"Buscadores" (10) Emilio Carrillo.- Cap. 2 (3): Nueva Visión. Ciencia y espiritualidad
Nueva visión y consciencia de unidad.
Los contenidos que se han resumido a propósito de ¿Y tú qué sabes? sitúan al ser humano ante una nueva visión y una novedosa frontera existencial relacionada con su propia toma de consciencia y la comprensión del entorno. Lo que conduce, como ha señalado Willigis Jäger, a la necesidad de acometer experiencias en el espacio transpersonal. Sin ellas no podremos sobrevivir como especie humana, afirma este monje benedictino, maestro zen, autor de obras como La ola es el mar (Desclée de Brouwer; Bilbao, 2002) y fundador de la Casa de San Benito en Würzburg (Alemania).
Tales experiencias transpersonales deben partir del hecho de que el «yo» es un éxito de la evolución, pero, al mismo tiempo, representa un obstáculo para que ésta siga su avance. Nos hemos desarrollado desde una consciencia prehomínida de la que progresamos hacia una consciencia mágica, luego mítica y ahora mental y racional. Pero no podemos quedarnos aquí: nuestra consciencia ha de ampliarse. En nuestro interior gozamos de capacidades para comprender la realidad de un modo que no puede abordarse con la razón. La personalidad, la experiencia de individualidad en libre albedrío, significa un gran logro de la evolución, pero al mismo tiempo supone una limitación. Caer en la cuenta de ello es esencial para cada persona y para nuestra especie.
Muchos piensan que su consciencia egóica —la ligada a su yo— es la única posibilidad de saber y comprender. Pero esto, indica Jäger, es igual de tonto que cuando creíamos que la Tierra era el centro del Universo. Con tal concepción nos hemos orientado hacia un enorme egocentrismo, que es la fuente de los males que afligen al mundo. Él nos ha llevado al borde de la desaparición. Para salir de esta limitación hay que entrar en el nivel de la unidad; constatar que somos uno con Todo y que sólo existe la Unidad. Una red de pescador consiste en numerosas mallas, una malla sola no tiene sentido: cada uno adquiere sentido en la totalidad.
Provenimos de un paraíso en el que alguna vez nos sentimos en una unidad simbiótica con la naturaleza. Lo que llamamos «pecado original» no es otra cosa que el haber desarrollado la consciencia individual fuera de esa simbiosis. Pero, apenas salimos de ella y pudimos decir «tú» y «yo», Caín empezó a matar a Abel. Desde entonces uestra especie no ha hecho otra cosa que matarse mutuamente y eso se ha agravado muchísimo. Hemos llegado a un punto en el que no sabemos cómo vamos a terminar. En el siglo pasado se mataron mutuamente cien millones de personas y ninguna moral surtió efecto. Frases como «debes hacer» o «tienes que» no han hecho adelantar a la especie humana para nada.
Cómo superar las limitaciones del yo es algo que las místicas de Occidente y Oriente siempre han sabido. Pero se puede hacer en las religiones y también fuera de ellas. La mayoría de las personas buscan hoy fuera de sus religiones. Lo importante es subir un piso más arriba en la experiencia de lo religioso. Las religiones predican el amor y dicen «debes amar a tu prójimo igual que a ti mismo», pero no nos han ayudado a dar ni un paso hacia adelante. Decimos «mi religión», «mis creencias»,…: egoísmo. Y los que no estaban de acuerdo fueron quemados. Eso sigue igual en el presente: sunnitas y chiítas, judíos y musulmanes, fundamentalistas en la Iglesia Católica. Todos dicen «yo, yo, yo…»: los problemas del mundo derivan del egocentrismo.
Sólo cambiaremos, concluye Willigis Jäger, si entramos en un nivel nuevo de consciencia, en el espacio transpersonal. Se trata de vivir siendo más plenamente ser humano. Hay que preguntarse qué sentido tienen esos pocos decenios de mi vida en un Universo al que la ciencia calcula una antigüedad de 13.700 millones de años. La respuesta radica en ser plenamente humano. Expresado a la manera cristiana y en línea con lo que se expondrá en otros capítulos: Dios quiere ser persona en mí, tal como soy en este momento, con esta figura que tengo. Es el único motivo por el que existimos. Por eso bailo esta danza de la vida, pero yo no «estoy» bailando, sino que «soy» bailando, soy el baile. Dios se baila a Sí mismo en mí. Eckhart dice que Dios se saborea a Sí mismo en las cosas. Ése es el motivo de mi existencia.
Yo tengo una importancia sin par. Por eso dice Eckhart que si no estuviera yo, Dios no sería. Por eso tengo un significado único con mi vida, con esas escasas décadas en medio del Universo. Mi verdadera existencia no es la conciencia egóica del yo, sino la consciencia de Ser, algo que no nace y no muere. Lo que soy en lo más íntimo es algo que seguirá cuando mi cuerpo físico haya muerto. Y no soy el único que está bailando, sino que bailan conmigo muchas personas, que tienen la misma importancia que yo. Cuando experimento esto, mi comportamiento cambia.
