"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo B (8) "Viaje al Centro Galáctico y a mi interior"

Viaje al Centro Galáctico y a mi interior.

La velada en casa de Nimue que os relaté en la Crónica precedente dejó una fuerte huella en mi interior. Durante días, Iapetus, Nibiru, los nefilim, el Sol y su compañera Soldwarg agitaron mi mente y mi alma. Se me aparecían incluso en sueños y llegue a temer que se convirtieran en algo obsesivo.

Como consecuencia de esta ansiedad y también porque intuía que era el mejor medio de superarla, abordé a Merlín en la primera oportunidad que se presentó, compartiendo con él lo hablado con Nimue y rogándole que me explicara lo que ella me había adelantado para, finalmente, remitirme a él como verdadero experto en el tema. No sé por qué, pero intuía que conversar con el Gran Mago no sólo me aportaría nuevos saberes, sino que, muy especialmente, me devolvería la serenidad.

Fue una mañana de cielo limpio y azul, viento calmado y temperatura propicia para un paseo largo y sosegado. Sin embargo, me hallaba voluntariamente enclaustrado en mi habitación escribiendo unos apuntes –Variaciones, los he denominado- a propósito de dos obras centradas en la práctica de la meditación contemplativa, ambas anónimas inglesas del siglo XIV, que habían llamado mi atención en la biblioteca de la Reina de las Tempestades: La Nube del No-Saber y el Libro de la Orientación Particular. En un descanso del trabajo, me asomé al ventanal que ilumina mi aposento para disfrutar del paisaje y divisé la figura de Merlín caminando pausadamente, pero a pasos largos, como acostumbra, en dirección al océano, que dibuja su estampa cerca del castillo donde los dos residimos durante nuestra estancia en Ávalon. Sin pensarlo dos veces, abandoné cuanto tenía entre manos y salí disparado de la habitación dispuesto a darle alcance antes de que su rastro se perdiera en uno de los muchos recodos y vías alternativas que adornan la costa. Cuando logré tenerlo a tiro de piedra, grité su nombre:

-¡Merlín!-, me salió con tintes jadeantes, pues, más que andar, casi trotaba en mi afán de reducir su ventaja.

De inmediato y sin dejar de caminar, giró su marcha 180 grados, orientando su rumbo en dirección a mí. Tuve la certeza de que, antes de que lo llamara, sabía de sobra que lo seguía.

-Buenos días, Emilio. Qué alegría verte-, me saludó agitando el largo bastón de madera de almez que asía con su mano derecha, mientras descansaba la otra en la parte de arriba de una especie de zurrón pardo que colgaba de su hombro izquierdo. -Has aparecido justo cuando pensaba lo bien que me vendría compañía en la ruta por los acantilados a la que quiero dedicar la mañana. ¿Te apetece venir conmigo?-.

-¡Claro!. Hace unos días que deseo charlar contigo. Te he visto desde mi cuarto y no he dudado en salir detrás tuya. La senda de los acantilados es un marco idóneo para plantearte algunas preguntas derivadas de una reciente conversación que he mantenido con Nimue-.

-¡Pues a qué esperamos!-, exclamó con voz muy alta.

El litoral de la Isla de Cristal experimenta una curiosa transformación a la altura del Castillo de las Reina de las Tempestades. Hacia el norte de la teórica línea recta que conforma con el mismo, se extiende una alfombra de playas lisas y suaves y arenas blancas que se prolonga durante kilómetros. En cambio, hacia el sur, arranca de improviso una batería de elevados acantilados por cuyos enfilados bordes es posible pasear, oteando pequeñas calas de acceso imposible, salvo para las gaviotas, y, sobre todo, espectaculares desprendimientos que, al caer a las aguas marinas, han formado numerosos islotes, de muy diversos tamaños, con grandes rocas diseminadas que salpican la costa. Impresionantes vistas jalonan todo el recorrido que se desenvuelve durante cuarenta kilómetros, aunque Merlín había previsto una ruta de ida y vuelta hasta el Templo de la Roca, un antiquísimo lugar de culto druida colgado sobre uno de los acantilados y a poco menos de siete mil metros de distancia.

