"Buscadores" (7) Emilio Carrillo.- Capítulo I: .El diamante está en tu bolsillo.
Primero, deseándolo de verdad. Los que han alcanzado el
conocimiento de sí mismos enseñan que no es una tarea tan ardua como parece, pero que sí exige la voluntad firme de lograrlo. Éste es el punto de partida: la voluntad de adquirir consciencia, de conocerse íntimamente.
A partir de ahí, tal como se reseñó en el arranque de estas páginas, reconocer abiertamente nuestra condición
de buscadores; asumir, entender, interiorizar y comprender que el ser humano es un ser en búsqueda; abrir la puerta y ser sensible a esa fuerza interior —anhelo, agitación, deseo, ansia, zozobra, necesidad de algo más— que tiene mucho de irracional —intuitiva, emotiva y sensitiva— y que nos empuja existencialmente desde nuestro fuero interno. Para ello hace falta modestia, humildad. Y una franca disposición a ver qué causa tu sufrimiento; a formularte grandes y pequeñas preguntas que despierten tu consciencia y creen en ti novedosas formas de estar en el mundo; y a deshacerte de multitud de ideas y conceptos falsos, especialmente sobre ti mismo, impuestos por la falaz visión predominante. La búsqueda pronto nos aportará nuevos conocimientos, reales y verdaderos, pero exigirá también que reverenciemos la verdad y nos deshagamos de nociones tan erróneas como arraigadas en nosotros. Lo nuevo ni puede ni debe ser construido sobre bases falsas o equivocadas.
En tercer lugar, el deseo de despertar nos proporcionará libertad y dicha. Hay que disfrutar de la búsqueda y con la búsqueda. Se trata de una hermosísima aventura —la aventura de la Vida— en la que hay que regocijarse y con la que nos debemos alegrar. En palabras de Fred Alan Wolf, "el verdadero secreto en la vida no es alcanzar el conocimiento, sino adentrarse en el misterio". Y tener muy presente que al buscar ya hemos logrado el «encuentro»; nos parecerá imposible antes de empezar la búsqueda o aún dentro de ella, pero ¡al buscar ya hemos logrado el encuentro!. Es como si al empezar a buscar de forma inmediata se colocara ante nosotros el espejo a cuyo otro lado el encuentro nos espera.
Por tanto, no hay que obsesionarse con hallar lo buscado. De nada sirven las prisas; la búsqueda no es una carrera. Al comienzo, la visión imperante nos llevará a pensar en ella como una competición en la que hay que llegar al final cuanto antes, ser los primeros o estar entre ellos. Pero esto es una estupidez en el contexto de la verdadera realidad que la nueva visión irá poniendo de manifiesto, de manera natural y sencilla, dentro de nosotros; las cosas no funcionan así en la nueva realidad y en el grado de consciencia en el que nos estaremos introduciendo. Una vez que sintamos la auténtica realidad de las cosas, nos reiremos a carcajadas, literalmente, de cuando pensábamos que era importante ser los primeros o superiores en algo.
Y en la búsqueda, iremos pasando por sucesivos grados de consciencia y estadios de conciencia (en capítulos posteriores se entrará en detalle) que afrontaremos con entusiasmo en el convencimiento de que en cada uno se halla lo buscado. Mas no serán sino la puerta a uno nuevo con mayor capacidad de conocimiento y de hacernos vibrar interiormente. Y un buen día, por expresarlo de algún modo,
se plasmará el gran encuentro. Hay que insistir en que al buscar ya se ha producido el encuentro y que la adquisición de consciencia plena siempre está a nuestra disposición. La única diferencia es que en algún momento «tomamos consciencia» y cruzamos al otro lado del espejo que hace tiempo teníamos delante. Vemos entonces nuestro genuino ser y la verdadera faz y sustancia de todas las cosas. El velo que los cubría cae ante la iluminación interior.
