"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo B (15) Vamos a contar mentiras - 2
Inmediatamente, Elaine se puso en pie y comenzó a hablar. Su pelo largo, liso y negro, como sus ojos, armonizaba perfectamente con el ceñido vestido de intenso azul turquesa que lucía, dejando al aire sus brazos, buena parte de la espalda y las piernas por debajo de las rodillas. Su dicción desprendía una cierta musicalidad, al remarcar cada pocas palabras la sílaba final de alguna de ellas. No obstante, sabía captar el interés del auditorio:
-Solemos creer que es natural tener una voz en la cabeza que habla sin parar. Pero esto no es verdad; es la primera de las mentiras.
Cuando el ego está al mando, basta con que se reflexione o medite un momento para constatar que los pensamientos acuden a la mente sin previo aviso, de manera espontánea y sin autorización por nuestra parte, sin que intervenga nuestra voluntad. Parecen obedecer al dictado de algo o alguien ajeno a nosotros mismos, como si estuviéramos poseídos por una entidad extraña con sus propios deseos y prioridades.
Nos cuesta un trabajo tremendo cortar este flujo permanente y descontrolado de pensamientos. También resulta difícil concentrarse en uno concreto, pues enseguida otros pugnan por entrar en escena. Y su autonomía llega al extremo de que ni siquiera podemos evitar aquéllos que nos desagradan; por más que nos fastidien, vuelven a aparecer cuando les viene en gana. Es más, los pensamientos han logrado tal poder que aceptamos su dominio como lo más normal del mundo. Cada uno de nosotros y la civilización y cultura vigentes, la visión imperante, estima lógico que no podamos poner coto a su ritmo incesante, centrarnos en uno específico o liberarnos de los que nos disgustan.
Pero es una gran mentira: no es un hecho consustancial tener en el interior de la cabeza una especie de voz que habla sin parar y con autonomía y criterio propios. Esto se produce cuando el referido piloto automático está encendido. Si elevamos nuestro grado de consciencia, el piloto se desactiva y el Yo verdadero toma la dirección, teniendo capacidad sobrada para controlar la mente, ya sea para acallarla o para concentrarla en un tema o asunto concreto, sin interferencias o injerencias de pensamientos no invitados. Cuando aumentamos el nivel consciencial, los pensamientos están a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ellos-.
Elaine se calló y tomó asiento, dando el relevo a Nimue. Había elegido para la ocasión un sencillo atuendo a modo de túnica de color rojo apagado que le colgaba hasta los tobillos. El cabello trigueño y muy corto hacia juego con el verde aceituna de sus iris y con el color de su indumentaria. Se le veía risueña y hasta divertida. Sin importarle las miradas, me guiño descaradamente su ojo derecho y arrancó la disertación:
-Nos identificamos con nuestros pensamientos. Pero esto es mentira, la segunda del listado. Lo cierto es que nuestro Yo y nuestros pensamientos no son lo mismo.
Nuestra rendición ante los pensamientos ha llegado al extremo de que confundimos su voz con nosotros mismos. Nos identificamos con ellos, permitimos que nos capten hasta el punto de unir a ellos nuestro sentido del yo y tejemos lo que pomposamente denominamos personalidad sobre un crisol de pensamientos que fluyen, refluyen, juzgan, prejuzgan, etiquetan y clasifican a su entero antojo.
Es ciertamente sorprendente, pues es obvio que los pensamientos campan a sus anchas. Pero, aún así, terminamos creyendo que nosotros somos nuestros pensamientos, identificándonos con ellos. De este modo, los pensamientos fabrican en nosotros un falso ego: el reiterado piloto automático, totalmente ficticio y de carácter puramente ilusorio, que afirmamos solemnemente como nuestro yo.
Pues bien, ésta es otra gran mentira, la segunda del listado. La realidad es que nuestro verdadero Yo nada tiene que ver con ese falso y pequeño yo, ni con nuestros pensamientos. Tenemos un Yo profundo absolutamente ajeno a ese ego y a los pensamientos; y para el que éstos no son sino instrumentos para la acción en el mundo en el que vivimos-.
Nimue bajó ligeramente la cabeza, como agradeciendo la atención que le habíamos prestado, y ocupó su silla. Enseguida, Igraine se levantó de la suya. Había sabido encontrar el vestido con el tono anaranjado exacto que encajaba con su caballera pelirroja y sus ojos azul esmeralda. Destacaba por su altura, pero se movía con coordinación y gracia. Tomó la palabra con voz muy dulce.
-No es verdad que exista el pasado. La existencia del pasado es otra mentira, la tercera.
Y es que el absurdo no termina en lo resaltado por Elaine y Nimue, sino que es ahí donde empieza. Primero, porque no se trata de una voz en el interior de la cabeza, sino de muchas voces que pugnan y discuten entre sí, pues tenemos muchos pensamientos a menudo contradictorios y enfrentados. Y en segundo lugar, porque los pensamientos están condicionados no por el presente, sino por el pasado, por nuestras experiencias y recuerdos. Esto nos introduce en un espectacular embrollo porque el pasado no existe ni existirá. Creer en la existencia del pasado es la tercera gran mentira, asumida sin rechistar cuando es escaso el grado de consciencia sobre quién se es y lo que es real.
El pasado existió cuando fue presente. Y las experiencias que en él vivimos las llevamos incorporadas en el ahora. No es necesario recordarlo. La memoria del pasado es algo que surge como forma mental en el momento presente. Además, tal memoria ni siquiera es certera, pues muchos sucesos del pasado los rememoramos desde la interpretación subjetiva de nuestra pequeña historia personal -sufrimientos y goces, éxitos y fracasos.-. Y ésta suele estar marcada por la insatisfacción, bien por no haber alcanzado lo deseado o porque, habiéndolo conseguido, inmediatamente aspiramos a algo más, a algo nuevo que haga nuestra vida más placentera, completa o genuina.
De este modo y aunque no nos percatemos del desatino, nuestra identidad, personalidad y sentido del yo quedan a merced de unos pensamientos contradictorios que responden a la interpretación subjetiva por parte del ego insatisfecho de un pasado inexistente. Ante esto, no puede sorprendernos que nuestro sentido del yo se halle estrechamente ligado a una sensación de frustración o, al menos, de carencia de algo, de emociones o cosas. El piloto automático, a falta de una dirección consciente, no da para más. Por lo que una gran parte de las personas notan que sus vidas no están llenas, se sienten incompletas. Cunde el desasosiego, configurado ya como santo y seña de la sociedad actual-.
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