"Buscadores" (9) Emilio Carrillo.- Cap. 2:(2) ¿Y tú qué sabes?
¿Y tú qué sabes?
Y esto es lo que de modo sobresaliente hace otra genial película-documental: ¿Y tú qué sabes?, de 2004, codirigida por William Arntz, Betsy Chasse y Mark Vicente. Aunque presenta una trama alrededor de las vivencias de una fotógrafa, Amanda (personaje interpretado por Marlle Matlin, oscar a la mejor actriz por Hijos de un dios menor), constituye sobre todo una profunda reformulación de la realidad en la que existimos y a la que pertenecemos y, por este medio, de nosotros mismos. Para lo cual indaga en áreas muy diversas del conocimiento científico —física, química, psicología y psiquiatría— y plantea una extensa batería de teorías, algunas de las cuales provienen de la Escuela de Iluminación de Ramtha (www.ramtha.com), de JZ Knight/Ramtha, de la que los tres codirectores son seguidores.
Estos han afirmado que la película se dirige especialmente a los que denominan «creativos culturales», una categoría sociológica que englobaría a una proporción creciente de la población, al objeto de establecer un diálogo sobre los límites, reales o ficticios, que separan nuestra mente del mundo exterior y sus consecuencias filosóficas y prácticas. Y aunque una parte de la comunidad científica ha alegado que el film interpreta incorrectamente varios principios de la mecánica cuántica, otros científicos aplauden sus contenidos y reivindican una discusión transparente sobre los asuntos que difunde.
Tres grandes ejes reflexivos y científicos sirven a la cinta de hilo conductor: el convencimiento de que la consciencia de ser, forjada en el interior de cada cual, es decisiva en la conformación del mundo exterior; la necesidad de replantearse y redefinir lo que se entiende como «real»; y la convicción de que todo lo que existe, incluido nosotros mismos, pertenece a una misma unidad o totalidad.
En lo relativo a lo primero, el argumento y las acotaciones científicas que lo adornan muestran como lo exterior a cada uno depende del interior de cada cual. Esto es, recuérdese El laberinto de la felicidad, lo que crees es lo que creas: existe una conexión entre lo interior —trascendente— y lo exterior —material—, estando lo segundo animado e inducido desde lo primero. Lo ha expresado muy bien Edgar Mitchell, el que fuera astronauta de la NASA: «Lo fundamental es la consciencia misma; y la materia/energía es producto de la consciencia. Si cambiamos nuestra opinión sobre quiénes somos, si conseguimos vernos como seres eternos y creadores que creamos experiencia física y si nos unimos todos en ese nivel de existencia que llamamos Consciencia, empezaremos a ver y crear el mundo en que vivimos de una manera muy distinta».
¿Sorprendente?. Pues no tanto, ya que, desde finales del siglo XIX, como recopilé en Los códigos ocultos (RD Editores; Sevilla, 2005), las teorías y propuestas lanzadas por numerosos científicos han abierto preguntas y formulado cuestiones que no pueden ser contestadas desde la perspectiva de la ciencia tradicional y la visión dicotómica —ciencia versus espiritualidad— imperante. Marco en el que está adquiriendo peso la idea de que la consciencia acerca de lo que somos, sobre lo que cada uno es, crea la realidad que nos rodea, las experiencias de cada cual: el mundo no físico moldea el Universo material y la realidad que detectan nuestros sentidos.
Buda enseñó que «la mente (consciencia) es todo; nos convertimos en lo que pensamos (toma de consciencia)». La ciencia comienza a confirmarlo: somos productores natos de realidad y permanentemente creamos la realidad y sus efectos; somos al 100 por 100 responsables de nuestras vidas (la técnica del ho´oponopono que se recoge en el Capítulo 10 se fundamenta en ello). Maharishi Yogi lo ha expresado de manera hermosa: «El Universo entero es expresión de la consciencia. La realidad del Universo es un océano ilimitado de consciencia en movimiento».