Es una experiencia tan maravillosa que no puede ser descrita con palabras, sino con Amor. Y lo mejor es que con ella nada acaba. Al contrario, será entonces cuando todo comience. Ya no será preciso programa alguno. Propuestas programáticas como las que se reflejaron páginas atrás formarán parte de nuestra vida a modo de visión, de forma espontánea y sencilla, sin necesidad de que nos propongamos llevarlas a cabo o de que nos esforcemos en recordarlas, de manera tan natural como respirar.
Como ha escrito Gangaji: El diamante está en tu bolsillo
(Gaia Ediciones, Madrid, 2006). Comprobaremos que la
felicidad no se encuentra en «alguna parte», sino en nosotros mismos, pues ¡la felicidad es nuestra verdadera naturaleza!. Aprenderemos que abrir la mente al silencio significa abrirnos a nuestro verdadero yo y cesaremos de cargarla con tantas responsabilidades absurdas, permitiendo que deje de reaccionar ante todo y por todo, acumular información, imaginarse el futuro, elaborar estrategias de supervivencia. Experimentaremos que cualquier cosa con la que estuviéramos luchando ya no está allí; que el problema, la disputa, la herida o la confusión, cualquiera que fuera, realmente no existe. Mantendremos a nuestro ser libre de todo e inmune a los conceptos sobre quiénes somos -débiles o fuertes, inferiores o superiores, ignorantes o iluminados,...-, que nunca nos impidieron ser lo que de hecho somos y éramos, aunque sí que tomáramos consciencia de ello. Y diremos siempre la verdad y accederemos a verdades cada vez más profundas que nos revelarán que nuestra historia personal no tiene una realidad definitiva: al conocerme me expando y al expandirme me conozco; sin pretender justificarme personalmente ni mi existencia; rompiendo las ataduras de la individualidad y dejando de ser «yo» para ser «Todo».
Más adelante, en las otras partes que componen estas
páginas, se mostrará de manera precisa lo que se acaba de
dibujar como esbozo y con rápidas pinceladas. No obstante,
previamente, en el capítulo que sigue, nos aproximaremos
a la nueva visión y se delimitarán algunos contornos de la
misma usando instrumentos tan comunes y queridos para
todos nosotros como el cine o la música.
conocimiento de sí mismos enseñan que no es una tarea tan ardua como parece, pero que sí exige la voluntad firme de lograrlo. Éste es el punto de partida: la voluntad de adquirir consciencia, de conocerse íntimamente.
A partir de ahí, tal como se reseñó en el arranque de estas páginas, reconocer abiertamente nuestra condición
de buscadores; asumir, entender, interiorizar y comprender que el ser humano es un ser en búsqueda; abrir la puerta y ser sensible a esa fuerza interior —anhelo, agitación, deseo, ansia, zozobra, necesidad de algo más— que tiene mucho de irracional —intuitiva, emotiva y sensitiva— y que nos empuja existencialmente desde nuestro fuero interno. Para ello hace falta modestia, humildad. Y una franca disposición a ver qué causa tu sufrimiento; a formularte grandes y pequeñas preguntas que despierten tu consciencia y creen en ti novedosas formas de estar en el mundo; y a deshacerte de multitud de ideas y conceptos falsos, especialmente sobre ti mismo, impuestos por la falaz visión predominante. La búsqueda pronto nos aportará nuevos conocimientos, reales y verdaderos, pero exigirá también que reverenciemos la verdad y nos deshagamos de nociones tan erróneas como arraigadas en nosotros. Lo nuevo ni puede ni debe ser construido sobre bases falsas o equivocadas.
En tercer lugar, el deseo de despertar nos proporcionará libertad y dicha. Hay que disfrutar de la búsqueda y con la búsqueda. Se trata de una hermosísima aventura —la aventura de la Vida— en la que hay que regocijarse y con la que nos debemos alegrar. En palabras de Fred Alan Wolf, "el verdadero secreto en la vida no es alcanzar el conocimiento, sino adentrarse en el misterio". Y tener muy presente que al buscar ya hemos logrado el «encuentro»; nos parecerá imposible antes de empezar la búsqueda o aún dentro de ella, pero ¡al buscar ya hemos logrado el encuentro!. Es como si al empezar a buscar de forma inmediata se colocara ante nosotros el espejo a cuyo otro lado el encuentro nos espera.
