"Buscadores" (1).- Emilio Carrillo.- Parte I: Búsqueda. Cap 1: Conócete a Ti Mismo.
El ser humano: un ser en búsqueda.
¿Qué somos los seres humanos?. El Diccionario de la Lengua de la Academia Española remite la condición de «humano » a la de «hombre» y, partir de ahí, lo conceptualiza como «ser animado racional». Esto es, un espécimen concreto de animal que en la evolución de los mamíferos, a cuya saga pertenece, ha alcanzado determinado nivel intelectivo: los seres humanos somos animales intelectuales.
¿Es ésta la manera más atinada y exacta de definirnos? Desde luego, una descripción así no es falsa. Pero resulta claramente insuficiente al limitarse a componentes superficiales y externos de nuestra humanidad, aquéllos, precisamente, que son directamente perceptibles para los sentidos que conforman la racionalidad. Y es que al calificarnos como seres animados racionales o animales intelectuales no se valoran otras referencias, poderes y voluntades que nos diferencian como humanos bastante mejor que nuestras señas físicas de identidad, incluidos la capacidad cerebral y el coeficiente intelectual. ¿Por ejemplo?. Pues, muy particularmente, esa fuerza o energía emocional e intuitiva —anhelo, agitación, deseo, ansia, zozobra, necesidad de «algo más»,... ¡qué difícil es expresarlo con palabras!— que todos los seres humanos llevamos dentro y que, en buena medida y de modo consciente o inconsciente, impulsa y orienta nuestras vidas.
¿Qué es y en qué consiste esa fuerza hasta cierto punto irracional —intuitiva, emotiva y sensitiva— que nos empuja existencialmente desde nuestro fuero interno y nos
distingue como seres humanos?. Basta con mirar, sincera y serenamente, hacia dentro de cada uno para descubrirla. El nombre es lo de menos, aunque podemos llamarla «búsqueda».
¿La siente latir en su interior?. Seguramente sí, dado que las personas, por encima de cualquier otra cosa, somos
«buscadores». El ser humano puede y debe ser definido como «un ser en búsqueda». Pero ¿en búsqueda de qué? A responder este interrogante con precisión se dirigen las páginas que siguen. A lo largo de ellas se invita a participar en una hermosa aventura reflexiva y cognoscitiva en la que cada uno es el protagonista y que, reconociéndonos como buscadores, mostrará el por qué y el qué de la búsqueda. Lo que, a su vez, ayudará a hallar lo buscado, aunque tal «encuentro» es extremadamente íntimo y sólo puede ser logrado por cada cual.
Como aperitivo e introducción a la bella singladura que nos espera, vaya por delante que tanto la búsqueda como el
encuentro son del todo ajenos a las angustias existenciales con las que numerosos filósofos han dibujado la experiencia humana. Como mucho, esa angustia deriva de la frustración interior que rezuma en el ser humano cuando se niega a reconocer y atender la fuerza de la búsqueda que vibra dentro de sí. O, cuando queriéndolo hacer, se topa con el muro que solemos levantar dentro de nosotros mismos con ignorancias y prejuicios y con las insuficiencias de una racionalidad que impide discernir otros ángulos de la realidad.
Tal angustia vital es la que impulsó a Nietzsche a anunciar la muerte de dios y perseguir desesperadamente el «superhombre»; la que condujo a Unamuno a manifestar el
«sentimiento trágico de la vida»; la que provocó que Sartre
reclamara «la nada» como leiv motiv de nuestra existencia. Aunque entre los pensadores contemporáneos, quizá sea Albert Camus el que con más excelencia haya abordado este asunto al escribir en El hombre rebelde: «Entonces comenzó el tiempo del exilio, de la interminable busca de justificación, de la nostalgia sin objeto, de los interrogantes más penosos, más abrumadores, los del corazón que se pregunta: ¿dónde puedo sentirme en mi casa?.»