Ligado a lo cual hay que resaltar la creciente convicción de que la naturaleza, sus características y sucesos, no puede examinarse desde fuera, como enseñan los postulados racionalistas clásicos. Entre los científicos que han llegado a esta conclusión destaca el alemán Werner Heisenberg, Nóbel de Física en 1932, cuyas investigaciones le llevaron a argumentar que «lo que observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método inquisitorial (...); la división común del mundo interno y mundo externo, cuerpo y alma, ha dejado de ser adecuada». Esta relatividad que afecta a la indagación científica, lejos de cerrarle puertas, le ha abierto muchas, hasta el punto de que son numerosos los investigadores que piensan que los saberes científicos se hallan en la antesala de una nueva forma de concebir y entender el Universo entero —su esencia y sus estructuras— y la realidad cotidiana que nos envuelve y a la que pertenecemos. A este respecto, Illya Prigogine, nacido en Moscú en 1917 y premio Nóbel de Química, escribió que «estamos lejos de la visión monolítica de la física clásica y ante nosotros se abre un Universo del que apenas comenzamos a entrever sus estructuras».
Un contexto en el que la ciencia contemporánea ha dado un sensacional salto cognoscitivo, que es el segundo gran eje de ¿Y tú que sabes?: el replanteamiento de lo que entendemos por «real». Lo que engarza con lo manifestado por antiguas culturas que insisten en que el mundo percibido por los sentidos físicos es pura ilusión —«maya»— y que por debajo hay algo más poderoso y fundamental y, desde luego, más real, aunque sea totalmente intangible. Esto es, precisamente, lo que la física está revelando: en el núcleo del mundo material y cuanto la compone hay una realidad no física que puede ser denominada ondas de probabilidad, información, consciencia, pensamiento,... . Así, el físico Jeffrey Satinover ha señalado: «La materia, sea lo que fuere, no tiene nada en esencia; es completamente insustancial. Lo más sólido que se puede decir sobre ella es que se parece mucho a un pensamiento; es como una pizca de información concentrada ».
Una nueva forma de comprensión de lo real que tuvo uno de sus más notables pioneros en el filósofo inglés Herbert Spencer, nacido en 1820, quien postuló la existencia de una «energía infinita y eterna de la cual proceden todas las cosas». Línea de investigación que ha ido evolucionando con aportaciones como las del genial físico, matemático e ingeniero Nikolas Tesla —señaló que en el núcleo de lo material hay una realidad no física que se expresa como vibración y tiene su razón de ser en información, consciencia o pensamiento— o el antropólogo y lingüista Gregory Bateson —llegó a afirmar que «la mente es la esencia de la vida»—.
Gracias a científicos como ellos, en el siglo XXI se empieza a describir la realidad substancial de cuanto existe como energía vibratoria asociada a alguna modalidad de información, idea o pensamiento. La Teoría de Cuerdas, por ejemplo, sostiene que las partículas fundamentales no son puntos, como ha mantenido la teoría de partículas convencional, sino cuerdas, objetos extensos y vibratorios. Para el físico David Gross, premio Nóbel y uno de los máximos expertos en dicha teoría, partículas como el electrón o la radiación electromagnética corresponden sencillamente a las vibraciones de menor energía. En palabras de Fritjof Capra, prestigioso físico fundador del Instituto Elmwood, «no resulta inverosímil pensar que todas las estructuras del Universo (desde las partículas subatómicas hasta las galaxias y desde las bacterias hasta los seres humanos) sean manifestaciones de la dinámica autoorganizadora del Universo, que hemos identificado como la Mente Cósmica».
Lo que conduce, además, a la idea de una única identidad o unidad cosmogónica en la que todo se integra y se sostiene, tercer eje básico de ¿Y tú qué sabes?. Unidad o Todo a la que pertenecen las distintas manifestaciones materiales, inmateriales y espirituales que nos ofrecen el mundo y el Universo en su globalidad interdimensional.
De hecho, ya Albert Einstein había considerado al ser humano como parte inseparable de una totalidad llamada Universo, si bien una parte limitada en el espacio y el tiempo. Destacó que «la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es solamente una ilusión», pues los sucesos no se desarrollan, simplemente son. Y que otra especie de ilusión de nuestra consciencia hace que nos experimentemos a nosotros mismos y a nuestros pensamientos como algo separados del resto.
