"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo (2) Ritmo de Vida.
Ritmo de vida.
Esclarece. El Sol empuja la maitinada. Por el ventanal de mi habitación siento su energía y la de la excitación de la Naturaleza por la alborada. Al repasar la agenda, una nota en ella me recuerda que me corresponde escribiros la segunda Crónica desde Ávalon. Lo que quiere decir, a su vez, que son 30 los días que suma mi estancia en esta singular tierra. ¿Treinta ya?, ¡imposible!, me digo a mí mismo. Pero repaso el calendario y confirmo la veracidad de lo que la agenda reseña, por más que mi percepción íntima me condujera a pensar que son bastante menos las fechas en las que llevo disfrutando de la hospitalidad de los pobladores de la isla, en general, y de la Reina de las Tempestades y su castillo, en particular.
En un primer momento, he responsabilizado de tal discordancia entre percepción y realidad a la distinta forma de medir el tiempo que se usa en Ávalon. Verán. Como nosotros, sus habitantes utilizan cual parámetro de referencia el intervalo entre dos pasos sucesivos del Sol tanto por el mismo meridiano –un día, que llaman “Dywrnad”- como por el equinoccio medio (por ejemplo, de primavera a primavera) –un año trópico (365,24 días), que denominan “Flwdad”–. Pero, por lo demás, su cuenta del tiempo es muy distinta al no emplear ni el segundo, ni el minuto, ni la hora, ni las semanas, ni los meses.
Al “Dywrnad” lo dividen en 3 periodos iguales o “Wymrod” (puede ser traducido como “dedicación”), equivalente cada uno a 8 horas nuestras: el “Wymrod-Gwed” (“dedicación al descanso”), que abarca la noche cerrada y el amanecer e incluye dos tiempos de meditación personal, al comienzo y al final del periodo, así como el desayuno; el “Wymrod-Kajer” (“dedicación al Amor”), que sucede al anterior y en el que se realizan trabajos al servicio a la comunidad conforme a la vocación y talentos particulares (cuenta con una interrupción para la comida); y el “Wymrod-Agos” (“dedicación íntima”), que ocupa la tercera y última parte del día y se centra en el recogimiento interior, el silencio, la lectura e, igualmente, el encuentro con los demás (se produce en torno a la cena) para compartir tanto reflexiones y experiencias como juegos, divertimentos y expresiones artísticas individuales y grupales.
A su vez, cada “Wymrod” se reparte en 4 “gustynt” (“soplo de viento”), compuesto cada uno por 1560 “hanadles”. Éste término significa “respiraciones” y tal cifra es, de hecho, las veces que un ser humano normal y en estado sereno reproduce el ciclo inspiración-expiración a lo largo de un “gustynt”, esto es, durante dos horas.
Y, por fin, 91,3 “Dywrnad” configuran cada una de las cuatro “Tymrau” (“estaciones”) del “Flwdad”, empezando a contar cada nueva fase anual en coincidencia con el solsticio de invierno, fecha que, metafóricamente, identifican con el Nacimiento del Sol.
En resumen, esta es la escala de tiempo usada en Ávalon:
+Unidad base: 1 “hanadles” (respiración), 5,62 segundos nuestros.
+1560 “hanadles”: 1 “gustynt” (soplo de viento), 2 horas.
+4 “gustynt”: 1 “Wymrod” (dedicación), 8 horas.
+3 “Wymrod”: 1 “Dywrnad” (día), 24 horas.
+91,3 “Dywrnad”: 1 “Tymrau”, cada una de las estaciones del año.
+4 “Tymrau”: 1 “Flwdad” (año) (365,24 “Dywrnad” o días).
Por mi propia vivencia, puedo asegurar que esta forma de medir el tiempo, quizá por tener su soporte primigenio en el lapso de la respiración, provoca la sensación de su mayor duración, razón por la que no es de extrañar que achacara a ello la aludida discordancia. Sin embargo, recapacitando sobre el asunto, he desembocado en una conclusión que ahora que la escribo me resulta obvia: la escala enunciada no es la causa, sino la consecuencia del ritmo de vida que se sigue en Ávalon. Un ritmo bastante más sosegado y lento (empleando el calificativo de modo no peyorativo, sino descriptivo) del habitual en nuestra sociedad.
