"Crónicas de Ávalon" (27) Dimensionis.

Dimensionis.

Sobre la Matriz Holográfica me había hablado Morgana en el Chalice Well, el jardín aledaño al Tor, durante el descanso de su intervención en el encuentro de hadas jóvenes. El mensaje central de sus palabras quedó grabado en mi interior: “La vida humana se desarrolla en la Tercera Dimensión. Inmersa en ella, la gente tiende a creer que las Dimensiones de mayor rango que puedan existir, a las que llaman celestiales y angelicales, son más sutiles, abstractas y difusas. Sin embargo, en absoluto es así, pues esas otras Dimensiones son radicalmente reales, mientras que la Tercera es puramente holográfica y conforma un escenario virtual revestido falazmente de solidez por medio de una materialidad que no es tal, sino energía y vibración de bajo nivel frecuencial. En ese escenario, cada uno y en cada momento interpreta un papel y un guión definido por el grado de consciencia con el que se identifica y la visión del mundo y de su propia vida a tal grado asociada. De instante en instante, cada persona proyecta el grado de consciencia que hace suyo sobre el marco virtual en el que se desenvuelve, configurando lo que denomina realidad, que, no obstante, considera algo objetivo y ajeno a ella misma. Pero esa realidad nada tiene de objetiva, al contrario, es totalmente subjetiva y carece de entidad real, es pura ilusión. Al ser multitud las personas que actúan en el escenario virtual, las proyecciones conjuntas de todas ellas conforman una gran Matriz Holográfica-Virtual”.

¡Quién me iba a decir entonces que llegaría a sentir esa Matriz Holográfica con la claridad que ahora la percibía!. Para que pudiera extraer de la experiencia todo su jugo y comprender exactamente lo que me estaba ocurriendo, Nimue me aconsejó dos cosas.

Por un lado, que conociera lo que los avances científicos más innovadores estaban poniendo de manifiesto acerca del denominado Principio Holográfico. Para lo cual sería suficiente con una charla distendida con su íntima amiga la hada Igraine, toda una experta en el paradigma holográfico, pues hacía unos años, tras concluir la licenciatura de Física en la Universidad de Londres, se trasladó a la californiana de Berkeley para hacer allí su doctorado bajo la dirección de Raphael Bousso, uno de los investigadores de mayor reconocimiento mundial en las formulaciones y consecuencias del citado paradigma.

Y, por otro, incluso antes de la reunión con Igraine, que me adentrara en el estudio de lo que la propia física y las matemáticas tildan como “dimensiones”, pues sólo así podría entender el funcionamiento de la Tercera Dimensión y el juego en ella del mencionado Principio Holográfico. Para lo cual se ofreció a prestarme un libro muy singular titulado Dimensionis, que guarda en el “sancta sanctórum” de su biblioteca personal.

Ni que decir tiene que le hice caso en ambos consejos y por el orden que me había indicado. Así que pronto pude acceder al indicado libro, por llamarlo de alguna forma, ya que su portada y contraportada las componen unas toscas tapas de algún tipo de piel, en muy mal estado, atadas entre sí por uno de sus laterales, engarzando un conjunto de viejísimos legajos escritos por las dos caras y cortados y numerados a modo de páginas.

Descorriendo la lámina de fino cristal que le daba protección, Nimue lo extrajo con mimo de la parte superior de una de las estanterías de madera de ébano que conforman su biblioteca, que sin contar con la envergadura en cantidad y calidad de la de la Reina de las Tempestades, se halla magníficamente surtida. Al dármelo, me aseguró que su centenar de páginas eran fiel transcripción al latín de una serie concadenada de arcaicos rollos de pergamino, redactados inicialmente en griego, hebreo, arameo y, sobre todo, en eme-ku, el más remoto de los dialectos sumerios. Habían sido salvados de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, a donde recalaron dentro del lote de decenas de miles de manuscritos, traídos desde la Biblioteca de Pérgamo (en la actual Turquía), que Cleopatra donó a la institución alejandrina en el año 40 a.c..

Atónito por la información y emocionado por poder disponer de aquella joya, pero lamentando mi ignorancia, agradecí a Nimue su deferencia a la par que le confesaba mi absoluto desconocimiento de la lengua latina, lo que me incapacitaba para disfrutar de sus contenidos. En ese momento su cara dibujó la mueca entre divertida y traviesa que tan bien yo conocía y que solía ser el preámbulo de algún comentario o iniciativa que ella estimaba jocoso y que a mí raramente me lo parecía. Sin embargo, en esta ocasión sus palabras me llenaron de alegría:

-Creo que no vas a tener problemas-, afirmó mientras tomaba otro libro, éste de configuración moderna, de una mesita cercana. -Aquí tienes su traducción a tu idioma. Yo misma me encargué de realizarla hace ya tiempo como deferencia al lugar donde el texto latino fue escrito. Tuve que pedir permiso para ello a mis amigos de Ávalon, que me autorizaron con la condición de que ni el texto primigenio ni la copia en español abandonaran nunca la Isla-.

Rápidamente abrí el libro original y busqué la cronología de su edición en sus primeras páginas. Mis ojos no daban crédito a lo que veían: su redacción se había efectuado en Sevilla, mi lugar de nacimiento y residencia, ¡en el año 635!. Ante mi ostensible extrañeza, Nimue no me dio respiro:

-No tengo ni idea de cómo llegaron hasta él los rollos de pergamino, ni con qué tipo de colaboradores contaba, expertos en lenguas tan antiguas, pero está fuera de duda que el coordinador de su transcripción al latín fue Isidoro de Sevilla, uno de los grandes eruditos de la temprana Edad Media y arzobispo de tu ciudad desde el año 599 hasta su muerte en 636. Y culminó la obra poco antes de fallecer y tras haber concluido su trabajo fundamental, las Etimologías, colosal compilación en la que sistematiza y condensa todo el saber de la época. Probablemente, él y su equipo nunca llegaron a comprender sus contenidos, pues la Humanidad ya había perdido los conocimientos imprescindibles al respecto, pero el transcriptor-autor de Dimensionis fue Isidoro de Sevilla, santo y doctor de la Iglesia y, desde 2001, patrón de Internet -.

Pasmado por la causalidad y asombrado por lo que tenía en mis manos, los siguientes Dywrnad los pasé absorbido en la lectura de la versión española, pero con el texto en latín siempre a mi vera, para poderlo tocar, oler,… sentir. Y consciente de que en algún momento debería devolverlo a su propietaria, opté por realizar un resumen de sus contenidos. Por su extensión, no puedo recogerlo en el marco de estas Crónicas, aunque sí ofreceros una síntesis de lo resumido. Para ello me he permitido ciertas licencias lingüísticas, determinadas adaptaciones a la terminología científica moderna y, puntualmente, alguna interpretación o aclaración personal. Pero, en lo básico, os garantizo que respeta los contenidos transcritos por Isidoro y sus colaboradores.



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