Por tanto, no hay que obsesionarse con hallar lo buscado. De nada sirven las prisas; la búsqueda no es una carrera. Al comienzo, la visión imperante nos llevará a pensar en ella como una competición en la que hay que llegar al final cuanto antes, ser los primeros o estar entre ellos. Pero esto es una estupidez en el contexto de la verdadera realidad que la nueva visión irá poniendo de manifiesto, de manera natural y sencilla, dentro de nosotros; las cosas no funcionan así en la nueva realidad y en el grado de consciencia en el que nos estaremos introduciendo. Una vez que sintamos la auténtica realidad de las cosas, nos reiremos a carcajadas, literalmente, de cuando pensábamos que era importante ser los primeros o superiores en algo.
Y en la búsqueda, iremos pasando por sucesivos grados de consciencia y estadios de conciencia (en capítulos posteriores se entrará en detalle) que afrontaremos con entusiasmo en el convencimiento de que en cada uno se halla lo buscado. Mas no serán sino la puerta a uno nuevo con mayor capacidad de conocimiento y de hacernos vibrar interiormente. Y un buen día, por expresarlo de algún modo,
se plasmará el gran encuentro. Hay que insistir en que al buscar ya se ha producido el encuentro y que la adquisición de consciencia plena siempre está a nuestra disposición. La única diferencia es que en algún momento «tomamos consciencia» y cruzamos al otro lado del espejo que hace tiempo teníamos delante. Vemos entonces nuestro genuino ser y la verdadera faz y sustancia de todas las cosas. El velo que los cubría cae ante la iluminación interior.
Es una experiencia tan maravillosa que no puede ser descrita con palabras, sino con Amor. Y lo mejor es que con ella nada acaba. Al contrario, será entonces cuando todo comience. Ya no será preciso programa alguno. Propuestas programáticas como las que se reflejaron páginas atrás formarán parte de nuestra vida a modo de visión, de forma espontánea y sencilla, sin necesidad de que nos propongamos llevarlas a cabo o de que nos esforcemos en recordarlas, de manera tan natural como respirar.
Como ha escrito Gangaji: El diamante está en tu bolsillo
(Gaia Ediciones, Madrid, 2006). Comprobaremos que la
felicidad no se encuentra en «alguna parte», sino en nosotros mismos, pues ¡la felicidad es nuestra verdadera naturaleza!. Aprenderemos que abrir la mente al silencio significa abrirnos a nuestro verdadero yo y cesaremos de cargarla con tantas responsabilidades absurdas, permitiendo que deje de reaccionar ante todo y por todo, acumular información, imaginarse el futuro, elaborar estrategias de supervivencia. Experimentaremos que cualquier cosa con la que estuviéramos luchando ya no está allí; que el problema, la disputa, la herida o la confusión, cualquiera que fuera, realmente no existe. Mantendremos a nuestro ser libre de todo e inmune a los conceptos sobre quiénes somos -débiles o fuertes, inferiores o superiores, ignorantes o iluminados,...-, que nunca nos impidieron ser lo que de hecho somos y éramos, aunque sí que tomáramos consciencia de ello. Y diremos siempre la verdad y accederemos a verdades cada vez más profundas que nos revelarán que nuestra historia personal no tiene una realidad definitiva: al conocerme me expando y al expandirme me conozco; sin pretender justificarme personalmente ni mi existencia; rompiendo las ataduras de la individualidad y dejando de ser «yo» para ser «Todo».
Más adelante, en las otras partes que componen estas
páginas, se mostrará de manera precisa lo que se acaba de
dibujar como esbozo y con rápidas pinceladas. No obstante,
previamente, en el capítulo que sigue, nos aproximaremos
a la nueva visión y se delimitarán algunos contornos de la
misma usando instrumentos tan comunes y queridos para
todos nosotros como el cine o la música.
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