"Buscadores" (8) Emilio Carrillo.- Cap. 2: Nueva Visión. Ciencia y espiritualidad
La experiencia acumulada por el ser humano a lo largo
de la historia pone de manifiesto que, conforme asumimos
la firme voluntad de «buscar» y conocernos íntimamente, una nueva visión va tomando cuerpo en nuestro interior de manera espontánea y natural. Su luz ofrecerá una novedosa perspectiva que nos deparará no pocas sorpresas acerca de la auténtica realidad del Universo, nuestro planeta y cuanto nos rodea; y sobre nuestra propia existencia y ser.
Como desarrollaremos en los próximos epígrafes y capítulos,
la nueva visión y la consciencia -—sobre lo que somos
y es real— que la misma representa irá descorriendo el velo
que oculta la Unidad intrínseca de cuanto existe, la energía
vibratoria que en todo subyace y los principios, leyes y hasta
estructuras geométricas semejantes que están en la raíz íntima de todos los objetos, cosas y seres.
Aprenderemos, no por la teoría, sino por la práctica, que
el presente es lo único que existe —un momento presente continuo en lo que lo eterno se desenvuelve— y se dibuja en términos de una «Providencia» cuyos contenidos y características son definidos por nosotros mismos, con los pensamientos y acciones del ahora. Comprobaremos que conocerse uno mismo significa ser «Uno» y prescindir del «mismo»; y que la búsqueda que arrancó en nuestro interior concluye, precisamente, en ese interior, en el linaje divino que atesora nuestro verdadero ser y en la existencia de éste en comunión perfecta con la Unidad, con la que llegaremos a vivir un auténtico enamoramiento. Alcanzaremos una paz completa y permanente en la que se disuelven los falsos dualismos (bien y mal, superior e inferior, yo y tú,…), nuestros apegos materiales (riqueza, dinero, poder, fama, éxito, reconocimiento social, qué dirán,…) y nuestros anhelos, preocupaciones y sufrimientos. Y veremos
que nuestro enamoramiento con la Unidad se desparrama
cual fuente inagotable de energía (Amor) hacia todo lo que
nos rodea, desarrollando una «Vida Impersonal» con pleno
amor al prójimo en la Divinidad y Unidad que constituyen el orden natural del Creador y la Creación, que de hecho son lo mismo.
Obviamente, la nueva visión va más allá de lo que podemos percibir por medio de nuestros cinco sentidos y es esencialmente trascendente y espiritual. No obstante, en las últimas décadas, la ciencia moderna, con la física cuántica a la cabeza, ha comenzado a vislumbrar la verdadera dimensión de las cosas que la nueva visión muestra. No debe extrañarnos. Uno de los principales empeños y falacias de la visión dominante es la dualidad. Y ésta, entre otros efectos e impactos, ha llevado a separar y confrontar lo inmanente con lo trascendente y la ciencia con la espiritualidad. Mas tal división dicotómica es un engaño por asombroso que parezca a los ojos contemporáneos.
Lo expresó muy bien el astrofísico Arthur Eddington al
indicar que una misma luz interior es la que impulsa tanto
la búsqueda intelectual de la ciencia como la búsqueda
mística del Espíritu. Y el discernimiento espiritual aporta
un amplio conjunto de saberes con claras y directas implicaciones científicas, del mismo modo que el conocimiento científico posibilita la mejor y más ajustada comprensión de lo espiritual: existe una estrecha interacción entre la ciencia física y el conocimiento de la divinidad, hasta el punto que puede y debe hablarse de una «Física de la Deidad», en la que se centrará la Parte III de este texto. La ciencia actual está ofreciendo pruebas evidentes de ello, lo que posibilita que entendamos mejor las características de la nueva visión a la que se viene haciendo mención.
El cine y la esencia de la vida (Baraka).
Imbuido por estos adelantos científicos y por la propia
experiencia de búsqueda vivida por seres humanos concretos, un ámbito tan cercano y fascinante como el del cine, con su enorme capacidad de influencia y divulgación, ha dado de sí creaciones magistrales que, amena y sugestivamente, nos acercan a la nueva visión que cristaliza en los buscadores y examinan la interrelación espiritualidad–ciencia. Sin ánimo de exhaustividad, se indican seguidamente algunas de tales producciones cinematográficas que vienen como anillo al dedo para el propósito de estas páginas.