A propósito de lo cual, Erwin Schrödinger, Nóbel de Física en 1933 y otro de los padres de la mecánica cuántica, enfatizó la convicción de que «todos estamos en todo (...) y nuestras vidas no son piezas, sino la totalidad; somos la totalidad del mundo». Entendimiento al que se sumó J.S. Bell, autor en 1964 del Teorema que lleva su nombre, considerado como la obra aislada más importante en toda la historia de la física, y que viene a concluir que no existe nada que pueda llamarse verdaderamente «parte separada», porque todas las partes del Universo están conectadas de manera íntima a un nivel fundamental, trascendiendo del tiempo y el espacio.
Una nueva senda para la ciencia donde brillan las contribuciones del profesor de física teórica David Bohm, que giran alrededor de la unidad esencial del Universo: cualquiera de sus elementos se contiene en la totalidad del mismo, que incluye tanto la materia como la consciencia. Convencido de que existen otros planos de la realidad a los que sólo podemos tener acceso a través de estados místicos —éxtasis, elevación del grado de consciencia,…—, subrayó que la globalidad de la creación y todos los planos dimensionales están conectados «en un estado de interminable flujo o doblado y desdoblado», siendo la evolución un signo de la inteligencia creadora explorando estructuras diferentes que van mucho más allá de lo que se precisa para sobrevivir. Para Bohm, existe un orden implicado plegado en la naturaleza que se despliega gradualmente a medida que evoluciona el Universo. Algo parecido a un holograma, aunque prefirió hablar de «holomovimiento»: forma parte de la realidad que se envuelve y se desenvuelve constantemente, entre el orden implicado y el orden manifestado, a un ritmo tal que el mundo visible aparece como uniforme.
El documental a que hace referencia este post, por si todavía no lo habéis visto/escuchado.
https://www.youtube.com/watch?v=y4-DOV8MBbk
https://www.youtube.com/watch?v=CGEZBVIRyM0&t=9s
Y esto es lo que de modo sobresaliente hace otra genial película-documental: ¿Y tú qué sabes?, de 2004, codirigida por William Arntz, Betsy Chasse y Mark Vicente. Aunque presenta una trama alrededor de las vivencias de una fotógrafa, Amanda (personaje interpretado por Marlle Matlin, oscar a la mejor actriz por Hijos de un dios menor), constituye sobre todo una profunda reformulación de la realidad en la que existimos y a la que pertenecemos y, por este medio, de nosotros mismos. Para lo cual indaga en áreas muy diversas del conocimiento científico —física, química, psicología y psiquiatría— y plantea una extensa batería de teorías, algunas de las cuales provienen de la Escuela de Iluminación de Ramtha (www.ramtha.com), de JZ Knight/Ramtha, de la que los tres codirectores son seguidores.
Estos han afirmado que la película se dirige especialmente a los que denominan «creativos culturales», una categoría sociológica que englobaría a una proporción creciente de la población, al objeto de establecer un diálogo sobre los límites, reales o ficticios, que separan nuestra mente del mundo exterior y sus consecuencias filosóficas y prácticas. Y aunque una parte de la comunidad científica ha alegado que el film interpreta incorrectamente varios principios de la mecánica cuántica, otros científicos aplauden sus contenidos y reivindican una discusión transparente sobre los asuntos que difunde.
Tres grandes ejes reflexivos y científicos sirven a la cinta de hilo conductor: el convencimiento de que la consciencia de ser, forjada en el interior de cada cual, es decisiva en la conformación del mundo exterior; la necesidad de replantearse y redefinir lo que se entiende como «real»; y la convicción de que todo lo que existe, incluido nosotros mismos, pertenece a una misma unidad o totalidad.
