"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo B (16) Vamos a contar mentiras - 3 El futuro. El ego.

-Tampoco es verdad que exista el futuro. La existencia del futuro es la cuarta de las grandes mentiras entre las que tanta gente pasa sus días.

Fijaos: ¿qué hacer ante el desasosiego que acaba de citar Igraine?. Pues como el ayer no nos satisface, miramos hacia el mañana. Se trata de una huida hacia adelante en toda regla. Sobre ella se construye otra falacia, la cuarta gran mentira: el futuro.

Puenteando el presente, pasando por encima de él, proyectamos el pasado, con sus frustraciones y carencias, hacia el futuro. Pero éste es sólo otra invención de la mente. El futuro sólo es real cuando ya no es un objeto mental, es decir, cuando deja de ser futuro y se transforma en el momento presente.

Sin embargo, al observar el mundo que nos rodea, es fácil constatar que el futuro se ha convertido en una droga a la que se mantienen enganchadas demasiadas personas, que se aferran al futuro cual tabla de salvación. Lo consideran imprescindible para salir del agujero emocional en el que han caído, para experimentar nuevos sentimientos y sensaciones, para poseer los objetos que precisan o les ilusionan, para ser felices.

Desde luego, el futuro es útil para las cosas prácticas, pero más allá no tiene ningún sentido. Está claro que cada cosa que hacemos requiere tiempo para completarse; y que hay acciones que han de ejecutarse hoy con la mirada en el mañana o que forman parte de una cadena de tareas que transcienden el ahora. Pero en lo que corresponda hacer en este ahora, no son futuro, sino presente. Y en éste me debo ocupar de lo que me tengo que ocupar, sean cuales sean sus implicaciones o consecuencias en el tiempo. Son las ocupaciones del momento presente, no las pre-ocupaciones por el mañana.

La realidad es que gastamos muchísima energía en las pre-ocupaciones, mientras que ponemos escasa atención en llevar a cabo las ocupaciones de la mejor manera posible. En lugar de diferenciar entre ocupaciones y pre-ocupaciones y centrarnos exclusivamente en las primeras, nos metemos en una cadena sin fin donde el pasado condiciona el futuro; y éste, cuando llega, se añade al pasado y vuelve a condicionar el futuro. La droga del futuro nos tiene desquiciados.

El futuro no existe, excepto en la mente, como un pensamiento. El pequeño yo, el ego, está siempre esperando encontrarse a sí mismo en algo que hallará en el momento próximo; anda siempre en camino hacia lo que sea. Y esto, lógicamente, provoca el llamado estrés: la enfermedad mental más común y extendida en la civilización humana-.

Al terminar Elaine, Nimue volvió a sucederle en la exposición. Esta vez, afortunadamente, no hubo guiño de ojo:

-No es verdad que vivamos en el presente. Creemos que vivimos en el presente, pero es mentira, la quinta. 

Ciertamente, si a cualquier persona se le pregunta si vive en el antes, en el ahora o en el después, nos mirará con cara de sorpresa por la teórica imbecilidad de la cuestión y contestará de inmediato que en el ahora. Es lógico, pues en nuestra carencia de consciencia estamos convencidos de que vivimos en el hoy; ni en el ayer, ni en el mañana, sino en el presente. Sin embargo, esto es mentira, la quinta de la relación.

Ojalá fuera verdad que vivimos el presente, pero, como consecuencia de las cuatro mentiras anteriores, por el bajo grado de consciencia, la mayoría de hombres y mujeres estiman en su fuero interno, aunque sea inconscientemente, que el momento próximo es más importante que el actual. Y pasan sus días en plena incapacidad para vivir en el único sitio donde la vida existe: el momento presente.

La razón es sencilla de entender. El ego es una creación mental surgida de la identificación con nuestros pensamientos. Como tal, se nutre y se recrea en las invenciones y objetos mentales, espantándole todo lo que sea real. Por eso anda siempre dando bandazos entre el pasado y el futuro, meros objetos mentales. Y por eso no le gusta el momento presente, que es lo único auténticamente real.

El falso yo vive en constante oposición al momento presente o, simplemente, lo niega. Ha convertido el momento presente en su enemigo. Para él nunca es suficiente. Rara vez hay algún momento que le guste. Y cuando esto ocurre, el momento presente pasa rápidamente y se queda en el mismo estado que antes. Las quejas mentales son una manifestación de esta confrontación con el momento presente. El ego está instalado en un estado casi permanente de queja mental. Nada le agrada ni parece bastarle. Halla defectos y motivos de protesta hasta en lo más placentero o deseado. Así es como se alimenta el falso y pequeño yo: posicionándose y reafirmándose contra lo que es, contra la vida. Imponemos juicios y reducimos a las personas a un puñado de etiquetas y conceptos mentales. Y al encarcelar a los otros con los pensamientos, nosotros mismos entramos en la prisión mental.