El hombre rebelde expulsado del Paraíso es una figura recurrente en numerosas mitologías y tradiciones culturales y religiosas. ¿Buscamos desde el exilio, a menudo sin siquiera saberlo, la vuelta a casa?. Pero, realmente, ¿de dónde y adónde hemos sido exiliados?; y ¿ha sido por la fuerza, como indica el Libro del Génesis, y para siempre o se trata de un retiro voluntario y pasajero?. En cualquier caso, el exilio ¿por qué y para qué?. Y nuestra casa — «¡mi casa!», suplicaba E.T. en la célebre película—, ¿cuál es?, ¿qué es?; y si fuera el Paraíso perdido, ¿dónde está?, ¿como retornar a él? De nuevo martillean las palabras de Camus: nostalgia, busca de justificación, interrogantes abrumadores,...
A lo largo de la historia, al corazón que se pregunta la humanidad le ha dado muchas respuestas y del más variado
pelaje. No obstante, la práctica totalidad pueden ser encuadradas en dos grandes categorías: las que atienden exclusivamente a la realidad material —física, psíquica, sociológica, antropológica,...— del hombre y la mujer; y las que contemplan una dimensión trascendente y espiritual del ser humano con el telón de fondo de una divinidad— con los
atributos que sea— cual origen y causa de nuestra existencia misma.
Ambas categorías continúan estando plenamente presentes
y vigentes en la actualidad, aunque lógicamente moldeadas por las circunstancias y gustos del momento. De hecho, acudiendo a las librerías o navegando por internet, se pueden hallar numerosos exponentes de ambas perspectivas. Y comprobar que en la de cariz material destacan hoy los textos englobados en un novedoso género denominado de «autoayuda»; mientras que en el lado trascendente, sobresalen los escritos que profundizan en el pensamiento metafísico y cosmogónico, y sus consejos para la vida cotidiana, no de religiones al uso, sino de antiguas culturas poco conocidas.
Dado el interés del asunto para el objetivo de estas páginas, se toma a continuación un botón de muestra de cada caso y se resume sintéticamente lo que ofrecen desde la óptica de la búsqueda que aquí ocupa. Entre los primeros, un estupendo y breve libro: El laberinto de la felicidad (Santillana Ediciones, Madrid, 2007), de Álex Rovira y Francesc Miralles. Y entre los segundos, el no menos fascinante Los cuatro acuerdos: un libro de sabiduría tolteca (Ediciones Urano; Barcelona, 2008, 7ª edición), de Miguel Ruiz.
¿Qué somos los seres humanos?. El Diccionario de la Lengua de la Academia Española remite la condición de «humano » a la de «hombre» y, partir de ahí, lo conceptualiza como «ser animado racional». Esto es, un espécimen concreto de animal que en la evolución de los mamíferos, a cuya saga pertenece, ha alcanzado determinado nivel intelectivo: los seres humanos somos animales intelectuales.
¿Es ésta la manera más atinada y exacta de definirnos? Desde luego, una descripción así no es falsa. Pero resulta claramente insuficiente al limitarse a componentes superficiales y externos de nuestra humanidad, aquéllos, precisamente, que son directamente perceptibles para los sentidos que conforman la racionalidad. Y es que al calificarnos como seres animados racionales o animales intelectuales no se valoran otras referencias, poderes y voluntades que nos diferencian como humanos bastante mejor que nuestras señas físicas de identidad, incluidos la capacidad cerebral y el coeficiente intelectual. ¿Por ejemplo?. Pues, muy particularmente, esa fuerza o energía emocional e intuitiva —anhelo, agitación, deseo, ansia, zozobra, necesidad de «algo más»,... ¡qué difícil es expresarlo con palabras!— que todos los seres humanos llevamos dentro y que, en buena medida y de modo consciente o inconsciente, impulsa y orienta nuestras vidas.
¿Qué es y en qué consiste esa fuerza hasta cierto punto irracional —intuitiva, emotiva y sensitiva— que nos empuja existencialmente desde nuestro fuero interno y nos
distingue como seres humanos?. Basta con mirar, sincera y serenamente, hacia dentro de cada uno para descubrirla. El nombre es lo de menos, aunque podemos llamarla «búsqueda».