Para empezar, sirva de aperitivo Baraka, rodada en 24
países de los cinco continentes y estrenada en 1992. Su director, Ron Fricke, nos sumerge en un mundo puramente
visual, pues en la cinta no hay diálogos, pero sí encantadoras imágenes y una gran partitura musical de Michael Sterns. Se integra en un género de documentales, que se prodigó a partir de los años 80, en los que el potencial narrativo se despliega en una mezcolanza de imágenes, música y sonidos naturales o artificiales y en una honda reflexión sobre el ser humano, la humanidad y su interacción con el medio ambiente.
Baraka —antigua palabra sufí que significa bendición,
aliento o esencia de vida— nos introduce a través del esplendor audiovisual en ámbitos de conocimiento ajenos al
cine convencional: la evolución del planeta y el ser humano;
las flagrantes carencias de la visión imperante; su huida
hacia adelante a costa de la explotación de la naturaleza y
de la propia humanidad; los peligros de mecanización que
la acompañan, en el sentido expuesto en el diálogo entre
Gurdjieff y Ouspensky recogido en el capítulo precedente;
y la espiritualidad y el sentimiento de búsqueda como señas
de identidad más singulares de la persona. Todo ello con
el telón de fondo de una meditación y contemplación de
enorme belleza plástica en torno a las preguntas básicas y
clásicas sobre nuestra existencia.
La película responde perfectamente a lo apuntado por
Raymundo Gleyzer: «No hacemos filmes para morir, sino para vivir, para vivir mejor. Y si se nos va la vida en ello, vendrán otros que continuarán». Lo que tiene su complemento en lo reseñado por Jean Breschand: «Interrogar al cine partiendo de su faceta documental significa interrogarse sobre el estatuto de la realidad frente a la cámara, o la relación entre el film y la realidad. Significa elegir un eje de reflexión, un eje que supone que el cine se reinventa a sí mismo cuando logra hacer visible algo que hasta entonces había permanecido inadvertido
en nuestro mundo».
de la historia pone de manifiesto que, conforme asumimos
la firme voluntad de «buscar» y conocernos íntimamente, una nueva visión va tomando cuerpo en nuestro interior de manera espontánea y natural. Su luz ofrecerá una novedosa perspectiva que nos deparará no pocas sorpresas acerca de la auténtica realidad del Universo, nuestro planeta y cuanto nos rodea; y sobre nuestra propia existencia y ser.
Como desarrollaremos en los próximos epígrafes y capítulos,
la nueva visión y la consciencia -—sobre lo que somos
y es real— que la misma representa irá descorriendo el velo
que oculta la Unidad intrínseca de cuanto existe, la energía
vibratoria que en todo subyace y los principios, leyes y hasta
estructuras geométricas semejantes que están en la raíz íntima de todos los objetos, cosas y seres.
Aprenderemos, no por la teoría, sino por la práctica, que
el presente es lo único que existe —un momento presente continuo en lo que lo eterno se desenvuelve— y se dibuja en términos de una «Providencia» cuyos contenidos y características son definidos por nosotros mismos, con los pensamientos y acciones del ahora. Comprobaremos que conocerse uno mismo significa ser «Uno» y prescindir del «mismo»; y que la búsqueda que arrancó en nuestro interior concluye, precisamente, en ese interior, en el linaje divino que atesora nuestro verdadero ser y en la existencia de éste en comunión perfecta con la Unidad, con la que llegaremos a vivir un auténtico enamoramiento. Alcanzaremos una paz completa y permanente en la que se disuelven los falsos dualismos (bien y mal, superior e inferior, yo y tú,…), nuestros apegos materiales (riqueza, dinero, poder, fama, éxito, reconocimiento social, qué dirán,…) y nuestros anhelos, preocupaciones y sufrimientos. Y veremos
que nuestro enamoramiento con la Unidad se desparrama
cual fuente inagotable de energía (Amor) hacia todo lo que
nos rodea, desarrollando una «Vida Impersonal» con pleno
amor al prójimo en la Divinidad y Unidad que constituyen el orden natural del Creador y la Creación, que de hecho son lo mismo.
