"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo Benito (14) Vamos a contar mentiras.
Vamos a contar mentiras.
Me desperté de muy buen humor el Dywrnad del encuentro organizado con las hadas jóvenes, que os anuncié en la anterior Crónica. Estaba alegre ante la perspectiva de la jornada que tenía por delante, que presentía llena de hermosas sorpresas. Al desayuno faltó la Reina de las Tempestades, que muy temprano había marchado ya en dirección al lugar del evento para cerrar los últimos detalles. Merlín me deseó que la experiencia fuera muy fructífera. Y, nada más levantarme de la mesa, también yo me encaminé hacia el Tor, que no está muy alejado de donde resido.
Tras recorrer el Laberinto de la Diosa, accedí a la edificación, entrando por su puerta frontal. Al poco de atravesarla, fue Nimue quien me salió al paso:
-¡Hola, Emilio. Bienvenido a la Casa de las Hadas!-, me saludó con entusiasmo y utilizando el sobrenombre con el que al Tor se le conoce en la Isla de Cristal.
-¡Buen Dywrnad, Nimue!-, le respondí para después unirme a ella en un beso en el que volqué la felicidad que me inundaba.
Cogidos de la mano nos dirigimos al salón principal del recinto. La noche anterior cenamos juntos, por lo que Nimue ya me había adelantado algunos pormenores de la reunión, recalcándome que las hadas con las que me encontraría ostentaban el calificativo de jóvenes no en razón de la edad, sino porque era recientemente cuando habían experimentado la transformación en tales, siendo aún noveles en el uso de sus poderes y dones. Por esto, además, no habían perdido su condición esencial de seres humanos, por lo que las enseñanzas que se les impartirían valen igualmente para cualquier persona. Las encargadas de ello serían la Reina de las Tempestades, que actuaría cual Maestra de Hadas, y la propia Nimue y sus íntimas amigas Elaine e Igraine, que harían la labor de Maestras Auxiliares. Las convocadas superaban el medio centenar y procedían de una gran variedad de puntos de Europa y Norte de África. Desde luego, suponía un privilegio en toda regla participar como invitado en una cita tan singular y plena de fuerza femenina. –No te inquietes. Tienes tu lado femenino muy desarrollado. Recuerda que tu primera encarnación humana fue en una mujer-, me animó Nimue durante la cena para que diluyera cualquier tipo de recelo.
Cuando entramos, el salón estaba repleto, con todas las hadas ya instaladas en cómodas sillas que configuraban un gran círculo multicolor, dada la variedad y viveza cromática de sus atuendos. La Maestra de Hadas se hallaba de pie en medio del mismo. Su indumentaria contrastaba con el resto, pues vestía una austera veste de terciopelo negro, sin dibujo o distintivo alguno, que le cubría desde el cuello hasta los tobillos, amén de los brazos. Me saludó alzando y moviendo el derecho e indicándome con el izquierdo el sitio que debía ocupar, frente a ella y en lado opuesto al asignado a Nimue, que se sentó a su espalda, junto a Elaine y Igraine. Tomé asiento un tanto ruborizado, pues, por motivos obvios, era el centro de atención de todas las miradas. Y de uno de mis bolsillos saqué una pequeña grabadora que puse en funcionamiento, ya que la Reina de Tempestades me había autorizado a registrar lo que se allí se hablara al objeto de facilitar su posterior transcripción en esta Crónica.
Tras unas breves palabras introductorias, la Maestra de Hadas entró en materia. Su voz era cálida y pausada:
-El potencial operativo de la mente es colosal, inmenso. Tanto que, como si de un ordenador de última generación se tratara, su rendimiento no depende estrictamente de ella, sino de la cualificación del usuario. Y si en los ordenadores tal cualificación viene definida por los conocimientos y pericia del operador, en el caso de la mente está en función del grado de consciencia de la persona. Por lo que cabe afirmar que la mente está al servicio de la consciencia. La manifestación de la Consciencia es el “Ser Consciente” que se atribuye a Buda, o el “Yo Soy el que Soy” con el que Jehová responde a Moisés en el pasaje bíblico del Libro del Éxodo. En el plano de los seres humanos, está relacionada con la honda interiorización de lo que somos: una unidad energética y vibracional, integrada a su vez en la Unidad de cuanto existe, en la que confluyen de manera armoniosa y equilibrada una dimensión interior y espiritual (alma y espíritu) y otra exterior y material (cuerpo). La consciencia hace factible tal confluencia y plasma la adecuada conexión entre esas dos dimensiones.