En lo relativo a lo primero, el argumento y las acotaciones científicas que lo adornan muestran como lo exterior a cada uno depende del interior de cada cual. Esto es, recuérdese El laberinto de la felicidad, lo que crees es lo que creas: existe una conexión entre lo interior —trascendente— y lo exterior —material—, estando lo segundo animado e inducido desde lo primero. Lo ha expresado muy bien Edgar Mitchell, el que fuera astronauta de la NASA: «Lo fundamental es la consciencia misma; y la materia/energía es producto de la consciencia. Si cambiamos nuestra opinión sobre quiénes somos, si conseguimos vernos como seres eternos y creadores que creamos experiencia física y si nos unimos todos en ese nivel de existencia que llamamos Consciencia, empezaremos a ver y crear el mundo en que vivimos de una manera muy distinta».
¿Sorprendente?. Pues no tanto, ya que, desde finales del siglo XIX, como recopilé en Los códigos ocultos (RD Editores; Sevilla, 2005), las teorías y propuestas lanzadas por numerosos científicos han abierto preguntas y formulado cuestiones que no pueden ser contestadas desde la perspectiva de la ciencia tradicional y la visión dicotómica —ciencia versus espiritualidad— imperante. Marco en el que está adquiriendo peso la idea de que la consciencia acerca de lo que somos, sobre lo que cada uno es, crea la realidad que nos rodea, las experiencias de cada cual: el mundo no físico moldea el Universo material y la realidad que detectan nuestros sentidos.
Buda enseñó que «la mente (consciencia) es todo; nos convertimos en lo que pensamos (toma de consciencia)». La ciencia comienza a confirmarlo: somos productores natos de realidad y permanentemente creamos la realidad y sus efectos; somos al 100 por 100 responsables de nuestras vidas (la técnica del ho´oponopono que se recoge en el Capítulo 10 se fundamenta en ello). Maharishi Yogi lo ha expresado de manera hermosa: «El Universo entero es expresión de la consciencia. La realidad del Universo es un océano ilimitado de consciencia en movimiento».
Ligado a lo cual hay que resaltar la creciente convicción de que la naturaleza, sus características y sucesos, no puede examinarse desde fuera, como enseñan los postulados racionalistas clásicos. Entre los científicos que han llegado a esta conclusión destaca el alemán Werner Heisenberg, Nóbel de Física en 1932, cuyas investigaciones le llevaron a argumentar que «lo que observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método inquisitorial (...); la división común del mundo interno y mundo externo, cuerpo y alma, ha dejado de ser adecuada». Esta relatividad que afecta a la indagación científica, lejos de cerrarle puertas, le ha abierto muchas, hasta el punto de que son numerosos los investigadores que piensan que los saberes científicos se hallan en la antesala de una nueva forma de concebir y entender el Universo entero —su esencia y sus estructuras— y la realidad cotidiana que nos envuelve y a la que pertenecemos. A este respecto, Illya Prigogine, nacido en Moscú en 1917 y premio Nóbel de Química, escribió que «estamos lejos de la visión monolítica de la física clásica y ante nosotros se abre un Universo del que apenas comenzamos a entrever sus estructuras».
Un contexto en el que la ciencia contemporánea ha dado un sensacional salto cognoscitivo, que es el segundo gran eje de ¿Y tú que sabes?: el replanteamiento de lo que entendemos por «real». Lo que engarza con lo manifestado por antiguas culturas que insisten en que el mundo percibido por los sentidos físicos es pura ilusión —«maya»— y que por debajo hay algo más poderoso y fundamental y, desde luego, más real, aunque sea totalmente intangible. Esto es, precisamente, lo que la física está revelando: en el núcleo del mundo material y cuanto la compone hay una realidad no física que puede ser denominada ondas de probabilidad, información, consciencia, pensamiento,... . Así, el físico Jeffrey Satinover ha señalado: «La materia, sea lo que fuere, no tiene nada en esencia; es completamente insustancial. Lo más sólido que se puede decir sobre ella es que se parece mucho a un pensamiento; es como una pizca de información concentrada ».
