"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo B (4) Merlín - 1

Merlín.


Como adelanté en la anterior Crónica de Ávalon, hace un par de semanas conocí a Merlín, que arribó a la isla para efectuar su anunciada visita. No la pisaba desde hacía tiempo, aunque ahora parece dispuesto a permanecer en ella durante varios meses. Para mi suerte, se ha hospedado en el mismo castillo, el de la Reina de las Tempestades, que a mi me acoge, aunque su habitación se ubica en otra ala del recinto, en una zona prácticamente soterrada.



Varios Dywrnad antes de que se produjera mi primer encuentro con él, Morgana fue la encargada de ponerme en antecedentes sobre tan singular personaje. Con un clima fresco y melancólicamente nuboso, habíamos quedado al poco de comenzar el Wymrod-Agos para dar un paseo por la serpenteante senda que atraviesa la pradera de manzanos más próxima a su residencia. Morgana lucía una especie de delantal, con un gran bolsillo en medio en el que ir alojando los frutos y plantas que preveía recolectar aprovechando la caminata.



-Con Merlín no sólo se aprende, sino que, además, es muy simpático y tremendamente jocoso- fue lo primero que me dijo. –Y con gran corazón. Me ayudó a superar la muerte de Arturo y fue idea suya la de alojar el cuerpo incorrupto de mi hermanastro en la Sala del Trono. Él se encargó de todo, incluida la generación del campo de fuerza que lo protege-.



-Perdona, Morgana, si te molesta mi observación-, la interrumpí, -pero, desde que Nimue me informó de su próxima venida, he estado leyendo sobre Merlín en distintos blogs y webs. Y son numerosos los que subrayan que tú y él mantenéis una rivalidad rayana en la enemistad-.



-¡Ja, ja ja!-, se río de forma franca. –Quizá, Emilio, tuvimos nuestros roces al principio. No en balde, fue Merlín quien advirtió a Arturo de que éramos hermanastros, aconsejándole por ello que pusiera fin a nuestra historia de amor. Pero esto no fue sino el preámbulo de una buena relación personal, que ha ido echando raíces con el transcurrir de los siglos. Hoy somos magníficos amigos y siento por él una enorme admiración y un profundo cariño-.



-No me extraña-, le comenté sin ocultar mi satisfacción por lo que había oído-. Por Internet circulan abundantes bulos y falacias sobre los temas más variados. Tendemos a otorgar veracidad a todo lo que encontramos y leemos en la Red, pero normalmente sabemos poco o nada acerca de sus fuentes-.



-La mejor fuente de sabiduría se halla en el interior de uno mismo. En tu sociedad, tanto más racionalista cuanto más ignorante, se ha olvidado una verdad tan notable y sencilla. La meditación, el silencio y el recogimiento son espléndidas fuentes de conocimiento, las mejores posibles. Y la inspiración y la intuición, sus plasmaciones más elaboradas-, afirmó mientras se detenía y estiraba su brazo derecho para alcanzar una abal especialmente hermosa que pendía en lo más alto de uno de los manzanos. –Y con relación a Merlín, te aconsejo que te acerques a él sin prejuicios. Comprobarás fácilmente el elevado rango consciencial y vibratorio de su alma. Y se abrirá a ti generosamente. Lo hace con todo el mundo y no serás una excepción-.



-Así lo haré, Morgana-, le aseguré, a la par que también yo cogía una rojiza abal que pedía a gritos ser degustada.



-No obstante, como mero adelanto de lo que sólo por él debes conocer-, me dijo con dulzura, -sí es conveniente que sepas que nació en Gales, en los últimos años del siglo V, cuando el Imperio romano se caía a trozos. Y que Merlín no es su nombre, sino su apelativo. Antiguamente, se otorgaba la categoría o título de “Merlín” a aquellas personas cuyos talentos les hacían destacar en la triple condición de magos, druidas (guías espirituales celtas) y bardos (poetas del pueblo y de su historia). Como ya dio prueba de ellos en su más tierna infancia, se le tildó cual Merlín desde muy joven, tanto como para que el epíteto sustituyera a su verdadero nombre-.



-Entonces, ¿cuál es?-, pregunté con curiosidad.



-Emrys Pendragon-, me contestó sabiendo perfectamente que no me pasaría inadvertida la trascendencia del dato.



-¿Pendragon?. ¿El mismo apellido que Arturo?- la interrogué expectante.



-Eso es, Emilio. Merlín es hijo bastardo de Aurelius Ambrosius Pendragon, hermano mayor de Uther, el padre de Arturo-, me respondió saboreando cada palabra.



-O sea, que Arturo y Merlín fueron primos hermanos-, la deducción era obvia, pero deseaba que Morgana me la confirmará.



-Exactamente-, aseveró aparentando seriedad, aunque bien sentía yo que se estaba regocijando interiormente al constatar la cadena de reacciones mentales que había provocado en mi cerebro.



-¿Hay algo más, Morgana, que deba saber sobre Merlín antes de encontrarme con él personalmente?-, le pregunté quizá algo molesto por la citada sensación, pero también agradecido por la información.



