"Buscadores" (5) Emilio Carrillo.- Capítulo I: Programa versus visión.
Se habrá podido observar que, si bien desde percepciones
muy distintas, El laberinto de la felicidad y Los cuatro acuerdos presentan no pocas similitudes en lo que a consejos y criterios prácticos para la vida diaria se refiere. Lo mismo podríamos concluir si acudimos a otros textos sean de autoayuda o de carácter más espiritual fundamentados en
la recuperación de arcaicas culturas. De hecho, la mayoría contienen un núcleo programático común sintetizable en unos pocos puntos claves que se recopilan a continuación, utilizando ideas de los dos textos comentados (las entresacadas de El laberinto de la felicidad se señalan con las iniciales ELF y con LCA las correspondientes a Los cuatro acuerdos):
— La vida de cada cual es lo que uno quiere que sea: la vida es la proyección de nuestros sueños (ELF); la vida es una película en la que uno mismo es guionista, director, cámara y protagonista (LCA).
— Disfrutar de la vida es sencillo, consiste en ser lo que somos: basta con hacer lo que hemos soñado, la felicidad siempre está más cerca de lo que imaginamos (ELF); eres lo que eres, es suficiente con ajustarnos al guión que nosotros mismos escribimos, transformarnos en lo que realmente somos (LCA).
— Hay que tener confianza en uno mismo: lo que crees es lo que creas, tú eres tu propio camino (ELF); ya somos perfectos de maneras muy individuales, para tomar decisiones la persona debe confiar en sí misma (LCA).
— No colocarnos impedimentos imaginados desde nuestros miedos: creamos nuestros propios obstáculos porque tememos llegar a los lugares que hemos soñado (ELF); no hagas suposiciones, suponemos porque tenemos miedo a hacer preguntas (LCA).
— No nos han de afectar ni las opiniones de los demás ni nuestros propios prejuicios: es conveniente hacer limpieza de opiniones —las que tenemos de los demás, las que pensamos que los demás tienen de nosotros y las que poseemos de nosotros mismos— (ELF); no te tomes nada personalmente, nos toca encontrar el camino a través de la niebla que nos confunde con opiniones antes que con hechos (LCA).
— El secreto está en vivir y amar: volver a ser el niño que fuimos —reír, jugar cantar, bailar,...—, cada persona es un Banco de Amor (ELF); aprender a volver a nuestra propia
naturaleza y el amor es la clave (LCA).
— Haciendo todo de la mejor manera posible: la felicidad
es el perfume de las cosas bien hechas (ELF); haz siempre
lo máximo que puedas (LCA).
— Y aportando felicidad a cuantos nos rodean: el reto es conseguir que la vida del otro sea mejor después de estar con nosotros (ELF); habla con integridad y sé impecable con tus palabras, evita hablar contra ti mismo y chismorrear sobre los demás (LCA).
Estos consejos y máximas conforman una auténtica propuesta programática para nuestra existencia: un «programa» para guiarnos en la búsqueda de la felicidad y ayudarnos a vivir mejor, con más paz interior y mayor capacidad de hacer dichosos a los demás. Es sencillo de entender y recordar; y, en principio, no excesivamente difícil de aplicar. Muchas personas, cuando se acercan a textos como los tomados de ejemplo, se maravillan de haber encontrado por fin algo tan esclarecedor para pilotar adecuadamente su vida cotidiana.
Sin embargo, no siendo mi intención decepcionar a nadie y sin poner en duda el impacto que en principio provoca esa lectura, la realidad es que la existencia de la inmensa mayoría no varía un ápice tras ella. Pasados unos días o, a lo más, unas pocas semanas, se mantiene por idénticos derroteros que antes. ¿Por qué tamaña contradicción entre el aparente efecto inicial de la lectura y el que realmente tiene tras un corto tiempo?. Obedece, simplemente, a que en la búsqueda no precisamos de un «programa», sino de una «visión» nueva. Necesitamos un cambio de visión, no un programa, para ser lo que somos y que nuestra vida sea la que queremos que sea; para tener confianza en nosotros mismos; para no colocarnos impedimentos imaginados desde nuestros miedos ni hacer suposiciones; para que no nos afecten las opiniones de los demás ni nuestros propios prejuicios; para ser impecables con las palabras y hacer todo de la mejor manera posible; para vivir y amar y aportar felicidad a los que nos rodean. Para todo ello no requerimos un programa, sino otra visión. Nacer de nuevo exige una visión nueva.
¿Y que significa el término visión?. Pues la contemplación
inmediata y directa sin percepción sensible. Para comprender con exactitud lo que esto expresa resulta sumamente ilustrativa la genial novela de Daniel Quinn titulada La historia de B (Emecé Editores; Barcelona, 1997), por más que aborde un tema diferente al que aquí ocupa: haciendo gala de una colosal erudición, abre las entrañas de nuestra actual civilización para demostrar la necesidad de que la humanidad acometa una radical transformación cultural.