-La marcha hasta el Templo es muy segura, a pesar de lindar con los desfiladeros-, fue Merlín quien inició la plática. –No obstante, no te asomes demasiado a los bordes, porque la piedra es porosa y en cualquier momento se puede desprender. Y ten en cuenta que a veces las piedras, debido a la erosión del mar, que ha penetrado por el subsuelo, se desprenden hacia el interior, conformando lagares, es decir, hondos agujeros. Algunos son enormes. Pero otros son pequeños y apenas se atisban-.

Absorto en el camino, viví aquel presente disfrutando de la belleza que penetraba a raudales por mis ojos y del profundo sonido y olor a mar que impregnaban el ambiente. El Sol refulgente, el cielo abierto en canal de luz, el azul oscuro, casi añil, de un océano que simulaba ser infinito, las altas olas que parecían nacer por arte de magia en la lejanía del horizonte, el bailar de cientos de gaviones (gaviotas de la especie Larus Marinus, me informó Merlín) planeando su vasta envergadura sobre nuestras cabezas, la hermosa vegetación de mimosas que se deslizaba por los barrancos, pequeños tejones (aquí los llaman tasugos) que a veces mostraban entre las plantas sus prominentes hocicos,… . Todo era un pletórico regalo de la Naturaleza que, siendo la vida misma, cantaba con energía a la vida.

Casi sin darnos cuenta, llegamos al Templo de la Roca, donde Merlín propuso que descansáramos un rato y aprovecháramos para tomar un tentempié. Nos sentamos en el amurallamiento que hace de linde del recinto por el lado en el que se asoma en altura al mar. El Gran Mago depositó con cuidado en el suelo el zurrón que traía consigo y extrajo de él dos pequeñas garrafas de barro, como de un litro de capacidad cada una:

-Es la mejor cerveza que beberás en tu vida-, me indicó a la par que me ofrecía una de las garrafas. –Me ensañaron a fabricarla hace varios siglos unos monjes germanos. Como los antiguos babilonios y otras culturas arcaicas, estos clérigos consideraban a la cerveza una bebida sagrada. Está hecha con mucho lúpulo, lo que no sólo le da sabor y consistencia, sino que, además, contribuye a la longevidad. Aunque esto, a mí, no me hace falta, ja, ja, ja…-

Como siempre, su risa era franca y estridente; y la cerveza estaba espléndida. Con su sabor en la boca y su influjo en la mente, creí llegado el momento de abordar a Merlín con las diatribas que pululaban en mi interior. Antes mis preguntas, él fue directo al grano:

-Empezando por los nefilim o anunnaki, estos, efectivamente, llegaron a la Tierra desde Nibiru, pero sus ancestros remotos procedían de Orión, lo que explica que algunos pueblos antiguos los denominaran también Uros. En cuanto a la manipulación genética que llevaron a cabo sobre primates hominoideos, es crucial que sepas que fue contemplada con suma atención por otras civilizaciones extraterrestres con una evolución espiritual muy por encima de la de ellos y una visión de la ciencia fundamentada en esa misma espiritualidad, por lo que su tecnología era, lo es también ahora, de perfil interdimensional, exponencialmente superior a la derivada de cualquier clase de avance “técnico”. Específicamente, el experimento de los nefilim fue observado muy de cerca por seres de Sirio, la quinta estrella más cercana a nuestro sistema solar, aunque realmente es una estrella binaria, Sirio A y Sirio B. Se trató, en concreto, de seres a los que los Anales que custodiamos en Ávalon dan el nombre genérico de Hab, provenientes del tercer planeta de los que giran en torno a Sirio B. Y su interés no fue fruto de la curiosidad, sino que obedeció a una razón de indudable calado-.

Merlín se calló de improviso. Bebió un largo trago de cerveza, se mesó con parsimonia su barba nevada por el tiempo y fijo la mirada en el océano. Tuve la seguridad de que esperaba que yo continuará su línea argumental. Pero era la primera vez que tenía acceso a los conocimientos que me estaba transmitiendo. O, al menos, eso creía. Así que me mantuve en silencio hasta que volvió a tomar la iniciativa haciéndome una pregunta que me desconcertó:

-En tu memoria interior y trascendente, Emilio, ¿no atesoras alguna reminiscencia de tales avatares?-.

-¿Reminiscencia?. No sé a que te refieres-, le respondí con voz queda.

-Bueno. Todo llegará-, dijo en un tono que interpreté entre lo burlón y lo intrigante.



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