Esta conclusión me ha hecho rememorar una de las primeras conversaciones que mantuve con Nimue, no mucho después de conocerla. Fue una apacible tarde de otoño, en un pequeño y oculto recoveco de uno de los acantilados que se agrupan en torno al cabo de Finisterre. En soledad, esperábamos codo con codo la puesta de Sol. Nimue, a propósito de un comentario mío acerca de la paz que impregnaba la ocasión y nos llenaba a nosotros mismos, me dijo con la agudeza que la caracteriza:
-La civilización, Emilio, a la que perteneces y la visión que la domina ensalzan el exceso como ninguna otra cultura lo había hecho antes. Por lo que hemos hablado y por lo que sin necesidad de palabras de ti se desprende, sé que eres plenamente consciente de ello. Pero la mayoría de tus congéneres están cegados por una visión productivista, consumista, vacía de valores y antagónica a cualquier percepción trascendente y espiritual de vuestro ser. Es más, como si fuera lo más normal, en torno al exceso habéis configurado una retórica, algunos pretenden que hasta una épica, amplificada por la publicidad y los medios de comunicación. El exceso –sea en acumular riqueza, o en ganar medallas olímpicas- se ha elevado prácticamente a la categoría de heroicidad. Y los periódicos y los informativos, por ejemplo, no destacan el quehacer de los verdaderos héroes –que hay muchos, multitud de hombres y mujeres, por todo el planeta y en los más diversos contextos- sino el “éxito” del “triunfador”, que suele ser un señor o señora que aporta mucho a sí mismo y casi nada a los demás-.
Lejos de sentirme herido por esta crítica a nuestro mundo, me identifiqué absolutamente con ella. Es más, apliqué al caso los años que he dedicado al estudio de la Economía:
-Tienes toda la razón, Nimue. Y el sistema económico tiene mucho que ver con lo que señalas. La Economía-Mundo lo contamina todo con su aroma mercantilista y sus reglas del comercio sin alma: poco importa el verdadero valor de las cosas –su valor intrínseco o de uso- y todo se reduce a su precio –su valor de cambio y, a menudo, especulativo-. Es una auténtica subversión del orden natural de valores-.
-Pero no te quedes ahí-, me interrumpió. –Lo más grave es que para conseguir que las personas asuman tal subversión, se promueve un modelo de vida que mira siempre al mañana, a lo que pueda deparar el futuro, jamás al presente. El objetivo es claro: que al colocar la mirada en un futuro virtual y frecuentemente quimérico, no observéis la realidad tal cual es. Todo os alienta a plantearos constantemente metas y retos para el mañana, sin capacidad de crítica, sin saber de verdad si son vuestros o impuestos por otros, sin miraros nunca al espejo del hoy, de lo real. Igualmente, se os anima a transgredir límites y fronteras en un contexto de culto a la velocidad. Y a esto se le llama disfrutar la vida. A costa de lo que sea, incluso de vosotros mismos y vuestra auténtica identidad; y sin conocer por qué y para qué-.
-Efectivamente-, ahora fui yo el que corté su exposición. -De este modo, se nos llena la mente de ruido, del ajetreo incesante provocado por un mundo “en progreso”, “en avance”, aunque nadie sepa bien hacia dónde. Todo vale, en definitiva, con tal de que no tengamos la mente limpia, quieta, que es lo que nos permitiría conectar con nuestra dimensión profunda, nuestro Yo Verdadero-.
Apartando un momento mi atención del horizonte, giré la cabeza y contemplé la corta melena trigueña de Nimue, que daba la sensación de querer volar siguiendo los impulsos del viento que nos regalaba en abundancia el océano. Estaba a punto de acariciar sus cabellos, que asemejaban finos hilos dorados empeñados en jugar entre sí, cuando torció hacia mí su torso para continuar la conversación:
-Y casi nadie se sorprende por tanto dislate, aunque, paradójicamente, os escandalicéis cotidianamente ante los nocivos efectos e impactos, individuales y colectivos, de tanta proclama aparentemente rompedora. Os habéis acostumbrado al cómodo ejercicio de seguir la corriente, transitando por la vía rápida de los extremos y renunciando a lo que Aristóteles definió y defendió como el “justo medio”, “in media virtus”, lugar de excelencia, según él, para la ética y la razón. De esta forma, el equilibrio está quedando fuera del alcance de cada persona y de vuestra sociedad-.
-“In media virtus”- repetí mecánicamente, a la par que veía como al Astro Rey le faltaba poco para zambullirse en las aguas atlánticas.
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