"Buscadores" (14) Emilio Carrillo.- Cap. 2 (7): Racionalidad e irracionalidad.

Apreciaciones conectadas con las que Antonio Damásio vierte en su libro En busca de Spinoza (Editorial Crítica; Barcelona, 2005), en el que indaga en la inteligencia humana. Para ello, profundiza en la tesis de Pascal acerca de que el corazón tiene razones que la razón no comprende, rastrea respuestas en la filosofía y la ética y constata la permanencia de una sabiduría ancestral que sostiene que la inteligencia humana camina sobre dos piernas, la racional y la irracional, ambas de idéntica utilidad y significación.

De ahí que la vigente preponderancia de lo racional constituya un grave error, pues cierra las puertas a otras formas —intuición, inspiración, sentimiento— de adquirir conocimientos y forjar experiencias. La hegemonía de la racionalidad ha llevado a pensar que las decisiones correctas han de tomarse sin que intervenga lo sensitivo. Pero Damásio sostiene que requieren de una triada de elementos: emoción, conocimiento y razón. Los tres deben manejarse en equilibrio y mediante una negociación entre el abanico de posibilidades que permiten. La irracionalidad es una herramienta que nos ayuda a elegir entre opciones y que se complementa con el conocimiento racional. No tenerlo en cuenta, lejos de evitar la irracionalidad, la coloca fuera de control y nos convierte en esclavos de las emociones y el entorno.

Bajo este prisma, podemos entender mejor tantas tradiciones espirituales que nos hablan de los humanos como seres de «luz» que, encarnados en una realidad tridimensional donde la «luz» no es percibida por nuestros sentidos físicos, la buscamos ansiosamente en el mundo exterior. Creemos que se puede hallar en los objetos y realidades materiales tridimensionales que nos rodean, cuando realmente se encuentra en nuestro interior, pues es nuestra auténtica esencia, la que nos une a la divinidad y nos hace «Hijos de Dios». El mundo exterior nos engatusa tanto como para creer que podemos encontrar en él una felicidad que sólo está en la divinidad de nuestro verdadero ser. Pero no hay torpeza en esta manera de obrar. Se trata de un plan preconcebido: un plan llamado humanidad. De él formamos parte de modo consciente —aunque hayamos perdido la consciencia de ello— y voluntario —una elección tomada desde la Eternidad—.

Por tanto, nos estamos buscando a nosotros mismos: buscamos la luz que somos, la única que da sentido a nuestra auténtica existencia y nos proporciona la verdadera felicidad —constante, intensa, profunda y plena—. El fin de la búsqueda, el gran encuentro, se produce curiosamente cuando, ¡qué sencillo!, nos descubrimos a nosotros mismos: hallamos la luz, acontece la «Iluminación». Merece la pena detenerse en ello y lo haremos de inmediato, en el próximo capítulo, con el apoyo de Deepak Chopra y su obra El camino de la sabiduría (Martínez Roca; Madrid, 1999). El ego, el triunfador, el dador, el buscador, el vidente y el espíritu nos esperan.






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