¿La siente latir en su interior?. Seguramente sí, dado que las personas, por encima de cualquier otra cosa, somos
«buscadores». El ser humano puede y debe ser definido como «un ser en búsqueda». Pero ¿en búsqueda de qué? A responder este interrogante con precisión se dirigen las páginas que siguen. A lo largo de ellas se invita a participar en una hermosa aventura reflexiva y cognoscitiva en la que cada uno es el protagonista y que, reconociéndonos como buscadores, mostrará el por qué y el qué de la búsqueda. Lo que, a su vez, ayudará a hallar lo buscado, aunque tal «encuentro» es extremadamente íntimo y sólo puede ser logrado por cada cual.
Como aperitivo e introducción a la bella singladura que nos espera, vaya por delante que tanto la búsqueda como el
encuentro son del todo ajenos a las angustias existenciales con las que numerosos filósofos han dibujado la experiencia humana. Como mucho, esa angustia deriva de la frustración interior que rezuma en el ser humano cuando se niega a reconocer y atender la fuerza de la búsqueda que vibra dentro de sí. O, cuando queriéndolo hacer, se topa con el muro que solemos levantar dentro de nosotros mismos con ignorancias y prejuicios y con las insuficiencias de una racionalidad que impide discernir otros ángulos de la realidad.
Tal angustia vital es la que impulsó a Nietzsche a anunciar la muerte de dios y perseguir desesperadamente el «superhombre»; la que condujo a Unamuno a manifestar el
«sentimiento trágico de la vida»; la que provocó que Sartre
reclamara «la nada» como leiv motiv de nuestra existencia. Aunque entre los pensadores contemporáneos, quizá sea Albert Camus el que con más excelencia haya abordado este asunto al escribir en El hombre rebelde: «Entonces comenzó el tiempo del exilio, de la interminable busca de justificación, de la nostalgia sin objeto, de los interrogantes más penosos, más abrumadores, los del corazón que se pregunta: ¿dónde puedo sentirme en mi casa?.»
El hombre rebelde expulsado del Paraíso es una figura recurrente en numerosas mitologías y tradiciones culturales y religiosas. ¿Buscamos desde el exilio, a menudo sin siquiera saberlo, la vuelta a casa?. Pero, realmente, ¿de dónde y adónde hemos sido exiliados?; y ¿ha sido por la fuerza, como indica el Libro del Génesis, y para siempre o se trata de un retiro voluntario y pasajero?. En cualquier caso, el exilio ¿por qué y para qué?. Y nuestra casa — «¡mi casa!», suplicaba E.T. en la célebre película—, ¿cuál es?, ¿qué es?; y si fuera el Paraíso perdido, ¿dónde está?, ¿como retornar a él? De nuevo martillean las palabras de Camus: nostalgia, busca de justificación, interrogantes abrumadores,...
A lo largo de la historia, al corazón que se pregunta la humanidad le ha dado muchas respuestas y del más variado
pelaje. No obstante, la práctica totalidad pueden ser encuadradas en dos grandes categorías: las que atienden exclusivamente a la realidad material —física, psíquica, sociológica, antropológica,...— del hombre y la mujer; y las que contemplan una dimensión trascendente y espiritual del ser humano con el telón de fondo de una divinidad— con los
atributos que sea— cual origen y causa de nuestra existencia misma.
Ambas categorías continúan estando plenamente presentes
y vigentes en la actualidad, aunque lógicamente moldeadas por las circunstancias y gustos del momento. De hecho, acudiendo a las librerías o navegando por internet, se pueden hallar numerosos exponentes de ambas perspectivas. Y comprobar que en la de cariz material destacan hoy los textos englobados en un novedoso género denominado de «autoayuda»; mientras que en el lado trascendente, sobresalen los escritos que profundizan en el pensamiento metafísico y cosmogónico, y sus consejos para la vida cotidiana, no de religiones al uso, sino de antiguas culturas poco conocidas.
Dado el interés del asunto para el objetivo de estas páginas, se toma a continuación un botón de muestra de cada caso y se resume sintéticamente lo que ofrecen desde la óptica de la búsqueda que aquí ocupa. Entre los primeros, un estupendo y breve libro: El laberinto de la felicidad (Santillana Ediciones, Madrid, 2007), de Álex Rovira y Francesc Miralles. Y entre los segundos, el no menos fascinante Los cuatro acuerdos: un libro de sabiduría tolteca (Ediciones Urano; Barcelona, 2008, 7ª edición), de Miguel Ruiz.
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