A propósito de lo que la visión representa, Quinn indica
que toda cultura tiene un lugar definitorio en el esquema
de las cosas, una percepción acerca de dónde encaja en el
Universo. No hace falta que la gente comunique esta visión
con palabras (por ejemplo, a sus hijos), porque está expresada en su vida, historia, leyendas, costumbres, leyes, rituales, artes, danzas, anécdotas,... Si alguien les pide que expliquen esta visión, no sabrán cómo empezar y hasta puede que no sepan de qué se le está hablando. Podría decirse que es una especie de canción queda y susurrante que está en sus oídos desde que nacieron, que han oído tan constantemente durante toda su vida que nunca la escuchan conscientemente.
Nuestra cultura, extendida hoy por la práctica globalidad
del planeta, no escapa a lo anterior. También ella —y
todos los individuos que la integramos— está inexorablemente unida a una determinada visión. Y es precisamente esta visión la que dificulta la búsqueda: la que impide que muchos seres humanos se reconozcan como buscadores; y la que complica y entorpece la búsqueda y el encuentro de los que sí son conscientes de serlo.
La visión vigente pretende, entre otras muchas falacias,
que las cosas —el mundo, la sociedad, la comunidad de vecinos, la familia, el bienestar de cada uno,..., desde lo accesorio a lo importante— pueden mejorar mediante programas.
Pero esto no es verdad; la historia y nuestra experiencia
cotidiana muestran que esto no es verdad. Porque para alcanzar un mundo nuevo se necesitan ojos nuevos para mirar el mundo. Y, desde luego, nuestra vida, la de cada cual, no puede mejorar con programas. La consciencia sobre nuestra condición de buscadores y el avance en la propia búsqueda no se logra con programas. Hace falta un cambio de la realidad aceptada, una nueva visión.
Imaginemos un río. El cauce que sigue en su discurrir
hacia el mar no cambiará sustancialmente porque clavemos
unas estacas, pocas o muchas, en el fondo de sus aguas, pues éstas se limitarán a bordearlas y continuarán su normal fluir en idéntica dirección. Las estancas son los programas; y se requiere mucho más para modificar el lecho por el que fluye la corriente. Se exige un cambio de visión —ojos nuevos, volver a nacer—. Hace tiempo, a esta nueva visión se le denominó «Iluminación».
muy distintas, El laberinto de la felicidad y Los cuatro acuerdos presentan no pocas similitudes en lo que a consejos y criterios prácticos para la vida diaria se refiere. Lo mismo podríamos concluir si acudimos a otros textos sean de autoayuda o de carácter más espiritual fundamentados en
la recuperación de arcaicas culturas. De hecho, la mayoría contienen un núcleo programático común sintetizable en unos pocos puntos claves que se recopilan a continuación, utilizando ideas de los dos textos comentados (las entresacadas de El laberinto de la felicidad se señalan con las iniciales ELF y con LCA las correspondientes a Los cuatro acuerdos):
— La vida de cada cual es lo que uno quiere que sea: la vida es la proyección de nuestros sueños (ELF); la vida es una película en la que uno mismo es guionista, director, cámara y protagonista (LCA).
— Disfrutar de la vida es sencillo, consiste en ser lo que somos: basta con hacer lo que hemos soñado, la felicidad siempre está más cerca de lo que imaginamos (ELF); eres lo que eres, es suficiente con ajustarnos al guión que nosotros mismos escribimos, transformarnos en lo que realmente somos (LCA).
— Hay que tener confianza en uno mismo: lo que crees es lo que creas, tú eres tu propio camino (ELF); ya somos perfectos de maneras muy individuales, para tomar decisiones la persona debe confiar en sí misma (LCA).
— No colocarnos impedimentos imaginados desde nuestros miedos: creamos nuestros propios obstáculos porque tememos llegar a los lugares que hemos soñado (ELF); no hagas suposiciones, suponemos porque tenemos miedo a hacer preguntas (LCA).
— No nos han de afectar ni las opiniones de los demás ni nuestros propios prejuicios: es conveniente hacer limpieza de opiniones —las que tenemos de los demás, las que pensamos que los demás tienen de nosotros y las que poseemos de nosotros mismos— (ELF); no te tomes nada personalmente, nos toca encontrar el camino a través de la niebla que nos confunde con opiniones antes que con hechos (LCA).
— El secreto está en vivir y amar: volver a ser el niño que fuimos —reír, jugar cantar, bailar,...—, cada persona es un Banco de Amor (ELF); aprender a volver a nuestra propia
naturaleza y el amor es la clave (LCA).
