"Crónicas de Ávalon" Emilio Carrillo B (5) Merlín - 2
Creo que notó que mis ojos se humedecían ligeramente por la emoción que sus palabras generaron en mi interior:
-Para mi sería un honor contarme entre tus amigos-, fue lo único que pude responderle.
-Pues manos a la obra-, apostilló acelerando su ritmo expresivo. –Si te apetece, como creo que nos alojamos en el mismo castillo, quedamos antes de la cena para comenzar a charlar-.
Y así fue. Nos encontramos en la biblioteca. No tenía ni idea de como enfocar la conversación. Pero sí sabía que quería tener a Merlín como Maestro durante el tiempo que coincidiéramos en la isla. Opté por permitir que las cosas fluyeran. Y lo hicieron con rapidez. Sentados en sillones contiguos al fondo de la sala, el coloquio pronto entró en unos derroteros en los que Merlín se movía con soltura:
-No debes creer, Emilio, que en el intercambio de reflexiones que estamos iniciando y que continuaremos durante los Dywrnad, espero que sean muchos, que compartamos en Ávalon, yo soy el que da y tú el que recibes. Normalmente, quien más recibe es el que teóricamente da, y viceversa. Es una ley cosmogónica que marca incluso la interacción entre el Creador y la Creación: somos lo que damos; lo que damos es lo que recibimos; lo que recibimos construye lo que somos; y vuelta a empezar en un momento presente continuo en el que lo eterno se desenvuelve.
-Procuraré no olvidarlo, Merlín-. Me detuve unos segundos para mirarlo fijamente, pues quería que constatase que mis palabras no eran protocolarias. -Aunque te confieso que me costará trabajo interiorizar una relación de igualdad. Eres todo un Maestro. No te regalo los oídos; es la verdad. Experiencias y Sabiduría se acumulan en ti con plenitud y abundancia. Por superar, hasta has vencido a la muerte y tu vida transita por siglos-.
-¡Sí, ja, ja, ja…!-, se regocijó con estridencia, mientras daba pequeños golpes con sus manos en mis rodillas. –La inmortalidad llama mucho la atención a los mortales… hasta que comprendéis que, en realidad, también sois inmortales. La única diferencia es que mi alma, en su evolución consciencial y vibratoria, no cambia de cuerpo físico y la de cada uno de vosotros sí. Pero somos idénticos en todo lo demás, en lo auténticamente importante, en la hermosa trinidad que en cada uno de nosotros se hace unidad en armonía: cuerpo, alma y espíritu. Y éste nos unifica a todos, pues nuestro Ser profundo es realmente el mismo, el único, el Ser Uno-.
-Torpemente he escrito al respecto en un libro titulado Buscadores-, me atreví a apuntarle.
-Lo sé, Emilio. Morgana me lo envío cuando le mostré mi sorpresa porque hubiera abierto las puertas de Ávalon a un extraño-. Su semblante se hizo más serio. -Te reconozco que el aval hacia tu persona por parte de Nimue no me pareció motivo suficiente. Expuesto sin ningún tipo de resentimiento: ¡es parte interesada y su opinión es, por tanto, objetivamente subjetiva!. ¿Me entiendes?. Pero a través de la lectura de tu texto pude observar tu interior. Me gustó lo que vi y comprendí a Morgana. Por eso te hablo en estos términos tan precisos y rotundos-.
-Te lo agradezco-, le dije con sincera gratitud.
-Nada hay que agradecer-. Su expresión se tornó de nuevo muy jovial. –Además, me apetece mucho hablar con un mortal. Es aburrido andar siempre entre tanta hada y tanto duende, ¡ja, ja, ja!-. La carcajada volvió a ser estruendosa. –Y confesión por confesión: tu mundo me atrae cada vez más porque cada vez lo entiendo menos-.
-Pues me temo que en eso no podré serte de mucha ayuda-, le apostillé sin poder aguantar la risa, en la que de inmediato estallamos los dos.
Tras unos pocos hanadles, Merlín retomó la conversación:
-Estoy estupefacto, no te exagero, por el estado de volatilidad que ha alcanzado vuestra sociedad, sin valores sólidos, donde lo que eran nexos potentes se han convertido en lazos provisionales y frágiles; y en la que la incertidumbre, por la vertiginosa rapidez de los cambios, ha debilitado los vínculos humanos-.
-Tus palabras describen lo que algunos pensadores contemporáneos han denominado la “sociedad líquida”. ¿Has oído hablar al respecto?-.