Morgana pareció pensárselo antes de contestar:



-Sólo dos cosas de las que has de ser consciente. Por un lado, de la colosal envergadura de sus poderes. Y, por otro, de una vetusta herida que aún sangra en su corazón. Sobre lo primero, lee la novela medieval Lanzarote y Ginebra. La escribió alguien que trató estrechamente a Merlín y la puedes localizar en la biblioteca de la Reina de las Tempestades. En cuanto a lo segundo, Nimue te dará detalles antes de que Merlín se presente en Ávalon-.



Al regresar al castillo en el que me alojo, me apresuré a buscar la novela en la biblioteca. Gracias a que está perfectamente ordenada y clasificada, la hallé sin dificultad. Aquella misma noche la devoré con fruición. De entre sus páginas, subrayé este párrafo relativo a Merlín y sus poderes: "Conocía la esencia de todas las cosas, su transformación y su renovación; el secreto del Sol y de la Luna, las leyes que rigen el curso de las estrellas en el firmamento; las imágenes mágicas de las nubes y el aire; los misterios del mar. Conocía los demonios que envían sueños bajo la Luna. Comprendía el grito áspero de la corneja, el volar cantarín de los cisnes, la resurrección del fénix. Podía interpretar el vuelo de los cuervos, el rumbo de los peces y las ideas ciegas de los hombres; y predecía todas las cosas que sucedían después".



Probablemente por el influjo de la novela, casi desapareció de mi memoria la referencia de Morgana a la antigua herida que todavía fluye en el corazón de Merlín. Pero como también ella había vaticinado, Nimue se encargó de recordármelo. Fue la noche antes de que Merlín apareciera en la isla. Habíamos pasado la tarde en su casa, una coqueta villa campestre ubicada en el sur de la isla. Tras cenar, disfrutábamos del calor de la chimenea que preside el salón principal. No sé como la conversación derivó en ello, pero en un momento dado Nimue me besó con fuerza e inició su confesión:



-Mañana conocerás a Merlín. Estoy convencida de que congeniaréis perfectamente. Es un ser de luz, como tú. No obstante, quizá al comienzo le cueste asumir tú relación conmigo-.



La miré sorprendido. Iba a decir algo, pero con gestos me pidió que no la interrumpiera:



-Cuando Merlín peinaba ya canas y las arrugas de su cara expresaban su ancianidad, conoció a una joven de la que se enamoró locamente. Hacia tiempo que pensaba que tal sentimiento era para él algo pasado y hasta superado, pero el amor de pasión lo desbordó. Era hija del Rey de Nothumberland y Merlín perdió la cabeza por ella. Y no dudó en alardear de sus saberes para que la admiración condujera a la chica a sus brazos. Así, comenzó a enseñarle todo tipo de encantamientos poderosos. Incluso le edificó un palacio en el fondo de una laguna y le dio el nombre de Dama del Lago-.



-La Dama del Lago…-, musite para mis adentros, rememorando que había leído algo al respecto.


-Vivieron juntos varios años. Pero la evolución espiritual de la joven y los poderes que aprendió de Merlín la transformaron en hada. Y, como tal, quiso gozar de independencia, rompiendo con él. Merlín cayó en una honda depresión y se retiró al bosque de Brocelianda, en Bretaña. Allí permaneció tres lustros en absoluta soledad, hasta que decidió volver al mundo sabiendo que no se había recuperado de aquel mal de amor y que quizá nunca lo lograría-.


-Es una historia triste, Nimue- afirmé conmovido, -pero, ¿qué tiene que ver con nosotros?-.



Nimue tomó mis mejillas entre sus manos y vertió sus ojos aceitunas en los míos:



-Esa mujer de la que Merlín se enamoró vehementemente y de la que aún sigue prendado… soy yo-.



Estas últimas palabras aún martilleaban en mi cabeza cuando a la mañana siguiente me presentaron a Merlín. Físicamente era tal como me lo había imaginado. De hecho, su imagen es muy similar a la que han divulgado de él tantas novelas y películas. Pero sí me sorprendió que de inmediato centrara su atención en mí. Hasta el punto de que, tras los saludos colectivos de rigor, me pasó su brazo derecho por encima de los hombros y me apartó del grupo de personas que nos habíamos congregado para darle la bienvenida:



-Morgana, la Reina de las Tempestades y Nimue me han hablado mucho y bien de ti, Emilio, cosa en ellas nada frecuente tratándose, como es tu caso, de un mortal-, dijo con parsimonia. –Me gustaría que fuésemos amigos. Sé que ya estás al tanto de mis sentimientos hacia Nimue. Pero los mismos, lejos de llevarme a confrontar contigo, me inclinan a brindarte mi amistad. Aunque me pese, mi historia de amor con Nimue finalizó hace largo tiempo y lo hizo para siempre. Soy plenamente consciente de ello. Y como la conozco, no dudo que debes ser una persona muy especial para que se haya enamorado de ti-.





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