"Buscadores" Emilio Carrillo Benito (51) La conexión cósmica del ser humano.
La conexión cósmica de cada ser humano.
Tras lo enunciado en los epígrafes precedente acerca de múltiples manifestaciones de la Unidad en esfera muy diferentes, es momento de recalcar que también el ser humano, por más que en la vida cotidiana se suela olvidar, se encuentra íntima y estrechamente integrado en la Unidad de la Creación. Y no sólo en su dimensión espiritual —el Espíritu (Espíritu Santo) inmanente en cada cual es realmente Uno (recuérdese el ejemplo del aire que respiramos, que siendo obviamente uno, al inspirarlo aparenta individualidad)—, sino también en su plano material.
De hecho, los seres humanos estamos conectados con el planeta en el que vivimos, la Tierra, y con nuestra estrella, el Sol, configurando un sistema que opera a modo de repetidor. Primero, cada uno de nosotros mantiene una relación energética y vibracional con la Tierra y, a través de ésta, con el Sol. Y segundo, ambos interactúan energéticamente y operan vibratoriamente configurado un sistema repetidor que nos incluye a nosotros. No sólo el cerebro humano, también ellos tienen hemisferios derecho e izquierdo, claros y oscuros. Hay un patrón circular de resonancia e interacción energética y vibracional entre cada persona y la Tierra —auténtico ser viviente del que formamos parte, de la misma manera que nuestro organismo se configura de múltiples órganos y células— y, por medio de aquélla, con el Sol —otro ser viviente, aunque de dimensión superior, en torno al cual se articula y configura el sistema solar de Ors, del que la Tierra, todo lo que la puebla y, por supuesto, la humanidad forman parte—.
Es más, nuestro planeta, además de interactuar con sus pobladores y con el Sol, lo hace con su satélite, la Luna, y con los restantes astros integrados en Ors. Y éste, y cada uno de nosotros dentro de él, interacciona en el contexto de la gran galaxia que es la Vía Láctea, cuyo Centro influye energética y vibratoriamente en todos sus componentes de manera análoga a como el Sol incide en nuestro sistema solar, en la Tierra y en cada persona. Es algo tan natural y espontáneo que ni nos percatamos de ello. Pero tan real como el hecho de que nuestro organismo, intelecto y energía corporal y vital notan la diferencia entre el día y la noche o entre el invierno y la primavera.
Por tanto, cada ser humano está conectado al Cosmos. Emitimos energía que influye vibracionalmente en la Tierra, que la repite hacia el Sol y, desde éste, al Centro Galáctico, desde dónde sale hacia los cuerpos celestiales -como las supernovas- situados más allá de la Vía Láctea. Recíprocamente, los cuerpos celestiales transmiten energía al Centro Galáctico; éste, a toda la galaxia, incluido el Sol, que lo hace, a su vez, a la totalidad de Ors y, por tanto, a la Tierra; y ésta, finalmente, la propaga a todo lo que la conforma, incluida cada persona.
El Cosmos entero está interconectado, lo que, lejos de empequeñecernos, ha de aumentar espectacularmente nuestra consciencia y sentido de responsabilidad. Un pensamiento o acto dañino transmite y repite energéticamente el dolor que lleva asociado por todo el Cosmos; un pensamiento o acto amoroso, expande el Amor hasta los confines del Universo. Cuando adquirimos consciencia de esta pertenencia a la Unidad cósmica y de nuestra íntima conexión con el Omniverso, nos convertimos en participantes activos de tan colosal interconexión energética y vibracional. Tiene su base en el Amor Incondicional y se despliega, como se verá en el próximo capítulo, en ondas de torsión: tanto arriba como abajo; en lo grande como en lo pequeño; en lo lejano como en lo cercano.
De hecho, como ya se ha indicado, todas las personas somos un campo o vórtice de energía vibratoria. Espíritu, alma y cuerpo, los tres componentes interrelacionados que se hacen unidad en nuestra condición de ser humano, son vibración: pura y de altísima frecuencia, la del Espíritu; densa y de baja gradación, la del cuerpo; e intermedia, la del alma. Y, como vórtices de energía, somos parte de un campo o vórtice superior, la Tierra, que lo es, a su vez, de otro mayor, el sistema solar de Ors, que lo es, a su vez, de la Vía Láctea. Todo el Omniverso, en sus distintas dimensiones, es un campo infinito de energía de Amor Incondicional y vibratoria, emanada del Principio Único. Y está conformado por múltiples subcampos o vórtices energéticos: cada uno es suma de otros y forma parte de una suma o vórtice superior. Cada vórtice emite y recibe energía, haciendo que el Cosmos entero se mantenga en permanente interacción.
«Akasha» y ADN.
Dentro de éste inmenso y colosal campo unitario de influencias e impactos energéticos y vibracionales vive el ser humano su existencia —cadena de vidas físicas—. En el seno del cuerpo, el ADN está perfectamente preparado para participar activamente en estas interacciones. Para ello, volviendo a lo expuesto en epígrafes previos acerca de los registros akásicos, en el interior del ADN existe un registro akasha de perfil nítidamente interdimensional.
De hecho, hay una capa del ADN que tiene la información completa acerca de quiénes hemos sido en cada eslabón de la cadena de vidas que configura la encarnación en el plano humano. En cada nueva vida, tal registro o capa se conforma energéticamente en el contexto de la fecundación y en las ocho células madre o «células del alma» referidas en el Capítulo 7. Al ser interdimensional, ajeno al espacio/tiempo, contiene el registro de cada vida disfrutada y el potencial de las que viviremos. Todas son realmente una —una encarnación en una serie de reencarnaciones— y están entremezcladas energética y vibracionalmente. En nuestra visión tridimensional, nos gustaría percibirlas lineal y cronológicamente ordenadas, una tras otra. Pero no se organizan así, sino en función de su frecuencia vibratoria y con la capa de mayor gradación —más iluminada— arriba del todo. El nivel vibratorio constituye el eje operativo del sistema.
Además, este registro interdimensional, estando en el ADN de cada uno, también se muestra en el campo energético que rodea a cada cual. De ahí que haya personas capaces de percibirlo en los demás y de efectuar prácticas de recuerdos de otras vidas, tanto regresiones (pasadas) como progresiones (futuras). Pero cada ser humano, en la secuencia grado de consciencia —estadio de conciencia— experiencias, puede acceder al registro akásico y escoger los mejores atributos de su cadena de vidas. Con ello se relaciona lo comentado en capítulos anteriores acerca de la posibilidad de elevar al máximo el grado de consciencia de manera instantánea, sin necesidad de recorrer la cadena de vidas. Como se ha insistido, el que busca, halla; y en la búsqueda ya está el encuentro. El tiempo es una ficción tridimensional y no seremos un ser humano con mayor grado de consciencia «algún día». Lo que seremos, ya lo somos. Se trata de tomar consciencia y situar el centro de atención en lo que se desea. Así se accede a lo que seremos; y lo podremos incorpora a nuestra vida actual.
Todo está ligado en una energía hipercuántica envuelta como en un atado, en un momento presente continuo en el que lo eterno se desenvuelve. De ahí que también se pueda describir un acontecimiento futuro tal como si estuviese ocurriendo ahora.
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