— Haciendo todo de la mejor manera posible: la felicidad
es el perfume de las cosas bien hechas (ELF); haz siempre
lo máximo que puedas (LCA).
— Y aportando felicidad a cuantos nos rodean: el reto es conseguir que la vida del otro sea mejor después de estar con nosotros (ELF); habla con integridad y sé impecable con tus palabras, evita hablar contra ti mismo y chismorrear sobre los demás (LCA).
Estos consejos y máximas conforman una auténtica propuesta programática para nuestra existencia: un «programa» para guiarnos en la búsqueda de la felicidad y ayudarnos a vivir mejor, con más paz interior y mayor capacidad de hacer dichosos a los demás. Es sencillo de entender y recordar; y, en principio, no excesivamente difícil de aplicar. Muchas personas, cuando se acercan a textos como los tomados de ejemplo, se maravillan de haber encontrado por fin algo tan esclarecedor para pilotar adecuadamente su vida cotidiana.
Sin embargo, no siendo mi intención decepcionar a nadie y sin poner en duda el impacto que en principio provoca esa lectura, la realidad es que la existencia de la inmensa mayoría no varía un ápice tras ella. Pasados unos días o, a lo más, unas pocas semanas, se mantiene por idénticos derroteros que antes. ¿Por qué tamaña contradicción entre el aparente efecto inicial de la lectura y el que realmente tiene tras un corto tiempo?. Obedece, simplemente, a que en la búsqueda no precisamos de un «programa», sino de una «visión» nueva. Necesitamos un cambio de visión, no un programa, para ser lo que somos y que nuestra vida sea la que queremos que sea; para tener confianza en nosotros mismos; para no colocarnos impedimentos imaginados desde nuestros miedos ni hacer suposiciones; para que no nos afecten las opiniones de los demás ni nuestros propios prejuicios; para ser impecables con las palabras y hacer todo de la mejor manera posible; para vivir y amar y aportar felicidad a los que nos rodean. Para todo ello no requerimos un programa, sino otra visión. Nacer de nuevo exige una visión nueva.
¿Y que significa el término visión?. Pues la contemplación
inmediata y directa sin percepción sensible. Para comprender con exactitud lo que esto expresa resulta sumamente ilustrativa la genial novela de Daniel Quinn titulada La historia de B (Emecé Editores; Barcelona, 1997), por más que aborde un tema diferente al que aquí ocupa: haciendo gala de una colosal erudición, abre las entrañas de nuestra actual civilización para demostrar la necesidad de que la humanidad acometa una radical transformación cultural.
A propósito de lo que la visión representa, Quinn indica
que toda cultura tiene un lugar definitorio en el esquema
de las cosas, una percepción acerca de dónde encaja en el
Universo. No hace falta que la gente comunique esta visión
con palabras (por ejemplo, a sus hijos), porque está expresada en su vida, historia, leyendas, costumbres, leyes, rituales, artes, danzas, anécdotas,... Si alguien les pide que expliquen esta visión, no sabrán cómo empezar y hasta puede que no sepan de qué se le está hablando. Podría decirse que es una especie de canción queda y susurrante que está en sus oídos desde que nacieron, que han oído tan constantemente durante toda su vida que nunca la escuchan conscientemente.
Nuestra cultura, extendida hoy por la práctica globalidad
del planeta, no escapa a lo anterior. También ella —y
todos los individuos que la integramos— está inexorablemente unida a una determinada visión. Y es precisamente esta visión la que dificulta la búsqueda: la que impide que muchos seres humanos se reconozcan como buscadores; y la que complica y entorpece la búsqueda y el encuentro de los que sí son conscientes de serlo.
La visión vigente pretende, entre otras muchas falacias,
que las cosas —el mundo, la sociedad, la comunidad de vecinos, la familia, el bienestar de cada uno,..., desde lo accesorio a lo importante— pueden mejorar mediante programas.
Pero esto no es verdad; la historia y nuestra experiencia
cotidiana muestran que esto no es verdad. Porque para alcanzar un mundo nuevo se necesitan ojos nuevos para mirar el mundo. Y, desde luego, nuestra vida, la de cada cual, no puede mejorar con programas. La consciencia sobre nuestra condición de buscadores y el avance en la propia búsqueda no se logra con programas. Hace falta un cambio de la realidad aceptada, una nueva visión.
Imaginemos un río. El cauce que sigue en su discurrir
hacia el mar no cambiará sustancialmente porque clavemos
unas estacas, pocas o muchas, en el fondo de sus aguas, pues éstas se limitarán a bordearlas y continuarán su normal fluir en idéntica dirección. Las estancas son los programas; y se requiere mucho más para modificar el lecho por el que fluye la corriente. Se exige un cambio de visión —ojos nuevos, volver a nacer—. Hace tiempo, a esta nueva visión se le denominó «Iluminación».
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