Obviamente, la nueva visión va más allá de lo que podemos percibir por medio de nuestros cinco sentidos y es esencialmente trascendente y espiritual. No obstante, en las últimas décadas, la ciencia moderna, con la física cuántica a la cabeza, ha comenzado a vislumbrar la verdadera dimensión de las cosas que la nueva visión muestra. No debe extrañarnos. Uno de los principales empeños y falacias de la visión dominante es la dualidad. Y ésta, entre otros efectos e impactos, ha llevado a separar y confrontar lo inmanente con lo trascendente y la ciencia con la espiritualidad. Mas tal división dicotómica es un engaño por asombroso que parezca a los ojos contemporáneos.
Lo expresó muy bien el astrofísico Arthur Eddington al
indicar que una misma luz interior es la que impulsa tanto
la búsqueda intelectual de la ciencia como la búsqueda
mística del Espíritu. Y el discernimiento espiritual aporta
un amplio conjunto de saberes con claras y directas implicaciones científicas, del mismo modo que el conocimiento científico posibilita la mejor y más ajustada comprensión de lo espiritual: existe una estrecha interacción entre la ciencia física y el conocimiento de la divinidad, hasta el punto que puede y debe hablarse de una «Física de la Deidad», en la que se centrará la Parte III de este texto. La ciencia actual está ofreciendo pruebas evidentes de ello, lo que posibilita que entendamos mejor las características de la nueva visión a la que se viene haciendo mención.
El cine y la esencia de la vida (Baraka).
Imbuido por estos adelantos científicos y por la propia
experiencia de búsqueda vivida por seres humanos concretos, un ámbito tan cercano y fascinante como el del cine, con su enorme capacidad de influencia y divulgación, ha dado de sí creaciones magistrales que, amena y sugestivamente, nos acercan a la nueva visión que cristaliza en los buscadores y examinan la interrelación espiritualidad–ciencia. Sin ánimo de exhaustividad, se indican seguidamente algunas de tales producciones cinematográficas que vienen como anillo al dedo para el propósito de estas páginas.
Para empezar, sirva de aperitivo Baraka, rodada en 24
países de los cinco continentes y estrenada en 1992. Su director, Ron Fricke, nos sumerge en un mundo puramente
visual, pues en la cinta no hay diálogos, pero sí encantadoras imágenes y una gran partitura musical de Michael Sterns. Se integra en un género de documentales, que se prodigó a partir de los años 80, en los que el potencial narrativo se despliega en una mezcolanza de imágenes, música y sonidos naturales o artificiales y en una honda reflexión sobre el ser humano, la humanidad y su interacción con el medio ambiente.
Baraka —antigua palabra sufí que significa bendición,
aliento o esencia de vida— nos introduce a través del esplendor audiovisual en ámbitos de conocimiento ajenos al
cine convencional: la evolución del planeta y el ser humano;
las flagrantes carencias de la visión imperante; su huida
hacia adelante a costa de la explotación de la naturaleza y
de la propia humanidad; los peligros de mecanización que
la acompañan, en el sentido expuesto en el diálogo entre
Gurdjieff y Ouspensky recogido en el capítulo precedente;
y la espiritualidad y el sentimiento de búsqueda como señas
de identidad más singulares de la persona. Todo ello con
el telón de fondo de una meditación y contemplación de
enorme belleza plástica en torno a las preguntas básicas y
clásicas sobre nuestra existencia.
La película responde perfectamente a lo apuntado por
Raymundo Gleyzer: «No hacemos filmes para morir, sino para vivir, para vivir mejor. Y si se nos va la vida en ello, vendrán otros que continuarán». Lo que tiene su complemento en lo reseñado por Jean Breschand: «Interrogar al cine partiendo de su faceta documental significa interrogarse sobre el estatuto de la realidad frente a la cámara, o la relación entre el film y la realidad. Significa elegir un eje de reflexión, un eje que supone que el cine se reinventa a sí mismo cuando logra hacer visible algo que hasta entonces había permanecido inadvertido
en nuestro mundo».
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