Al negármelo con la cabeza, prolongué mi reflexión:
-Es un concepto no demasiado divulgado. Su origen se halla en las aportaciones del sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Él es el autor de la llamada “modernidad líquida” y, por extensión, de la citada noción de “sociedad líquida”. Sus reflexiones y conclusiones son muy notables para entender los tiempos de cambio y de “red” en los que andamos metidos. Particularmente, para comprender este concepto, el de “red”, más allá de su transfondo tecnológico, ahondando en sus implicaciones en la sociedad contemporánea y la vida de la gente-.
-¿Podrías darme más detalles?-, me preguntó francamente interesado.
-Mira, Merlín, en el presente, la “sociedad” se ve y se trata como una “red”, en vez de como una “estructura”: la sociedad se percibe como una matriz de conexiones y desconexiones aleatorias y de un número esencialmente infinito de permutaciones posibles. Los vínculos humanos son cada vez más frágiles y se aceptan como provisionales. La exposición de los individuos a los caprichos del mercado laboral y de bienes premia las actitudes competitivas, al tiempo que degrada la colaboración y el trabajo en equipo al rango de estratagemas temporales que deben abandonarse o eliminarse una vez que se hayan agotado sus beneficios.
-De ahí el colapso del pensamiento, de la planificación y de la acción a largo plazo, junto a la desaparición o el debilitamiento de aquellas estructuras sociales que deberían pensar en esos términos-, puntualizó.
-Efectivamente-, continué. -La historia política y las vidas individuales se reducen a una serie de proyectos de corto alcance y de episodios que no se combinan de manera compatible con conceptos como “desarrollo” o “maduración”. Una vida tan fragmentada estimula orientaciones “laterales” antes que “verticales”. Los éxitos pretéritos no suponen mayor probabilidad de futuras victorias, y mucho menos las garantizan. Para el éxito futuro lo más importante puede ser “olvidar”.
-¡Espectacular!-, refunfuñó,
-Ahora la responsabilidad recae en los individuos, de quienes se espera que sean “electores libres” y que soporten las consecuencias de sus elecciones, pese a que los riesgos implícitos en cada elección pueden ser causados por fuerzas que trascienden la comprensión y la capacidad individual para actuar. La virtud más útil no es la “conformidad” a las normas, sino la “flexibilidad”: la presteza para cambiar de tácticas y estilos en un santiamén; para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento; y para ir en pos de las oportunidades según la disponibilidad del momento, en vez de seguir las propias preferencias consolidadas.
-Es decir, que estáis en pleno proceso de separación, de divorcio, entre el poder y la política-. Se detuvo un momento. -Y esta pareja había sustentado hasta ahora lo que llamáis el Estado Moderno-.
-¡Exacto!-, exclamé entusiasmado por la fluidez del coloquio. -Hasta ahora el “progreso” era una promesa de felicidad universal y duradera, la manifestación extrema del optimismo radical. Pero ahora, representa la amenaza de un cambio implacable e inexorable que, lejos de augurar paz y descanso, presagia una crisis y una tensión continuas que imposibilitan el menor momento de respiro. El progreso se ha convertido en algo así como un persistente juego de las sillas en el que un segundo de distracción puede comportar una derrota inapelable. En lugar de grandes expectativas y dulces sueños, el progreso evoca un insomnio lleno de pesadillas en las que uno sueña que se queda rezagado, pierde el tren o se cae por la ventanilla de un vehículo que va a toda velocidad y que no deja de acelerar-.
-¡Tremendo!-, espetó mientras volcaba la espalda en el respaldo de su asiento. – Las consecuencias lógicas de todo ello son el cortoplacismo, la evanescencia, la falta de compromiso, la carencia de estructuración real, el exceso y la ausencia de medida, el ritmo alocado y el culto a la velocidad-.
-Venga señores, que la cena se enfría. Ya está bien de cháchara-, nos interrumpió la voz de la Reina de las Tempestades.
Observé a Merlín, atento a lo que hiciera.
-¡Pues venga, vamos!-, fue su reacción. –Una plática tan grata me han abierto el apetito. En cuanto tengamos ocasión charlaremos, Emilio, de la significación que en todo lo que hemos comentado ostenta la incapacidad de tus congéneres para vivir el presente-.
-Trato hecho-, le contesté complacido.
Seguro que en futuras Crónicas de Ávalon podré ofreceros noticias al respecto.
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