"Buscadores" (3).- Emilio Carrillo.- El Laberinto de la Felicidad. (2)
En lo referente al segundo interrogante —¿de dónde vienes?—, los autores dan también una contestación directa: vengo de mí mismo. Con base en ella, reseñan media docena de apuntes:
— Para nacer, primero has de morir: Nunca viviremos
verdaderamente a no ser que encontremos el motivo por el
que estamos aquí, la razón por la que nos levantamos cada
mañana.
— Por muy pequeña que sea tu ventana, el cielo sigue siendo igual de grande. Enorme verdad con harta frecuencia olvidada en medio de nuestros miedos inventados y recelos imaginarios.
— Predecimos con el pasado, en él está escrito nuestro futuro. Y no sólo en lo que hicimos o sucedió: también nuestras creencias pasadas crean nuestro futuro. ¡Lo que crees es lo que creas!. Sabiendo cómo llegamos al laberinto sabremos cómo salir de él; recuerda por dónde entraste y hallarás la salida. Hay muchas cosas que elegimos inconscientemente porque deseamos que sucedan.
— Muchas personas se entierran en su propio surco (El Hombre del Surco es el personaje que utiliza el texto para explicarlo): Solemos buscar lo que creemos perdido yendo y viniendo en un corto trayecto. Así, terminamos hundidos en un surco que nosotros mismos hemos hecho con nuestras idas y venidas. Y ya ni recordamos qué andamos
buscando, qué es lo que nos metió allí.
— Hay que saber oler los caminos que tienen corazón: Debemos aprender a ver lo esencial. De esta manera podemos ser felices; e, igualmente, ayudar y guiar a los demás.
— La risa es algo muy serio: Es el disolvente universal de las preocupaciones. Hay que reír hasta caer al suelo. Cada vez que te ríes desaparece un problema de tu cabeza.
En cuanto a la tercera cuestión —¿a dónde vas?—, el libro señala, igualmente, una respuesta rápida: al centro de mí mismo. De ella derivan siete reflexiones:
— La felicidad es el perfume de las cosas bien hechas: La felicidad no se busca, se encuentra. Y se halla en todas partes y en ninguna, porque la felicidad no es una meta, sino un perfume que desprende lo bien hecho: una puesta de sol, la caricia a un cachorro, la mirada de un ser amado, una canción sublime,..., cualquier cosa inolvidable. Por eso no se puede atrapar como si fuese una mariposa. En griego, mariposa se escribe “psiké”, que también significa alma. Por eso debe ser tan difícil de capturar. Querer cazar una mariposa es como desear prender el alma; y el alma se pone en las cosas, pero no está en las cosas. Es, precisamente, como el perfume de la felicidad.
— La felicidad es elegir o, mejor expresado, vivir sin miedo a elegir: Nos perdemos en el laberinto cuando permitimos que elijan por nosotros. Porque uno es aquello que elige ser, pero también lo que renuncia a ser.
— Cuando nos dejamos llevar por el éxtasis del canto y el baile, nuestros miedos salen volando.
— El miedo es el medio para descubrir lo que necesitas
encontrar: Cuando se vence el temor al espantapájaros llega
la oportunidad, pues él señala justamente el lugar donde se
puede encontrar alimento. Bajo nuestros miedos se halla el
tesoro que andamos buscando. Pero hay que abrir la puerta del miedo; ella llevará a lo que más secretamente anhelamos. El miedo es una oportunidad porque permite conocer lo que estamos buscando. Verbigracia, el miedo a la muerte. Las personas que lo sufren en realidad tienen un gran anhelo a la vida, pero no se atreven a vivirla según les dicta su corazón. Por eso temen morir: porque les causa amargura abandonar este mundo sin haber cumplido con su misión. ¡El miedo es el medio!: déjate instruir por él y encontrarás tu misión y el sentido de la vida.
— La cara es el espejo del alma: Con ella se puede revisar la vida de cada cual. Moldea cada mañana tu cara en consonancia con tu alma; y usa para ello la crema más barata, pues el secreto no gravita en la calidad del producto, sino en tu cualidad interior y el amor que pongas en ello.
—Cada contacto con una persona es una oportunidad para mejorar su vida: Todos tenemos cada día decenas de pequeños y grandes contactos con los demás. Nuestro reto es conseguir que su vida sea un poco mejor después de estar con nosotros. Este es el desafío, el premio gordo de cada encuentro. Ahí radica justamente el sentido de la vida.
— Con todo, el sentido de la vida es distinto para cada persona: Es uno mismo el que debe descubrirlo. Y apoyar a los demás para que también lo consigan. Hay que ser buscador de buscadores: ponerlos en el camino y ayudarles a encontrar lo que buscan.
Por último, en lo relativo al ¿qué haces aquí?, la conclusión es tan simple como profunda: ¡vivir!. Le acompañan tres meditaciones a modo de corolario:
— El fuego de la esperanza: Con él impregnamos lo que nos empuja y nos orienta en nuestro camino de búsqueda.
— Tú eres tu propio camino: Si eres fiel, allí donde estés te encontrarás siempre en el centro del laberinto (desde el que se puede encontrar la salida).