Con esta base, cuando el nivel consciencial es bajo, la conexión falla: la persona está desconectada de su Ser profundo y carece de una dirección consciente. Ante esta ausencia del Yo interior en el timón, la mente activa una especie de piloto automático, valga el símil, que suple tal déficit. Se trata del ego, que desarrolla un yo y una personalidad ante las necesidades de conservación y actuación en el mundo tridimensional. Frente al Yo interior, creación divina y de esencia divinal, es un yo no sólo pequeño, sino también falso, en el sentido de que es una creación de la mente, un objeto mental. Pero no es menos cierto que resulta imprescindible para la supervivencia y actividad del ser humano ante la ausencia de un mando consciente.
En cambio, cuando la persona disfruta de consciencia, la conexión entre sus componentes trascendente y material está operativa; y el Yo Verdadero asume la dirección. El piloto automático, el ego, no es preciso, por lo que la mente lo mantiene desactivado. Además, en vez de usar y canalizar su energía y capacidad para el funcionamiento y desarrollo del ego, las pone al servicio del Yo profundo-.
La Reina de las Tempestades interrumpió su disertación para beber un poco de agua. Tras lo cual, se giró sobre si misma y se dirigió hacia una silla que se había mantenido vacante entre Nimue y Elaine, exactamente frente a mí, quedando la primera a su derecha y la segunda a su izquierda, mientras Igraine permanecía codo con codo con Nimue. Ya sentada, continuó su exposición:
-Por lo enunciado, es la cualificación consciencial del usuario lo que determina el papel y el rendimiento de la mente, que está siempre a nuestra entera disposición en su vasta capacidad funcional. No obstante, al igual que distintas tradiciones y culturas religiosas se han empeñado a lo largo de la historia en satanizar el cuerpo físico, el desconocimiento de lo que se acaba de explicar ha provocado que otras dirijan sus fobias contra la mente, culpándola de la existencia del ego y de la interminable sucesión de pensamientos que por ella fluyen sin control. Pero cuerpo y mente son, como el espíritu o el alma, creaciones divinas; nada “malo” hay en ellos. La mente, en particular, es un prodigioso tesoro biológico-tecnológico a nuestro servicio, incluida nuestra esfera espiritual. Y es un instrumento neutro, cuyo potencial resulta más o menos rentabilizado dependiendo de la cualificación del operador, esto es, del grado de consciencia de cada cual.
Eso sí, cuando tal grado es reducido, el funcionamiento del piloto automático sumerge a la persona en un mundo de creaciones mentales. Al ego, una creación mental, no se le puede pedir otra cosa, no da más de sí. Lo que provoca que muchos seres humanos vivan en un mundo de ilusiones mentales mayoritariamente marcado por la insatisfacción y la infelicidad. Pero es de género estúpido responsabilizar a la mente de esto, cuando se limita a cumplir con su obligación: activar un mecanismo supletorio por la carencia de dirección consciente y ante necesidades primarias de conservación y actuación en la tridimensionalidad.
La mente, pues, está libre de “culpa” y somos nosotros los que debemos mirar hacia nuestro interior y elevar el grado de consciencia. Para lograrlo, un buen procedimiento consiste en poner en evidencia las ficciones mentales en las que las personas se introducen cuando el ego asume el mando y, a partir de ello, escudriñar en nuestra dimensión profunda.
Bajo el control del piloto automático, la vida cotidiana de muchísimos seres humanos discurre sumida en una serie de mentiras que afectan sensiblemente a su sentido del yo, a la consciencia acerca de sí mismos y a la percepción sobre cuestiones tan primigenias como lo que significa pensar o lo que es vivir el presente. Entre tales mentiras, sobresalen la media docena que se enunciarán de manera sintética a continuación. En ellas habéis creído hasta ahora. Y en ellas viven encarceladas la mayoría de las personas. Elaine, Nimue e Igraine serán las encargadas de contárnoslas.
Comentarios
Publicar un comentario