"Sexualidad Sagrada" Emilio Carrillo B (2)


Una visión masculina y materialista de la sexualidad.

            Sin embargo, la llamada civilización ha ido metiendo a la sexualidad en una extraña paradoja: por un lado, se le carga con el peso de la culpabilidad y el sentido de lo pecaminoso o, incluso, “sucio”; y, por otro, se anima de numerosos modos a que su práctica sea abusiva, promiscua, mecánica, limitante e inconsciente. ¡Toda una contradicción!. Si se escarba en ella, es fácil percatarse de que su razón de ser se halla en una visión y una realización de la sexualidad masculina y materialista.

            Por lo primero, se ha degradado el papel de la mujer y se le ha imbuido una percepción tanto de “estar al servicio” del varón como de pintar con tintes de “suciedad” el deseo íntimo femenino de vivir una sexualidad diferente, más afectiva y menos física, más selectiva y menos masiva, más “lenta” y menos imbuida del culto a la velocidad que contamina todas las expresiones de la sociedad moderna.

            Y por lo segundo, se ha olvidado radicalmente la dimensión sagrada de una sexualidad que, teniendo una indudable base física e individual, permite transcender de ella para elevarse a un plano de conexión espiritual con la pareja que abre las puertas a la Divinidad y Unidad que en todo ahí y Todo Es.

            Frente a esta visión masculina-materialista, la auténtica esencia de la sexualidad es espiritual y ligada al principio hermético de género –femenino/masculino-, esto es, al equilibrio, interacción y fusión de las energías que en ella fluyen y confluyen.

            Se podría ahondar más sobre todo ello, pero lo enunciado es suficiente para entender el por qué tantas mujeres viven la sexualidad como algo raro o con dificultades para gozarla de manera completa y realmente placentera. En el transfondo de ello late la necesidad de una sexualidad diferente a la imperante. Una sexualidad descargada de prisas y de metas propias, liberada de la carga de ser el espacio donde se “ahogan las penas” de las frustraciones y sufrimientos cotidianos y ajena a la dinámica de pretenden suplir en ella, en el encuentro con el otro, las carencias de una vida incompleta y vacía. Una dinámica tan absurda como estéril que, en último extremo, lleva al hombre y a la mujer a sacar sus miedos y fobias y sus instintos de conservación en forma de “cazador”: el hombre, como cazador masivo, deseando a “muchas” aunque sólo una sea “mía”; y la mujer, como cazador selectivo, deseando “sólo uno” pero que sea “exclusiva y realmente mío”.


¿Qué hacer ante todo esto?

            Primero, siendo consciente de que la sexualidad está en la persona en sí, por más que su fuerza se desenvuelva en las relaciones sexuales con otra. Pero también puede desplegarse en soledad (Edad del Sol), lo que no es masturbación, sino expansión energética desde nuestra dimensión interior.

            En cuanto a la posible pareja, denominación actual de lo que debe ser otra persona con la que se goce de conexión vibracional, no olvidar que la pareja apropiada se mide no en términos de “enamoramiento”, que es un sentimiento en buena parte egóico (de ahí, por ejemplo que a veces nos enamoremos de quien nos rechaza o nos castiga), sino de Sintonía Vibracional, que es algo mucho más hondo relacionado con la Resonancia Interior y que siente en el Corazón.

            Y con la pareja, practicar la Sexualidad Sagrada sin planes para el mañana y sin necesidad de ilusos compromisos de amor de por vida (la citada Sintonía Vibracional no tiene una duración preestablecida y se mantendrá el tiempo que se mantenga, poco o mucho, esta no es la cuestión ni el problema, pues la Sexualidad Sagrada es un medio para la experiencia espiritual, no un fin en sí misma). La Meditación de la Luz que aparece en los próximos epígrafes es sólo un ejemplo de cómo desarrollar la práctica de la Sexualidad Sagrada.




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