— Ser el niño que fuimos y hemos perdido: Recuperar las ganas de correr, reír jugar, amar,... . En definitiva: ¡vivir!.
— Para nacer, primero has de morir: Nunca viviremos
verdaderamente a no ser que encontremos el motivo por el
que estamos aquí, la razón por la que nos levantamos cada
mañana.
— Por muy pequeña que sea tu ventana, el cielo sigue siendo igual de grande. Enorme verdad con harta frecuencia olvidada en medio de nuestros miedos inventados y recelos imaginarios.
— Predecimos con el pasado, en él está escrito nuestro futuro. Y no sólo en lo que hicimos o sucedió: también nuestras creencias pasadas crean nuestro futuro. ¡Lo que crees es lo que creas!. Sabiendo cómo llegamos al laberinto sabremos cómo salir de él; recuerda por dónde entraste y hallarás la salida. Hay muchas cosas que elegimos inconscientemente porque deseamos que sucedan.
— Muchas personas se entierran en su propio surco (El Hombre del Surco es el personaje que utiliza el texto para explicarlo): Solemos buscar lo que creemos perdido yendo y viniendo en un corto trayecto. Así, terminamos hundidos en un surco que nosotros mismos hemos hecho con nuestras idas y venidas. Y ya ni recordamos qué andamos
buscando, qué es lo que nos metió allí.
— Hay que saber oler los caminos que tienen corazón: Debemos aprender a ver lo esencial. De esta manera podemos ser felices; e, igualmente, ayudar y guiar a los demás.
— La risa es algo muy serio: Es el disolvente universal de las preocupaciones. Hay que reír hasta caer al suelo. Cada vez que te ríes desaparece un problema de tu cabeza.
En cuanto a la tercera cuestión —¿a dónde vas?—, el libro señala, igualmente, una respuesta rápida: al centro de mí mismo. De ella derivan siete reflexiones:
— La felicidad es el perfume de las cosas bien hechas: La felicidad no se busca, se encuentra. Y se halla en todas partes y en ninguna, porque la felicidad no es una meta, sino un perfume que desprende lo bien hecho: una puesta de sol, la caricia a un cachorro, la mirada de un ser amado, una canción sublime,..., cualquier cosa inolvidable. Por eso no se puede atrapar como si fuese una mariposa. En griego, mariposa se escribe “psiké”, que también significa alma. Por eso debe ser tan difícil de capturar. Querer cazar una mariposa es como desear prender el alma; y el alma se pone en las cosas, pero no está en las cosas. Es, precisamente, como el perfume de la felicidad.
— La felicidad es elegir o, mejor expresado, vivir sin miedo a elegir: Nos perdemos en el laberinto cuando permitimos que elijan por nosotros. Porque uno es aquello que elige ser, pero también lo que renuncia a ser.
— Cuando nos dejamos llevar por el éxtasis del canto y el baile, nuestros miedos salen volando.
— El miedo es el medio para descubrir lo que necesitas
encontrar: Cuando se vence el temor al espantapájaros llega
la oportunidad, pues él señala justamente el lugar donde se
puede encontrar alimento. Bajo nuestros miedos se halla el
tesoro que andamos buscando. Pero hay que abrir la puerta del miedo; ella llevará a lo que más secretamente anhelamos. El miedo es una oportunidad porque permite conocer lo que estamos buscando. Verbigracia, el miedo a la muerte. Las personas que lo sufren en realidad tienen un gran anhelo a la vida, pero no se atreven a vivirla según les dicta su corazón. Por eso temen morir: porque les causa amargura abandonar este mundo sin haber cumplido con su misión. ¡El miedo es el medio!: déjate instruir por él y encontrarás tu misión y el sentido de la vida.
— La cara es el espejo del alma: Con ella se puede revisar la vida de cada cual. Moldea cada mañana tu cara en consonancia con tu alma; y usa para ello la crema más barata, pues el secreto no gravita en la calidad del producto, sino en tu cualidad interior y el amor que pongas en ello.
—Cada contacto con una persona es una oportunidad para mejorar su vida: Todos tenemos cada día decenas de pequeños y grandes contactos con los demás. Nuestro reto es conseguir que su vida sea un poco mejor después de estar con nosotros. Este es el desafío, el premio gordo de cada encuentro. Ahí radica justamente el sentido de la vida.
— Con todo, el sentido de la vida es distinto para cada persona: Es uno mismo el que debe descubrirlo. Y apoyar a los demás para que también lo consigan. Hay que ser buscador de buscadores: ponerlos en el camino y ayudarles a encontrar lo que buscan.
Por último, en lo relativo al ¿qué haces aquí?, la conclusión es tan simple como profunda: ¡vivir!. Le acompañan tres meditaciones a modo de corolario:
— El fuego de la esperanza: Con él impregnamos lo que nos empuja y nos orienta en nuestro camino de búsqueda.
— Tú eres tu propio camino: Si eres fiel, allí donde estés te encontrarás siempre en el centro del laberinto (desde el que se puede encontrar la salida).
— Ser el niño que fuimos y hemos perdido: Recuperar las ganas de correr, reír jugar, amar,... . En definitiva: ¡vivir!.
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