Los contenidos que se han resumido a propósito de ¿Y tú qué sabes? sitúan al ser humano ante una nueva visión y una novedosa frontera existencial relacionada con su propia toma de consciencia y la comprensión del entorno. Lo que conduce, como ha señalado Willigis Jäger, a la necesidad de acometer experiencias en el espacio transpersonal. Sin ellas no podremos sobrevivir como especie humana, afirma este monje benedictino, maestro zen, autor de obras como La ola es el mar (Desclée de Brouwer; Bilbao, 2002) y fundador de la Casa de San Benito en Würzburg (Alemania).
Tales experiencias transpersonales deben partir del hecho de que el «yo» es un éxito de la evolución, pero, al mismo tiempo, representa un obstáculo para que ésta siga su avance. Nos hemos desarrollado desde una consciencia prehomínida de la que progresamos hacia una consciencia mágica, luego mítica y ahora mental y racional. Pero no podemos quedarnos aquí: nuestra consciencia ha de ampliarse. En nuestro interior gozamos de capacidades para comprender la realidad de un modo que no puede abordarse con la razón. La personalidad, la experiencia de individualidad en libre albedrío, significa un gran logro de la evolución, pero al mismo tiempo supone una limitación. Caer en la cuenta de ello es esencial para cada persona y para nuestra especie.
Muchos piensan que su consciencia egóica —la ligada a su yo— es la única posibilidad de saber y comprender. Pero esto, indica Jäger, es igual de tonto que cuando creíamos que la Tierra era el centro del Universo. Con tal concepción nos hemos orientado hacia un enorme egocentrismo, que es la fuente de los males que afligen al mundo. Él nos ha llevado al borde de la desaparición. Para salir de esta limitación hay que entrar en el nivel de la unidad; constatar que somos uno con Todo y que sólo existe la Unidad. Una red de pescador consiste en numerosas mallas, una malla sola no tiene sentido: cada uno adquiere sentido en la totalidad.
Provenimos de un paraíso en el que alguna vez nos sentimos en una unidad simbiótica con la naturaleza. Lo que llamamos «pecado original» no es otra cosa que el haber desarrollado la consciencia individual fuera de esa simbiosis. Pero, apenas salimos de ella y pudimos decir «tú» y «yo», Caín empezó a matar a Abel. Desde entonces uestra especie no ha hecho otra cosa que matarse mutuamente y eso se ha agravado muchísimo. Hemos llegado a un punto en el que no sabemos cómo vamos a terminar. En el siglo pasado se mataron mutuamente cien millones de personas y ninguna moral surtió efecto. Frases como «debes hacer» o «tienes que» no han hecho adelantar a la especie humana para nada.
Cómo superar las limitaciones del yo es algo que las místicas de Occidente y Oriente siempre han sabido. Pero se puede hacer en las religiones y también fuera de ellas. La mayoría de las personas buscan hoy fuera de sus religiones. Lo importante es subir un piso más arriba en la experiencia de lo religioso. Las religiones predican el amor y dicen «debes amar a tu prójimo igual que a ti mismo», pero no nos han ayudado a dar ni un paso hacia adelante. Decimos «mi religión», «mis creencias»,…: egoísmo. Y los que no estaban de acuerdo fueron quemados. Eso sigue igual en el presente: sunnitas y chiítas, judíos y musulmanes, fundamentalistas en la Iglesia Católica. Todos dicen «yo, yo, yo…»: los problemas del mundo derivan del egocentrismo.
Sólo cambiaremos, concluye Willigis Jäger, si entramos en un nivel nuevo de consciencia, en el espacio transpersonal. Se trata de vivir siendo más plenamente ser humano. Hay que preguntarse qué sentido tienen esos pocos decenios de mi vida en un Universo al que la ciencia calcula una antigüedad de 13.700 millones de años. La respuesta radica en ser plenamente humano. Expresado a la manera cristiana y en línea con lo que se expondrá en otros capítulos: Dios quiere ser persona en mí, tal como soy en este momento, con esta figura que tengo. Es el único motivo por el que existimos. Por eso bailo esta danza de la vida, pero yo no «estoy» bailando, sino que «soy» bailando, soy el baile. Dios se baila a Sí mismo en mí. Eckhart dice que Dios se saborea a Sí mismo en las cosas. Ése es el motivo de mi existencia.
Yo tengo una importancia sin par. Por eso dice Eckhart que si no estuviera yo, Dios no sería. Por eso tengo un significado único con mi vida, con esas escasas décadas en medio del Universo. Mi verdadera existencia no es la conciencia egóica del yo, sino la consciencia de Ser, algo que no nace y no muere. Lo que soy en lo más íntimo es algo que seguirá cuando mi cuerpo físico haya muerto. Y no soy el único que está bailando, sino que bailan conmigo muchas personas, que tienen la misma importancia que yo. Cuando experimento esto, mi comportamiento cambia.
Comentarios
Publicar un comentario