"Sexualidad Sagrada" Emilio Carrillo B (3) Hieros Gamos


“Hieros Gamos”: sexualidad y espiritualidad

            La sabiduría procedente de tiempos inmemoriales -la de los egipcios y caldeos, la de Hermes, Moisés y Abraham y la de otras numerosas fuentes espirituales- enseña que en cada ser humano, bajo la realidad material, efímera y finita que percibimos con nuestros sentidos, se halla una realidad subyacente de carácter inmutable e infinito. Es el Ser, nuestro Yo Verdadero, eterno e inalterable.

            Conscientes de que nuestros pensamientos y el ajetreo de nuestra mente dificultan que percibamos ese Ser, conformando un auténtico muro que nos separa de él, sabios e iniciados de todas las épocas han procurado y logrado saltar el mismo, romper las cadenas de nuestro pensamiento y sensibilidad finitos, y llegar al Yo Profundo que mora en cada uno, "establecerse" en él, como afirma el hinduismo. Ese ha sido el objetivo de los místicos de todos los tiempos y de cualquiera de las religiones.

            Para satisfacer tal objetivo, desde la antigüedad se han buscado procedimientos y métodos que ayuden al respecto, desde la meditación y la oración a las prácticas respiratorias, pasando por un amplio conjunto de técnicas, tanto individuales como colectivas. Entre éstas se encuentra el “Hieros Gamos”, que enlaza con el principio hermético de género y el uso de la sexualidad desde una perspectiva espiritual.

            La expresión “Hieros Gamos” procede del griego y significa “matrimonio sagrado”. Con ella se nomina una liturgia de varios milenios de antigüedad en la que los participantes persiguen establecerse, aunque sea de modo fugaz, en el Ser que mora en todo ser humano y es parte de la única Identidad Universal o Unidad Divina. Para ello, como otros métodos y ceremoniales, el “Hieros Gamos” busca que las personas que lo practican salten la barrera que representa nuestra mente mortal mediante el procedimiento de liberarla de toda carga y dejarla inerte por un momento, vaciándola de todo contenido, idea o pensamiento.

            Lo que distingue al “Hieros Gamos” de cualquier otro procedimiento es la pértiga, valga el símil deportivo, que utiliza para dar semejante salto: el impacto y los efectos del gozo sexual. Para ello se acomete un ceremonial que pivota en las relaciones físicas entre los participantes, mujeres -ataviadas con gasas blancas y zapatos dorados- y hombres -con túnicas y zapatos negros- que guardan el anonimato bajo mascaras. Sin embargo, aunque su manifestación externa sean las relaciones corporales entre los ceremoniantes para alcanzar el éxtasis sexual, el “Hieros Gamos” es un acto de alto contenido espiritual y poco o nada tiene que ver con la imagen mostrada en películas como Eyes wide shut -donde un puñado de neoyorkinos de clase alta dan rienda suelta a su “snobismo”.

            El placer provocado por el orgasmo es el medio, no el fin. La meta verdadera es que los participantes se imbuyan, aunque sea por un instante, en la única realidad auténticamente existente que mora en su interior, introduciéndose, así, en el plano de la divinidad que se halla subyacente en todos los seres.

            Antiguamente, las relaciones sexuales, además de su lógico contenido físico, se entendían también como procedimiento idóneo para experimentar la divinidad que todos atesoramos. Eran tiempos en los que el principio hermético de género estaba muy presente en el quehacer cotidiano y en la manera de interpretar el mundo. Una de sus manifestaciones consistía en la creencia de que el varón es espiritualmente incompleto hasta que tiene conocimiento carnal de la divinidad femenina, siendo la unión física con la mujer su único medio para llegar a la plenitud espiritual y adquirir finalmente la gnosis, el conocimiento de lo divino. De este modo, desde los días de Isis, los ritos sexuales se consideraron puentes a disposición del ser humano para dejar la tierra y alcanzar el cielo. En su comunión con la pareja, el ser humano pude alcanzar un instante de clímax, en el que su mente queda totalmente en blanco, y “ver-sentir” al Dios interior y la Unidad Divina de cuanto Es y existe.

            Mediante la comunión sexual, se consigue un momento en el que la mente queda totalmente libre y el hombre o la mujer "ven a Dios", decían los iniciados antiguos, en el sentido de transcender del cuerpo, de su materialidad, para sentir la presencia del Ser. Desde un punto de vista fisiológico, el clímax se acompaña de unas fracciones de segundo desprovistas de pensamiento, un brevísimo vacío mental, un momento de clarividencia durante el que puede adivinarse el Yo interior y disfrutar de su presencia divina y del sentimiento de Unidad de la Creación. Los gurús alcanzan estados similares de vacío de pensamiento mediante la concentración y suelen describir el Nirvana como un orgasmo sin fin.

            En la antigüedad, el sexo se comprendía de una manera muy distinta a la actual. El sexo engendra la vida, el milagro más extraordinario, y los milagros son patrimonio de los dioses. La capacidad de la mujer para albergar vida en su seno la convierte en sagrada, divina. La relación sexual constituye la unión de las mitades del espíritu, la masculina y la femenina, a través de la cual el ser humano puede obtener la plenitud espiritual y la comunión con Dios. En este conocimiento se basa el “Hieros Gamos” que, lejos de cualquier tipo de perversión, es una ceremonia sacrosanta.

            No sólo el Egipto antiguo practicó esta clase de ritos, también otras culturas y tradiciones la incluyeron en su mística, entre ellas, por ejemplo, la hebrea primitiva. Los primeros judíos creían que el “Sanctasanctórum” en el Templo de Salomón albergaba no sólo a Dios, sino a su poderosa equivalente femenina, la diosa Shekinah. Los hombres que pretendían la plenitud espiritual acudían al templo a visitar a las sacerdotisas, “hieródulas”, con las que hacían el amor y experimentaban lo divino a través de la unión carnal. El tetragramaton judío YHVH, que subyace en el “Shem Shemaforash” o “Nombre Secreto de Dios”, deriva de una andrógina unión física entre el masculino Jah y el femenino Havah, la denominación prehebraica de Eva.

            La Iglesia oficial, tras su constitución como tal, al igual que otras grandes religiones, percibió como una seria amenaza para su poder el uso del sexo para comulgar directamente con Dios y percibir el Yo Verdadero de la cada cual. Tal práctica, como otras que se afanó en desvirtuar, la relegaba a una posición francamente secundaria y, lo que es aún más grave, deslegitimaba su papel de exclusivo vehículo hacia Dios. Por ello, el catolicismo y las religiones modernas optaron por satanizar el sexo, convirtiéndolo en un acto pecaminoso y sucio e intentando convencernos de que temamos nuestro deseo sexual como a la propia mano del demonio (diversos movimientos heréticos cristianos -por ejemplo, el "alumbradismo", en el siglo XVI- intentaron rescatar del olvido y la marginación la interrelación entre sexualidad y espiritualidad, siendo cruelmente perseguidos por ello). La sabiduría heredada de tiempos atrás y nuestra propia fisiología nos enseñan e indican, en cambio, que el sexo es algo bello y natural, que nos aporta fuerza psíquica y salud física, y un hermoso y potente camino hacia la plenitud espiritual.





Comentarios