva vida.
En este convencimiento, remotas tradiciones espirituales consideraban crucial saber cuál es el «punto» que a cada recién nacido corresponde, para, a partir de ahí, ayudarlo en su evolución durante su nueva vida física. Y en el entendimiento de que el «punto» es de perfil energético y vibratorio, buscaron la información al respecto en los movimientos y posicionamientos cosmogónicos, también de carácter vibratorio y energético, de planetas y estrellas en el instante del nacimiento. Ésta es una de las razones, por ejemplo, de la auténtica obsesión de la cultura maya por el estudio del tiempo y del Cosmos. Y el célebre horóscopo zodiacal o las llamadas cartas astrales de la actualidad, aunque usados normalmente de manera harto frívola, hallan también en ello su explicación.
En esas antiguas tradiciones, muy anteriores a la época en la que los matemáticos diseñaron los ejes de coordenadas, la interrelación entre la consciencia y la conciencia se dibujaba cual cruce (cruz) de las dos líneas. Sirvan estos ejemplos:
+ Experiencia egóica pura:
Consciencia
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_ |______________ Conciencia
+ Experiencia altruista:
Consciencia
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-------------- | --------------
| Conciencia
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+ Experiencia de espíritu:
Consciencia
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Conciencia |
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https://www.youtube.com/watch?v=8QV5uyiYK8Q
(Me permito compartir a Lluis Llach que musicalizó el poema de Kavafis. Escúchalo desde lo más hondo de tu corazón.
Tienes los subtítulos en castellano.
Es una canción muy significativa para una generación.)💓
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