"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo B (17) Práctica del Ahora.
Práctica del ahora.
El tiempo pasó con inusitada rapidez. Casi sin darme cuenta, de nuevo me hallaba en el salón del Tor, sentado en la misma silla e inmerso en idéntico contexto multicolor, dispuesto a disfrutar la segunda jornada de aquel muy singular encuentro de hadas jóvenes en el que me había colado gracias a la invitación de mi anfitriona en Ávalon, la Reina de las Tempestades. Fue precisamente ella, al igual que en la sesión anterior, la encargada con sus palabras de romper el fuego.
-Os recuerdo que terminamos ayer planteando la necesidad de activar la conexión con nuestra dimensión más profunda, nuestro verdadero Yo, incrementando nuestro nivel de consciencia. Y que, para esto, es muy útil examinar tal dimensión a través de su relación con el único sitio donde la vida realmente existe: el ahora. La vida llena y abundante es la eterna. No está sujeta al tiempo; es el momento presente continuo en el que lo eterno se desenvuelve. Nuestra dimensión profunda se encuentra donde el ego nunca la buscaría: en el aquí y ahora-.
Vestía la misma veste negra que el Dywrnad precedente. Observé que Elaine, Nimue e Igraine tampoco habían mudado sus ropajes. Me agradó este hecho, pues nunca he llegado a comprender la necesidad, aparentemente femenina, realmente egóica, de no repetir ropaje ante un mismo público. Ahora bien, más allá de esta similitud formal, se les notaba mucho más concentradas, incluso con cierto aire de preocupación. Deduje que barruntaban interiormente que los contenidos de la sesión de hoy resultarían más difíciles de interiorizar por parte del auditorio.
-No obstante-, continuó la Maestra de Hadas, -el momento presente cuenta también con dos dimensiones: la superficial y cambiante; y la subyacente y fija. La primera es la forma del momento presente, sus contenidos percibidos por nuestros sentidos. Y es cambiante. De un momento a otro varían los sonidos, silencios y ruidos; las luces y las sombras; la respiración y otras facetas corporales; las circunstancias personales y del entorno; las situaciones, lugares y paisajes; los estados de ánimo; la temperatura y la climatología; los olores y lo que el tacto toca; los pensamientos que transitan por la mente; los sentimientos y emociones; etcétera. La segunda, la esencia subyacente por debajo de las formas, es la existencia, la vida misma, que siempre es ahora y nunca será no ahora. La existencia es “ser” y “ser” es ahora; no cuando fue, ni cuando será; no es un pensamiento o un objeto mental. Es el ahora; es “Ser”; es lo “Real”.
El ego, en su pilotaje automático, transitando entre creaciones mentales, ni sabe en qué consiste la esencia subyacente del momento presente. Sólo reconoce su aspecto superficial, la forma del ahora, que muta permanentemente. Por ello, el pequeño yo cree que es el propio momento presente el que se transforma de momento en momento. Casi ni existe, llega a pensar, dada su volatilidad, oscilando entre el momento que ya ha pasado y el que después vendrá.
Pero hay una esfera no superficial del momento presente que escapa a la comprensión del ego. Valga el ejemplo de un río, verbigracia el muy milenario Danubio, cantado en tantas piezas musicales, que fluye desde tiempos remotos por tierras europeas. El falso yo, sentado a su orilla, sólo atiende a las formas y observa el curso de sus aguas, que en un punto concreto varía a cada momento o baja más o menos caudaloso. Es incapaz de entender que el río, por encima de tales cambios, es el río; que el Danubio existe y es con independencia de las formas que adopte, más allá del discurrir de sus aguas, de las modificaciones de su caudal y del transcurrir del tiempo-.
Elaine se incorporó y comenzó a hablar a la par que la Reina de las Tempestades tomaba asiento. Era obvio que se mantendría el turno de intervenciones de la primera jornada.
-Lo mismo ocurre con el ser humano, que, como el momento presente, cuenta con una dimensión superficial, su forma percibida por los sentidos, y otra subyacente. La primera es la persona temporal, cuya fisonomía y circunstancias mutan a cada momento y cuyo fin, al cabo de unas pocas décadas, se halla en el cementerio. Allí serán enterrados o quemados todos sus anhelos, dramas, temores, ambiciones, éxitos y fracasos; allí quedará su forma reducida a polvo o ceniza. Por el contrario, la esencia subyacente no sabe de variaciones ni de muertes. Es inalterable, es la existencia, es el ser; el verdadero Yo, no el falso y pequeño yo; lo único real.
Contemplar lo transitorio y efímero del momento presente, sea de un río o de un ser humano, es una buena manera no sólo de percibir la forma, sino, igualmente, de percatarse de la esencia subyacente: el ser; el ahora ajeno a las formas y sus modificaciones. Se “es” en el ahora, en el momento presente. La forma de éste sí se transforma continuamente, pero sólo la forma. Por debajo del cambio hay algo que no tiene forma. Y ese algo no es “algo”; es sólo algo cuando pensamos en él y pretendemos llevarlo al mundo del ego. Pero, realmente, carece de forma, no es un objeto mental: es Existir, este momento, ahora, Ser-.
La musicalidad de su voz, subrayando de manera cíclica las sílabas últimas de las palabras, era hoy aún más notoria que ayer. Jugó un segundo con un mechón de su abundante y hermosa cabellera negra y continuó la exposición.
-No se puede ir más allá de este punto con el entendimiento. De hecho, ni hace falta ni es conveniente. Paramos el ajetreo incesante de los pensamientos, nos contemplamos a nosotros mismos y sentimos internamente que ser es existir y existir es ser. ¡Ya está!. Ni más, ni menos. No necesitamos pensar en que existimos y somos. Se trata, sencillamente, de tomar consciencia de ser, de existir. La mente está a nuestro servicio, no al revés; la mente está al servicio del ser, no a la inversa. Y ser conlleva atributos y potestades que pierden su esencia -se desnaturalizan- si son mentalmente tratados. Ser, existir, no precisa de racionalización alguna. Cuando intentamos situarlo al nivel del entendimiento lo convertimos mentalmente en “algo”, lo empaquetamos en un objeto mental; y desvirtuamos de modo lamentable su esencia y entidad. Si lo nombramos, clasificamos y etiquetamos, ya no es real, sino una interpretación mental que nada tiene que ver con lo real-.
Aún vibraba en la sala el “al…” con el que Elaine había cerrado su último vocablo cuando ya Nimue le había dado el relevo en el uso de la palabra. Y como el Dywrnad anterior, me guiñó un ojo con desparpajo antes de comenzar. Ella sabía que me incomodaba; y yo sabía que lo hacía precisamente por esto.
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