El ego se percibe a sí mismo contra la vida, contra el Universo, contra el resto de lo que existe, que, en su labor como piloto automático, contempla cual amenaza. Es una colosal locura que aún se hace mayor debido a que el ego también necesita el mundo que le rodea para cumplir su misión y satisfacer sus aspiraciones. El ego pasa sus días -y los seres humanos que con él se identifican- en el conflicto descomunal y permanente derivado de rechazar el momento presente, lo único real, la vida. Y lo agudiza necesitando de un mundo que, a la par, estima una amenaza-.

Nimue había hablado con mucha elocuencia. Parecía evidente que era la mejor expositora de las tres. Igraine la sustituyó dispuesta a contarnos la sexta y última de las mentiras:

-No es verdad que seamos lo que somos. Estamos convencidos y nos parece una obviedad que somos lo que somos. Pero esta es otra mentira. Y hace de corolario de las cinco precedentes, siendo el máximo exponente de las consecuencias del reducido nivel consciencial. Radica en el hecho de que cada uno está convencido de que vive su vida. No puede ser de otra manera, nos decimos. Nos consideramos conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos,... de lo que somos. Pero tampoco esto es verdad.

No tenemos consciencia de nuestro ser real, el verdadero Yo, sino del piloto automático con el que nos identificamos; algo que nuestra mente, ante la ausencia de mando consciente, ha tenido que inventar por necesidades de supervivencia y actuación en la tridimensionalidad. Hemos desarrollado una consciencia de los objetos: no somos lo que somos, sino lo que pensamos que somos; nos vemos a nosotros mismos como objetos mentales. El ego es una creación de la mente: mi pequeño yo, mi pequeña historia, mis emociones. Y busca su felicidad en los objetos mentales, sean teorías, creencias, suposiciones, preocupaciones, emociones estimulantes,…

Sin duda, todas estas cosas tienen su lugar en este mundo, pero no para que nos identifiquemos con ellas, no para que creamos que esos objetos y formas mentales constituyen nuestro ser, el “nosotros mismos”. Pero lo hacemos. Y el resultado final es la frustración, la insatisfacción: la demencia ante la pérdida de conexión con la genuina dimensión del ser humano, nuestro verdadero Yo-.

-¿Cómo activar tal conexión?-. 

Completada por las tres Maestras Auxiliares el listado de mentiras, era la Reina de las Tempestades quien, sin incorporarse de su silla, tomaba otra vez la palabra. 

–Para conseguirlo, resulta de gran ayuda examinar nuestra dimensión profunda a través de su relación con el único sitio donde la vida realmente existe: el ahora. Para ahondar en ello nos volveremos a ver mañana, aquí mismo y a idéntica hora que hoy. Vaya por delante que esa dimensión profunda existe fuera del tiempo; que nada tiene que ver con los pensamientos, conceptos, juicios y definiciones; y que no se identifica ni se llena con objetos materiales, mentales y emocional. Os pido que lo que queda de Dywrnad lo utilicéis para reflexionar en silencio y meditar interiormente sobre lo que Elaine, Nimue e Igraine os han expuesto. ¡Muchas gracias por vuestra atención!-.

Las hadas jóvenes prorrumpieron en un fuerte aplauso al que yo me uní de inmediato, aunque la Maestra de Hadas se apresuró a indicarnos con sus gestos que cesáramos en ellos. No obstante, la batida colectiva de palmas no era una reacción protocolaria, de mero cumplimiento, sino signo de reconocimiento ante el fondo y la forma de las intervenciones, por lo que aún se prolongaron varios hanadles más.

Antes de abandonar la sala, me acerqué a la Reina de las Tempestades para expresarle mi enhorabuena por la marcha del encuentro, agradeciéndole nuevamente que me hubiera invitado al mismo. Y felicité también a las Maestras Auxiliares, que, la verdad, habían estado brillantes. Nimue se colgó de mi brazo derecho y me susurró en el oído:

-Tras el trabajo, el descanso. Con tanto hablar, me ha entrado mucha hambre. Vámonos a comer los dos solos a algún sitio tranquilo-.

Dicho y hecho, nos alejamos del Tor hasta el Dywrnad siguiente. Lo que aconteció en él será ya materia de otra Crónica.



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