Una nueva forma de comprensión de lo real que tuvo uno de sus más notables pioneros en el filósofo inglés Herbert Spencer, nacido en 1820, quien postuló la existencia de una «energía infinita y eterna de la cual proceden todas las cosas». Línea de investigación que ha ido evolucionando con aportaciones como las del genial físico, matemático e ingeniero Nikolas Tesla —señaló que en el núcleo de lo material hay una realidad no física que se expresa como vibración y tiene su razón de ser en información, consciencia o pensamiento— o el antropólogo y lingüista Gregory Bateson —llegó a afirmar que «la mente es la esencia de la vida»—.
Gracias a científicos como ellos, en el siglo XXI se empieza a describir la realidad substancial de cuanto existe como energía vibratoria asociada a alguna modalidad de información, idea o pensamiento. La Teoría de Cuerdas, por ejemplo, sostiene que las partículas fundamentales no son puntos, como ha mantenido la teoría de partículas convencional, sino cuerdas, objetos extensos y vibratorios. Para el físico David Gross, premio Nóbel y uno de los máximos expertos en dicha teoría, partículas como el electrón o la radiación electromagnética corresponden sencillamente a las vibraciones de menor energía. En palabras de Fritjof Capra, prestigioso físico fundador del Instituto Elmwood, «no resulta inverosímil pensar que todas las estructuras del Universo (desde las partículas subatómicas hasta las galaxias y desde las bacterias hasta los seres humanos) sean manifestaciones de la dinámica autoorganizadora del Universo, que hemos identificado como la Mente Cósmica».
Lo que conduce, además, a la idea de una única identidad o unidad cosmogónica en la que todo se integra y se sostiene, tercer eje básico de ¿Y tú qué sabes?. Unidad o Todo a la que pertenecen las distintas manifestaciones materiales, inmateriales y espirituales que nos ofrecen el mundo y el Universo en su globalidad interdimensional.
De hecho, ya Albert Einstein había considerado al ser humano como parte inseparable de una totalidad llamada Universo, si bien una parte limitada en el espacio y el tiempo. Destacó que «la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es solamente una ilusión», pues los sucesos no se desarrollan, simplemente son. Y que otra especie de ilusión de nuestra consciencia hace que nos experimentemos a nosotros mismos y a nuestros pensamientos como algo separados del resto.
A propósito de lo cual, Erwin Schrödinger, Nóbel de Física en 1933 y otro de los padres de la mecánica cuántica, enfatizó la convicción de que «todos estamos en todo (...) y nuestras vidas no son piezas, sino la totalidad; somos la totalidad del mundo». Entendimiento al que se sumó J.S. Bell, autor en 1964 del Teorema que lleva su nombre, considerado como la obra aislada más importante en toda la historia de la física, y que viene a concluir que no existe nada que pueda llamarse verdaderamente «parte separada», porque todas las partes del Universo están conectadas de manera íntima a un nivel fundamental, trascendiendo del tiempo y el espacio.
Una nueva senda para la ciencia donde brillan las contribuciones del profesor de física teórica David Bohm, que giran alrededor de la unidad esencial del Universo: cualquiera de sus elementos se contiene en la totalidad del mismo, que incluye tanto la materia como la consciencia. Convencido de que existen otros planos de la realidad a los que sólo podemos tener acceso a través de estados místicos —éxtasis, elevación del grado de consciencia,…—, subrayó que la globalidad de la creación y todos los planos dimensionales están conectados «en un estado de interminable flujo o doblado y desdoblado», siendo la evolución un signo de la inteligencia creadora explorando estructuras diferentes que van mucho más allá de lo que se precisa para sobrevivir. Para Bohm, existe un orden implicado plegado en la naturaleza que se despliega gradualmente a medida que evoluciona el Universo. Algo parecido a un holograma, aunque prefirió hablar de «holomovimiento»: forma parte de la realidad que se envuelve y se desenvuelve constantemente, entre el orden implicado y el orden manifestado, a un ritmo tal que el mundo visible aparece como uniforme.
El documental a que hace referencia este post, por si todavía no lo habéis visto/escuchado.
https://www.youtube.com/watch?v=y4-DOV8MBbk
https://www.youtube.com/watch?v=CGEZBVIRyM0&t=9s
Comentarios
Publicar un comentario